viernes, 21 de diciembre de 2018

CAPITULO 17




Cuando Paula salió del baño, buscó al hombre por toda la casa.


La idílica vivienda poseía bonitos suelos de madera y altos techos coronados por hermosas vigas con tallas antiguas. A pesar de que el exterior parecía bastante rústico, dentro se podía disfrutar de todas las modernas comodidades del siglo XXI, incluida la calefacción, que hizo que su helado cuerpo pronto volviera a entrar en calor.


Mientras recorría la casa, vio una habitación muy desordenada, con una gran cama sin hacer y con las sábanas revueltas, que sin duda pertenecía a aquel sujeto. Encontró además un baño bastante pequeño, un amplio salón y una cocina equipada con hermosas encimeras de madera.


Ya sólo le quedaban tres puertas por abrir. Al ver que una de ellas era un simple armario ubicado en el amplio pasillo, Paula se adentró al azar en otra estancia, más que decidida a averiguar si las palabras del hombre eran ciertas o si se trataba sólo de una argucia para que lo dejara en paz.


Por desgracia, mientras intentaba dar con él, encontró un elegante despacho provisto de un enorme escritorio y su correspondiente silla acolchada de aspecto muy cómodo, además de un sillón de dos plazas situado en un apartado rincón junto a la ventana y algo alejado del resto, más una gran pantalla de plasma colgada de la pared y rodeada por estantes repletos de libros y de algún que otro videojuego.


No pudo evitar fijarse en las grandes repisas de detrás del escritorio, atestadas de libros, y en cuyas baldas estaban también las decenas de premios recibidos por Miss Dorothy. Acarició alguno de ellos con envidia y se preguntó cómo un hombre como aquél podía tener tan engañados a todos hasta el punto de hacerles creer que era una amable ancianita…


¡Dios! ¿Qué narices iba a hacer ahora? Un trabajo que en un principio le pareció que ni caído del cielo, en esos momentos se convertía en algo terrible. Y lo peor de todo era que si lo abandonaba renunciaría a la posibilidad de que alguien leyera su manuscrito. Las alternativas eran volver a casa con el rabo entre las piernas y seguir intentando que alguna editorial le hiciera caso, o bien tratar de conseguir el libro por más que para ello tuviera que tratar con el insoportable pelirrojo.


Sopesó por unos momentos sus opciones y, como estaba convencida de que debía dar un giro a su vida, decidió quedarse a pesar de las penurias por las que seguro que la haría pasar el individuo para intentar deshacerse de ella. Porque, sin duda, le haría saber a cada instante que no era bienvenida en su casa. Bueno, todo era cuestión de recordarle a cada segundo cuál era la razón de que estuviera allí, así como asegurarle que por nada del mundo se marcharía hasta que hubiera conseguido su objetivo.


Tal vez mientras conviviera con él pudiera aprender algo de su experiencia, porque nadie podía negar que aquel desagradable sujeto sabía escribir. Por lo menos tenía la gran cualidad de crear obras asombrosas, unos libros que todo el mundo adoraba. En cuanto a sus defectos… ésos simplemente constituían un gran punto y aparte que era mejor no considerar por ahora.


Mientras Paula estaba absorta en sus pensamientos, él entró en la estancia fumando un caro cigarrillo y tomando una copa de licor.


—¿Te convences al fin de que yo soy Miss Dorothy? —preguntó burlonamente, señalando el gran estante repleto de sus premios—. Toma, creo que lo necesitas más que yo —añadió despreocupado, tendiéndole la copa.


—No, gracias, no bebo. Y sí, al fin me he dado cuenta de que Miss Dorothy no existe y que bajo su amable fachada sólo hay… esto —respondió ella, señalándolo despectivamente, decidida a no negar la verdad que se presentaba ante sus ojos, por muy desagradable que fuera.


—Bien, entonces más para mí —contestó él alegremente, dando un largo trago a la bebida y sentándose detrás del inmenso escritorio de su despacho—. Bueno, cariño, entonces ya está todo arreglado: mañana por la mañana te llevaré a la ciudad y te compraré un billete de vuelta a Nueva York. Tú te vuelves a tu casita, yo me quedo solo en la mía, que es lo único que deseo en estos momentos, y todos seremos felices para siempre, etcétera, etcétera… —concluyó jocosamente, poniéndose los brazos tras la cabeza para disfrutar mejor de su victoria.


