domingo, 23 de diciembre de 2018
CAPITULO 23
Paula preparó casi sin pensar un sano desayuno consistente en frutas variadas, un nutritivo zumo de naranja y café fuerte. Todo lo que, según publicaba la revista femenina Woman, era el desayuno preferido de Miss Dorothy.
Sólo cuando hubo finalizado su tarea cayó en la cuenta de que aunque Pedro fuera Miss Dorothy, tal vez todas las respuestas dadas por éste a la prensa formaran parte de la gran mentira que lo rodeaba, y si bien antes de decidirse a aceptar ese trabajo había creído tener ventaja al conocer todos los gustos y deseos de Miss Dorothy, seguramente todo eso ahora no le serviría para nada.
Fuera como fuese, no estaba dispuesta a hacer nada más por ese energúmeno hasta que no volviera a encender la calefacción, así que se sentó en uno de los taburetes que había junto a la barra de la cocina para disfrutar de su café calentito. Y mientras se lo tomaba, no pudo evitar divagar sobre lo ocurrido esa mañana.
Sus mejillas se sonrojaron al recordar el placer que había hallado entre sus brazos.
¿Cómo había podido volverse tan desinhibida en un sueño como para caer en las garras de aquel embaucador? Lo más preocupante de todo era que, mientras se abandonaba al placer de sus caricias, realmente estaba soñando con él.
¿Qué le había pasado? Era un hombre rudo, arisco y muy desagradable a la hora de preservar su intimidad. Su físico no estaba mal: era fuerte y, por lo que podía recordar, tanto sus brazos como su torso estaban bien torneados. Sin duda hacía ejercicio cada día.
Tenía unos hermosos ojos castaños y un pelo pelirrojo un tanto llamativo. Pero su rostro, oculto bajo una descuidada barba, era algo que aún no podía definir con precisión. Sin duda, el hecho de ocultarlo sólo podía significar que era poco agraciado, que tenía cicatrices, verrugas o tal vez arrugas o simples manchas de nacimiento.
Un sinfín de posibles faltas pasaron por su mente, lo que la hizo sonreír complacida por cada uno de los defectos que imaginaba en ese hombre que no se merecía otra cosa que ser tan horrendo por fuera como lo era por dentro. Además, eso también le servía para desalentar al recóndito lugar de su mente que la había llevado a tener un sueño erótico con un desconocido.
Todos sus maliciosos pensamientos sobre su fealdad se vinieron abajo cuando lo vio aparecer recién afeitado, con unos viejos vaqueros y un horrendo jersey y, después de poner amablemente la calefacción, se dirigió hacia ella en busca de su desayuno.
Paula se quedó boquiabierta al ver la verdadera cara de Pedro. Después de que aquella horrorosa barba hubiera desaparecido, vio que era el hombre más guapo que había tenido el placer de contemplar en toda su vida. Y eso que, en Nueva York, a cada instante se mostraban en los enormes soportes publicitarios de la ciudad anuncios de algún nuevo modelo.
Evidentemente, Pedro Alfonso no tenía nada que envidiarle a ninguno de ellos.
Frunció el ceño ante la nueva imagen de ese enervante individuo que se presentaba ante ella. Porque, sin duda alguna, ese atractivo sólo representaba un peligro para su misión, ya que si él midiese un poco sus duras palabras, sería capaz de conquistar a cualquier mujer que se le pusiera por delante. ¡Qué pena que fuera un grosero y que ella estuviera demasiado preocupada por su trabajo como para caer bajo su influjo!
Pero lo más inquietante de todo era que, aunque lo quisieran negar, entre ellos había una fuerte atracción. Una atracción ante la que Paula nunca se rendiría, porque por muy guapo que fuera Pedro, tenía un carácter odioso y se notaba a la legua que era de esos para los que una mujer sólo significaba una muesca más en su cama. Y por nada del mundo se convertiría en la siguiente de su lista.
