viernes, 21 de diciembre de 2018

CAPITULO 16




Tras comunicarle a Natalie Wilson, en una llamada a cobro revertido, ya que sus fondos comenzaban a escasear, los problemas que tenía con el ayudante de Miss Dorothy, ésta sólo le dio un único y tajante consejo:
—No vuelvas sin esa novela.


«Vale, perfecto…» Paula estaba perdida en el culo del mundo, sin dinero, con un billete de avión del que nada más le habían pagado la ida y preguntándose qué demonios hacía allí y por qué nada era como le habían prometido.


Pero como era una mujer decidida y no pensaba marcharse sin conocer a la anciana y ver si en verdad era un fraude o simplemente estaba siendo sobreprotegida por aquel mastodonte sin cerebro, Paula hizo uso de sus escasos recursos y compró todo lo que su padre le había comentado en más de una ocasión que sería necesario para sobrevivir en cualquier situación.


Una vez cargada con esos pertrechos, se dirigió otra vez a la casa de Miss Dorothy y se sentó junto a la puerta con un saco de dormir y una mochila llena de provisiones.


La anciana tendría que salir en algún momento y entonces Paula hablaría con ella cara a cara y la convencería de que la escuchara…


Pero nadie salió de la casa en todo el día.


A la hora del almuerzo, el hombre se dignó echar un vistazo a través de la ventana para ver si Paula seguía allí. Ella le devolvió una severa mirada y siguió devorando su bocadillo de carne, a la espera de que pronto se ablandara el corazón de la anciana y estuviera dispuesta a recibirla. Pero al parecer eso no ocurrió.


A las seis de la tarde, Paula estaba ya bastante harta y también bastante desesperada por encontrar un inodoro, algo en lo que no había pensado al elaborar su perfecto plan. El hombre simplemente se rio ante su bailecito de «me lo hago encima» y, burlón, le señaló unos arbustos un tanto alejados.


—¡Ni de coña pienso hacerlo ahí! —gritó airadamente Paula, a lo que el pelirrojo respondió encogiéndose de hombros y con unas sonoras carcajadas.


Cuando Paula se debatía entre conducir hacia el pueblo a toda velocidad o usar los insultantes arbustos, recibió una llamada a su anticuado móvil, procedente de la causante de gran parte de sus problemas en esos instantes.


—¿Has conseguido ya hablar con Miss Dorothy? —preguntó Natalie—. Espero que no te hayas acomodado demasiado en esa casa y olvidado cuál es tu deber.


Ante estas palabras de reproche de la editora que la había engañado vilmente, la forma de tratarla de aquel neandertal que le negaba el paso y las irresistibles ganas de ir al baño, Paula olvidó que estaba hablando con una mujer a la que admiraba y soltó todas sus preocupaciones sin tapujos.


—¡Sí, estoy la mar de cómoda en el frío y húmedo suelo de las Highlands, congelándome el culo a la puerta de la casa porque un energúmeno se niega a dejarme entrar ni siquiera para poder utilizar el baño, algo que te juro que necesito desesperadamente en estos momentos! Al parecer, nada de lo que me dijiste es cierto, Natalie: ni esto es fácil de encontrar ni ese maravilloso ayudante de Miss Dorothy es simpático o amable. ¡A ese hombre no se le podrían dar esos calificativos ni en un millón de años! ¡Sólo es un bruto arrogante al que te juro cada vez tengo más ganas de apedrear! ¡Estoy dispuesta a aguantarlo prácticamente todo por conocer a esa anciana, pero no sé si podré resistir siquiera unos minutos en la misma casa con ese tipo sin recurrir a la violencia!


—¡Espera! ¡Espera! Ese hombre que me estás describiendo no es Luis… — interrumpió Natalie su furioso discurso.


—Entonces, ¿me puedes decir quién narices es? —preguntó Paula, perdiendo finalmente la paciencia con todo lo ocurrido hasta el momento.


—¡Llama ahora mismo a la puerta y dile que estoy al teléfono y que quiero hablar con él! —exigió la editora, irritada porque hasta el momento todo había sido una gran pérdida de tiempo.


—¡Cómo no! Pero no creas que ese tipo va a abrirme. ¡Llevo horas aquí fuera y no se ha dignado ofrecerme ni un puñetero vaso de agua!


—¡Oh, créeme, lo hará! —replicó Natalie Wilson totalmente confiada, porque sin duda sabía algo que a Paula se le escapaba.


—¡Eh, tú, hombre obtuso, abre la puerta que tengo a Natalie Wilson al teléfono y quiere hablar contigo! —gritó Paula, sabiendo que la ignoraría una vez más. Pero para su sorpresa, abrió la puerta, le arrebató el teléfono y volvió a cerrarla nuevamente en sus narices.


Paula pensó gritarle sus quejas por su grosero comportamiento, pero ansiosa por averiguar qué narices pasaba allí, pegó la oreja a la puerta, tras la que podía oír algún que otro airado grito de protesta del individuo.


—¡Qué! ¡No me jodas, Natalie! ¿Se puede saber por qué le has dado sólo un billete de ida? —oyó Paula claramente, junto con alguna que otra obscena maldición—. ¡No pienses ni por un instante que me voy a hacer responsable de ella! ¡Ven ahora mismo y llévatela de aquí! —ordenó furioso el pelirrojo, al parecer cada vez más desquiciado con la situación—. ¡Natalie! ¡Natalie! ¡No me cuelgues! ¡Joder! — volvió a protestar el despreciable sujeto, pero por lo visto la conversación había terminado.


Paula se alejó un poco de la puerta para simular que no había escuchado nada de esa extraña conversación. Cruzó los brazos, alegrándose de la reprimenda que sin duda él había recibido por parte de Natalie Wilson y disfrutó pensando en la que muy pronto recibiría de Miss Dorothy.


En el momento en que el irritado pelirrojo abrió la puerta de la casa y le devolvió bruscamente su móvil, Paula lo miró orgullosa, esperando una disculpa que, al parecer, nunca llegaría, porque él simplemente le dirigió una de sus miradas inquisidoras y, tras olvidar su enfado, con una misteriosa y socarrona sonrisa dejó caer unas palabras que acabarían con todos sus preciados sueños en un solo segundo.


—Aún no lo has comprendido, ¿verdad? —le preguntó irónico, abriendo la puerta de la casa—. Yo soy Miss Dorothy —añadió despreocupado, deleitándose vilmente con el efecto que a ella le había causado su asombrosa revelación.


Y Paula, ante los confusos pensamientos que se agolparon en su mente al conocer la impactante noticia que le confirmaba que aquel viaje había sido un gigantesco error, no supo qué hacer. Así que se limitó a correr hacia donde él le señaló que se encontraba el baño, para aliviar su vejiga, y por el camino intentó decidir qué narices hacer ahora que su sueño se había convertido en una auténtica pesadilla





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