—No —negó Paula con rotundidad, enfrentándose a aquella fría mirada que la recorría de arriba abajo midiendo su valor, o tal vez su grado de locura por haberle dado esa asombrosa contestación que no se terminaba de creer ni ella misma.


—Perdona, preciosa, pero creo que te he oído mal. —Se levantó un tanto molesto por su negativa, y, cuando llegó junto a ella, bajó la cabeza para enfrentarse directamente a aquellos retadores ojos que, asombrosamente, lo desafiaban.


—He dicho que no me pienso mover de aquí hasta que escribas ese maldito libro —confirmó Paula, cada vez más decidida.


—¿Sabes siquiera con quién te estás enfrentando, preciosa? Mañana a estas horas me estarás rogando que te compre ese billete de avión. Había decidido ser benévolo y poner el dinero de mi bolsillo, ya que al parecer has venido a este recóndito lugar engañada por Natalie, pero ahora tendrás que ganártelo.


—Escúchame bien, ¿señor…? —preguntó Paula, algo alterada porque ni siquiera sabía su nombre.


—Si quieres puedes llamarme Miss Dorothy... —se burló él de la joven incauta que una vez lo había adorado.


Evidentemente, eso fue antes de saber la verdad sobre lo que se ocultaba detrás de ese nombre de mujer.


—¡Por nada del mundo pienso llamarte Miss Dorothy! —replicó Paula—. Sólo pensar que tú eres mi admirada escritora me da repelús, así que o me dices cómo te llamas o ya te pondré yo algún apelativo que sea tan insultante para ti como lo son tus «cariño» o «cielo» para mí, porque, para tu información, yo tengo nombre: ¡me llamo Paula Chaves! —concluyó bastante sulfurada.


—Vale «cielo», te diré mi nombre —respondió él, recalcando la palabra «cielo» con bastante énfasis, negándose en redondo a usar el nombre de ella—. Me llamo Pedro Alfonso, y perdóname si interrumpo tu elaborado discurso, pero te recuerdo que esta casa es mía y que no hay manera de que te permita quedarte aquí, sobre todo si vas a convertirte en el grano en el culo que sospecho que puedes ser, empeñada en que termine una historia que no tengo la menor gana de empezar a escribir. »Te diré lo mismo que a Natalie: estoy tomándome un período sabático y volveré cuando me dé la gana. ¡A ver si le entra en la cabeza de una puta vez y deja de mandarme moscones que únicamente representan un maldito engorro en mi vida!


—Pues, para tu desgracia, es a mí a quien ha enviado, y tú y ese libro sois lo único que me separa de conseguir que alguien me haga caso como escritora. ¡Así que sí, me voy a convertir en un molesto grano en tu culo! ¡Y ten presente una cosa: cada vez que me eches de tu casa, volveré, una y otra vez hasta que finalmente te des cuenta de que por nada del mundo me voy a marchar de aquí sin que termines la novela!


—Va a ser interesante comprobar cuánto aguantas a mi lado, cielo —dijo Pedro, sujetando impertinentemente la barbilla de Paula con una de sus rudas manos—. Porque tengo que decirte que, al contrario que tu querida Miss Dorothy, yo soy un hombre al que no le gusta demasiado la gente y que no se molesta en ocultarlo.


—¡Perfecto! ¡Como tú a mí me desagradas bastante, ya estamos a la par!


—Te informo de que tu estancia aquí no será gratuita, así que ya puedes pensar en la forma de pagar tu alojamiento. Si quieres, te puedo sugerir alguna que otra manera de hacerlo... —insinuó Pedro, mientras acercaba su rostro al de Paula hasta que sus labios casi se tocaron.


—¡Seré tu ayudante! —contestó Paula precipitadamente, sin saber por qué su corazón se había acelerado tanto ante la cercanía de aquel sujeto que cada vez parecía más peligroso para ella.


—Perfecto… —susurró Pedro sensual, antes de dejarla marchar—. Ésa será tu habitación —le indicó despreocupadamente a continuación, señalando una puerta cerrada—. Si quieres, puedes empezar a limpiarla. Tal vez te lleve algo de tiempo, pero seguro que eso no supondrá un problema que mi habilidosa ayudante no pueda solucionar.