Sobre todo, porque desde pequeña había soñado con encontrar un amor tan bonito como el de sus padres y tan idílico como el de las hermosas novelas que leía, y no se conformaría con menos. Una tórrida aventura nunca podría igualarse a su sueño, y acostarse con aquel hombre que en aquel momento miraba con bastante desagrado su desayuno, sólo podía ser un error que no estaba dispuesta a cometer.
—¿Qué es eso? —preguntó Pedro, señalando la comida como si de algún terrible veneno se tratase.
—El sano desayuno que más deleita a Miss Dorothy —sonrió Paula maliciosamente, tomando un sorbo de café.
—¡Salchichas, beicon y huevos revueltos: eso es un desayuno! Esto es… —dijo Pedro, moviendo airadamente las manos, sin saber qué calificativo darle a aquella comida con la que no aguantaría ni hasta media mañana.
—¿Sano? —apuntó burlona su nueva ayudante.
—Sí, lo que tú digas —replicó él, saliendo por la puerta, mientras cogía las llaves del coche de alquiler de Paula de la mesita que había junto a la entrada, donde a ella se le había ocurrido dejarlas la noche anterior—. Yo me voy a tomar algo decente al pueblo. Y dado que mi coche está sin batería, te cojo el tuyo prestado. ¡Ah! En mi despacho tienes una lista de tareas para llevar a cabo, ya te dije que tu alojamiento no será gratuito. Una última cosa: ¡por nada del mundo toques mis papeles! —concluyó jugueteando con las llaves, sin darle opción a rechistar.
—Pero ¿y el desayuno que he preparado? ¿Y el manuscrito? ¿Y qué pasa conmigo? —preguntó Paula en un susurro, mirando cómo él se alejaba de la casa. No sabía si lo hacía para fastidiarla o sólo para distanciarse de ella ofreciendo el espacio que en esos momentos ambos necesitaban.
Después de desayunar tranquilamente y de cotillear por toda la casa, Paula se decidió finalmente a entrar en el despacho. Tras ver la interminable lista de tareas que el muy cabrón le había preparado, no tuvo duda de que su alejamiento de ese día solamente se debía a que iba en busca de inspiración para hacer su estancia en ese lugar un poco más incómoda y joderle la vida de mil maneras distintas.
Tomó asiento en la cómoda silla que había tras el escritorio de cualquier escritor que pudiera pagársela y, recostándose plácidamente en ella, empezó a rebatir con bastante malicia cada una de las tareas que él estaba dispuesto a endosarle para ahuyentarla.
¡Qué lástima para Pedro Alfonso que ella fuera de ideas fijas y que sólo estuviese dispuesta a marcharse de allí con un libro entre las manos que le demostrara al mundo que Miss Dorothy había vuelto a triunfar, y que ella finalmente sería escuchada!
CAPITULO 22
Mientras cantaba en la ducha, reflexioné sobre mi situación, intentando encontrar una solución que mantuviera a aquella enervante chica lejos de mi hogar y a mí nuevamente contento con mi soledad y mi alejamiento del ajetreado mundo que tanto me molestaba. Pero una vez más, mi mente comenzó a divagar y volví a entonar bajo la ducha aquella machista canción escocesa que seguramente le molestaría.
La verdad era que por más que intentaba olvidarme de todo lo que había ocurrido hasta ese momento con ella y borrarla de mi mente, como hacía siempre con los impertinentes individuos que me mandaba Natalie, no podía hacerlo. Y eso sólo se debía a que no conseguía quitarme de la cabeza los excitantes sonidos que habían salido de sus labios esa mañana.
Mis manos todavía recordaban el tacto de su cuerpo y esa imagen de ella llegando al orgasmo entre mis brazos había quedado grabada en mi memoria para pasar a formar parte de mis sueños más eróticos.
Mi miembro se alzó de nuevo ante los gratos recuerdos, un tanto insatisfecho todavía por la interrupción. Pero yo no soy el tipo de hombre que se aprovecha de una situación como ésa, a pesar de lo que algunos creen. Y más aún con una mujer que me había mirado tan confusa como asustada. Luego lo hizo con odio y bastante ofendida, pero su primera respuesta fue la que me llevó a apartarme de ella.