Luego, antes de que Paula se diera cuenta de lo que estaba ocurriendo, la condujo fuera del despacho y una fría puerta se volvió a cerrar delante de sus narices.




CAPITULO 16




Tras comunicarle a Natalie Wilson, en una llamada a cobro revertido, ya que sus fondos comenzaban a escasear, los problemas que tenía con el ayudante de Miss Dorothy, ésta sólo le dio un único y tajante consejo:
—No vuelvas sin esa novela.


«Vale, perfecto…» Paula estaba perdida en el culo del mundo, sin dinero, con un billete de avión del que nada más le habían pagado la ida y preguntándose qué demonios hacía allí y por qué nada era como le habían prometido.


Pero como era una mujer decidida y no pensaba marcharse sin conocer a la anciana y ver si en verdad era un fraude o simplemente estaba siendo sobreprotegida por aquel mastodonte sin cerebro, Paula hizo uso de sus escasos recursos y compró todo lo que su padre le había comentado en más de una ocasión que sería necesario para sobrevivir en cualquier situación.


Una vez cargada con esos pertrechos, se dirigió otra vez a la casa de Miss Dorothy y se sentó junto a la puerta con un saco de dormir y una mochila llena de provisiones.


La anciana tendría que salir en algún momento y entonces Paula hablaría con ella cara a cara y la convencería de que la escuchara…


Pero nadie salió de la casa en todo el día.


A la hora del almuerzo, el hombre se dignó echar un vistazo a través de la ventana para ver si Paula seguía allí. Ella le devolvió una severa mirada y siguió devorando su bocadillo de carne, a la espera de que pronto se ablandara el corazón de la anciana y estuviera dispuesta a recibirla. Pero al parecer eso no ocurrió.


A las seis de la tarde, Paula estaba ya bastante harta y también bastante desesperada por encontrar un inodoro, algo en lo que no había pensado al elaborar su perfecto plan. El hombre simplemente se rio ante su bailecito de «me lo hago encima» y, burlón, le señaló unos arbustos un tanto alejados.


—¡Ni de coña pienso hacerlo ahí! —gritó airadamente Paula, a lo que el pelirrojo respondió encogiéndose de hombros y con unas sonoras carcajadas.


Cuando Paula se debatía entre conducir hacia el pueblo a toda velocidad o usar los insultantes arbustos, recibió una llamada a su anticuado móvil, procedente de la causante de gran parte de sus problemas en esos instantes.


—¿Has conseguido ya hablar con Miss Dorothy? —preguntó Natalie—. Espero que no te hayas acomodado demasiado en esa casa y olvidado cuál es tu deber.


Ante estas palabras de reproche de la editora que la había engañado vilmente, la forma de tratarla de aquel neandertal que le negaba el paso y las irresistibles ganas de ir al baño, Paula olvidó que estaba hablando con una mujer a la que admiraba y soltó todas sus preocupaciones sin tapujos.


—¡Sí, estoy la mar de cómoda en el frío y húmedo suelo de las Highlands, congelándome el culo a la puerta de la casa porque un energúmeno se niega a dejarme entrar ni siquiera para poder utilizar el baño, algo que te juro que necesito desesperadamente en estos momentos! Al parecer, nada de lo que me dijiste es cierto, Natalie: ni esto es fácil de encontrar ni ese maravilloso ayudante de Miss Dorothy es simpático o amable. ¡A ese hombre no se le podrían dar esos calificativos ni en un millón de años! ¡Sólo es un bruto arrogante al que te juro cada vez tengo más ganas de apedrear! ¡Estoy dispuesta a aguantarlo prácticamente todo por conocer a esa anciana, pero no sé si podré resistir siquiera unos minutos en la misma casa con ese tipo sin recurrir a la violencia!


—¡Espera! ¡Espera! Ese hombre que me estás describiendo no es Luis… — interrumpió Natalie su furioso discurso.


—Entonces, ¿me puedes decir quién narices es? —preguntó Paula, perdiendo finalmente la paciencia con todo lo ocurrido hasta el momento.


—¡Llama ahora mismo a la puerta y dile que estoy al teléfono y que quiero hablar con él! —exigió la editora, irritada porque hasta el momento todo había sido una gran pérdida de tiempo.