Sin duda, involucrarme con la dulce Paula era algo que no debía hacer. Entre otras cosas porque ella era de las que se enamoran, y yo no soy de ésos: mientras los hombres como yo saben separar el sexo del amor, algunas mujeres todavía no han aprendido a hacerlo. Y, para mi desgracia, la atractiva joven que había irrumpido en mi vida, indudablemente era una de éstas.
Miré cómo mi impaciente miembro, aún erecto, me reclamaba un alivio y empecé a acariciarme rememorando los cautivadores gemidos de Paula. Recordé lo poco que había podido atisbar de su desnudo y hermoso cuerpo sonrojado por el placer, e intenté imaginar qué habría pasado si su mirada hubiera sido de deseo y yo no hubiese sido un hombre con escrúpulos.
Cuando la cosa comenzaba a ponerse interesante en mi imaginación, un chorro de agua fría me devolvió a la realidad. Mi mente se olvidó de la sensual imagen de esa bruja que me había dejado tremendamente insatisfecho y además había conseguido helarme las pelotas.
Me sequé rápidamente y me puse el albornoz que tenía detrás de la puerta. En ese momento llegué a dos conclusiones: una, que esa mujer era muy peligrosa para mi paz mental y mi entrepierna; y dos, que tenía que deshacerme de ella como fuese. Así que salí del baño dispuesto a olvidar todo lo ocurrido y a poner de nuevo a prueba su paciencia.
CAPITULO 21
Pedro estaba teniendo un maravilloso despertar.
Soñaba que tenía a una atractiva mujer en su cama y su erguido miembro se adaptaba de maravilla al pequeño trasero que se acomodaba junto a él, mientras sus manos acogían dos sensuales senos. La pega era que unas cuantas capas de ropa le impedían disfrutar del tacto de aquella sublime sirena que lo tentaba con su cálido cuerpo.
Nada que no tuviera fácil solución. Sus manos alzaron un poco el molesto estorbo que se interponía en su camino hasta dar con dos pequeños pechos envueltos en un tentador encaje. Los acarició lentamente, obteniendo dulces gemidos de placer de su imaginaria amante, y, guiándose por los encantadores sonidos de esa voz femenina que invadía sus sueños, bajó con brusquedad el encaje de su sujetador para acariciar con deleite sus erguidos pezones, que torturó con leves caricias y pellizcos que la hacían retorcerse entre sus brazos. Y ya que ese sueño parecía tan real, Pedro decidió seguir probando hasta dónde podía hacer que esa mujer gimiera de placer.
Mientras una de sus manos seguía jugando con sus tentadores pechos, la otra bajó lentamente por su cuerpo haciéndola estremecer. Y cuando se introdujo en sus braguitas, la halló húmeda y lista para el goce.
La empujó hacia su duro miembro y ella frotó su trasero contra su erección, mientras Pedro le acariciaba el sedoso vértice de su entrepierna, esparciendo la dulce miel de su deseo hasta hacerla gemir de impaciencia. Cuando al fin introdujo un dedo en su interior, la mujer de sus sueños tuvo un increíble orgasmo que la hizo retorcerse entre sus brazos. Y aunque no dijo su nombre, sí gritó su agónico placer junto a su oído, haciéndole darse cuenta repentinamente de que aquello no era un sueño y de que sí, efectivamente, tenía una mujer al lado, pero una que sin duda alguna en unos segundos le cortaría los brazos u otra parte más valiosa de su anatomía.
En el instante en el que Pedro abrió los ojos a la realidad, tuvo tiempo de deleitarse por unos momentos con el precioso cuerpo de la mujer y con el hermoso rostro todavía sumido en mitad del placer. Luego los ojos de ella se abrieron también y si en un principio lo miró confusa, luego simplemente lo culpó con una de sus intransigentes miradas, mientras de sus labios salía una fría orden que él no pudo negarse a cumplir.
—¡Quítame las manos de encima! —dijo lentamente Paula, sin moverse ni un milímetro de la humillante postura en la que se encontraba, pero al parecer decidida a matar a aquel tipo y deshacerse de su cadáver.