—¡Cómo no! Pero no creas que ese tipo va a abrirme. ¡Llevo horas aquí fuera y no se ha dignado ofrecerme ni un puñetero vaso de agua!


—¡Oh, créeme, lo hará! —replicó Natalie Wilson totalmente confiada, porque sin duda sabía algo que a Paula se le escapaba.


—¡Eh, tú, hombre obtuso, abre la puerta que tengo a Natalie Wilson al teléfono y quiere hablar contigo! —gritó Paula, sabiendo que la ignoraría una vez más. Pero para su sorpresa, abrió la puerta, le arrebató el teléfono y volvió a cerrarla nuevamente en sus narices.


Paula pensó gritarle sus quejas por su grosero comportamiento, pero ansiosa por averiguar qué narices pasaba allí, pegó la oreja a la puerta, tras la que podía oír algún que otro airado grito de protesta del individuo.


—¡Qué! ¡No me jodas, Natalie! ¿Se puede saber por qué le has dado sólo un billete de ida? —oyó Paula claramente, junto con alguna que otra obscena maldición—. ¡No pienses ni por un instante que me voy a hacer responsable de ella! ¡Ven ahora mismo y llévatela de aquí! —ordenó furioso el pelirrojo, al parecer cada vez más desquiciado con la situación—. ¡Natalie! ¡Natalie! ¡No me cuelgues! ¡Joder! — volvió a protestar el despreciable sujeto, pero por lo visto la conversación había terminado.


Paula se alejó un poco de la puerta para simular que no había escuchado nada de esa extraña conversación. Cruzó los brazos, alegrándose de la reprimenda que sin duda él había recibido por parte de Natalie Wilson y disfrutó pensando en la que muy pronto recibiría de Miss Dorothy.


En el momento en que el irritado pelirrojo abrió la puerta de la casa y le devolvió bruscamente su móvil, Paula lo miró orgullosa, esperando una disculpa que, al parecer, nunca llegaría, porque él simplemente le dirigió una de sus miradas inquisidoras y, tras olvidar su enfado, con una misteriosa y socarrona sonrisa dejó caer unas palabras que acabarían con todos sus preciados sueños en un solo segundo.


—Aún no lo has comprendido, ¿verdad? —le preguntó irónico, abriendo la puerta de la casa—. Yo soy Miss Dorothy —añadió despreocupado, deleitándose vilmente con el efecto que a ella le había causado su asombrosa revelación.


Y Paula, ante los confusos pensamientos que se agolparon en su mente al conocer la impactante noticia que le confirmaba que aquel viaje había sido un gigantesco error, no supo qué hacer. Así que se limitó a correr hacia donde él le señaló que se encontraba el baño, para aliviar su vejiga, y por el camino intentó decidir qué narices hacer ahora que su sueño se había convertido en una auténtica pesadilla





CAPITULO 15





A la mañana siguiente, después de haber gastado gran parte del dinero para imprevistos que Natalie Wilson le había entregado, Paula consiguió al fin que el amable dueño de la pequeña posada le diera las indicaciones correctas que debía seguir. 


Desafortunadamente, nadie pudo informarla de quién era el desagradable pelirrojo que se había atravesado en su camino el día anterior, aunque sí le pareció volver a oír alguna que otra inquietante y burlona risita cuando empezó a explicar animadamente el trabajo que la había llevado hasta ese recóndito lugar, y eso empezaba ya a darle mala espina.


¿Qué narices pasaba con Miss Dorothy en realidad? ¿Es que la ancianita no era como todos pensaban en Nueva York? ¿Acaso tenía engañado a todo el mundo? Y si así fuera, ¿cuál era su verdadera personalidad y en qué lío se había metido ella al aceptar hacer aquel viaje sin pensar en las consecuencias?


No, todo el mundo no podía estar equivocado al considerar a Miss Dorothy una noble y trabajadora mujer, la única escritora que había conseguido llegar tan profundamente al corazón de las mujeres y hacerlas emocionarse e impacientarse con unos protagonistas a los que adoraban.


Alguien que escribía así no podía ser mala persona. Tal vez en su retiro, y con la frustración de su problema de salud, hubiera desarrollado un poco de mal genio. Pero sin duda, una mujer como ésa nunca podría negarse a verla. Y ella estaba allí para que la escritora abriera nuevamente su corazón al público que tanto la esperaba.