Pedro separó despacio las manos de su cuerpo, primero la que descansaba entre sus muslos y luego la que tan plácidamente acogía uno de sus senos. A continuación, las levantó, indicando que no estaba armado, aunque su entrepierna dijera lo contrario.
—¡¿Qué narices hacías metiéndome mano?! —gritó Paula furiosa, levantándose de la cama y alejándose unos pasos para enfrentarse con sensatez a la locura que le había ocurrido con ese hombre.
Por desgracia, eso no pudo ser, porque si bien la pasada noche no se había percatado de ello, ahora sí podía afirmar con toda seguridad que él dormía sin ropa, o por lo menos así lo sugería el desnudo pecho que quedaba expuesto ante ella y las leves sábanas que ocultaban el resto de su cuerpo, ya que las gruesas mantas habían sido arrojadas a un lado durante los momentos de pasión que ahora Paula se negaba a
recordar, aunque todavía los tenía muy presentes en su memoria.
—¿No crees que debería ser yo quien te preguntase a ti qué narices hacías en mi cama? —preguntó el pelirrojo, alzando interrogante una de sus impertinentes cejas, mientras cruzaba sus fuertes brazos delante de su pecho, intentando reprender a la intrusa que no había terminado de cumplir sus dulces sueños.
—¡Tú sabes muy bien qué hago aquí! ¡Ésta es la única habitación de la casa que tiene calefacción! Creía que lo hacías sólo porque eres un cabrón, ¡pero ahora sé que era para llevarme a la cama! —gritó airada Paula, dispuesta a dejarle muy claro que ella no era otra de sus conquistas y que por nada del mundo se acostaría con un hombre como él.
Pero ante su asombro, Pedro echó la cabeza hacia atrás y soltó las más estruendosas carcajadas que había oído nunca. Cuando se calmó un poco de su ataque de risa y su mirada volvió a encontrarse con la de ella, esta vez Paula lo miraba, además de con odio, un tanto ofendida por su respuesta.
—Cariño, créeme cuando te digo que no me hace falta ningún truco para llevarme a alguien a la cama. Sí, quité la calefacción de todas las habitaciones excepto de la mía, como suelo hacer todas las noches, pero en ningún momento esperé que fueras tan directa como para meterte en la cama conmigo. Con respecto a lo que ha pasado, yo estaba teniendo un placentero sueño y, al parecer, tú también, ya que me has respondido, o por lo menos lo ha hecho tu cuerpo. Y no creo que debas ser tú precisamente la que esté furiosa, porque mientras yo te he complacido gratamente, tú no has hecho nada por mí —concluyó sarcástico, apartando las sábanas que tapaban su evidente excitación—. Ahora, si me perdonas, tengo que darme una ducha helada y disfrutar de un delicioso y nutritivo desayuno que, sin duda, mi ayudante tendrá listo en unos minutos —añadió, recordándole a Paula cuál era su sitio, mientras pasaba tan tranquilo junto a ella completamente desnudo, sin que el frío afectara a ninguna de las partes de su cuerpo en su camino hacia el cuarto de baño.
—¡Eres un cerdo y por nada del mundo me acostaría con un hombre como tú! — gritó Paula furiosa a aquel trasero desnudo que se alejaba por el pasillo.
La inquietante respuesta de él fueron de nuevo unas sonoras carcajadas de deleite que hicieron que ella se plantease en qué lío se estaba metiendo. ¿De verdad todo aquello valía la pena?, se preguntaba mientras se dirigía hacia la cocina. Y la respuesta se la dio ella misma cuando su sueño de convertirse en escritora volvió a su mente.
—Sí, vale la pena —se dijo para darse ánimos, preguntándose qué otros obstáculos pondría aquel arrogante hombre en su camino.
En el momento en que Paula volvió al gélido salón y lo oyó cantar alegremente bajo la ducha, no dudó en ayudarlo a cumplir sus deseos de esa mañana, y entrando con decisión en la cocina, apagó el calentador eléctrico mientras le deseaba una feliz y helada ducha matutina.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)