Paula condujo con el maldito navegador desconectado, antes de que le volviera a aconsejar que embistiera otra hilera de árboles, mientras escuchaba la música en una emisora local y tarareaba alegremente las pegadizas canciones.


Finalmente, tras adentrarse en un estrecho y apartado camino, encontró una vieja y rústica casa de piedra y madera, bastante idílica en medio del esplendor de la naturaleza. Nada más verla, Paula no tuvo ninguna duda de que era el hogar de la entrañable Miss Dorothy.


Aparcó cerca de la casa, cogió su enorme bolso, donde, entre otras cosas, guardaba su amado manuscrito, y, con los nervios a flor de piel porque en pocos minutos conocería a aquella talentosa mujer, llamó a la puerta impaciente.


Tardaban un poco en abrir, así que volvió a llamar y por fin oyó unos pasos que se acercaban. Sonrió emocionada, sin dejar de abrazar nerviosa su bolso contra su pecho, pero cuando la puerta se abrió, su sonrisa se borró por completo al ver que el desagradable hombre del día anterior aparecía ante ella.


El enorme energúmeno, con su casi metro noventa de estatura, su fuerte y poderoso cuerpo, sus hermosos ojos castaños y su llamativo pelo rojo, al que había deseado no volver a ver en la vida, la devoraba de nuevo con su ávida mirada, al tiempo que le dirigía una burlona sonrisa, sin duda vanagloriándose de su vil jugada.


Ese ultrajante sujeto debía de ser Luis, el ayudante de Miss Dorothy. El único problema era que a Paula en ningún momento le pareció tan amable y formal como Natalie lo describió. En esos instantes se preguntó qué más le habría ocultado la responsable de la Editorial Violeta al endilgarle ese trabajo que ya no parecía tan maravilloso como en al principio.


—Veo que finalmente encontraste el camino —comentó él socarronamente, impidiéndole la entrada a la casa con su cuerpo.


—¡Me lo indicaste mal a propósito para que me perdiera! —lo culpó Paula muy enfadada, señalándolo acusadora con un dedo.


—No, cariño, te guie hacia un lugar donde te recibirían con los brazos abiertos para pasar la noche, porque, créeme cuando te digo esto: aquí no eres bienvenida.


—Ni siquiera sabes para qué he venido... —replicó ella.


—Vamos a ver si me equivoco... —dedujo el pelirrojo, apoyándose en la puerta y cerrándola bruscamente para que ninguna cotilla naricilla curioseara lo que había en la casa—. Eres una nueva incauta que trabaja para Natalie Wilson y que ha venido hasta aquí para conseguir que Miss Dorothy termine el dichoso libro de una vez.


—¡No soy ninguna incauta! Y he venido hasta aquí decidida a hacer que esa encantadora anciana me escuche. Por lo tanto, ¡me niego a irme sin haber hablado con ella! —exclamó Paula, insistiendo en ser escuchada.


—Esto se pone interesante —contestó burlón el desagradable sujeto, ampliando su irónica sonrisa—. Tú no trabajas para la editorial, ¿verdad? —añadió, sin duda para denigrar su posición.


—No… Natalie Wilson me contrató para que hablara con Miss Dorothy y solucionara sus problemas de creatividad. Y además me dijo que ella estaría encantada de ayudarme con mi propio manuscrito.


—¡No me jodas! ¿Eres una de esas desquiciadas fans? —inquirió el sujeto, ocultando con desesperación su rostro tras una de sus fuertes manos.


—No, sólo soy una persona a la que le gusta el trabajo de esa gran mujer que es Miss Dorothy. Y ahora, si me permites... —dijo Paula, intentando pasar por su lado para llegar a su objetivo.


—Vamos a ver si tu insignificante mente femenina entiende lo que intento decir: te puedo asegurar al cien por cien que Miss Dorothy no piensa recibirte. Ni ahora ni nunca —aseveró él con crudeza, interponiéndose en su camino.


—¡Venga ya, pero si ni siquiera has entrado a preguntarle! —se quejó Paula ante su insufrible arrogancia.


—Eso, preciosa, es por el privilegio de ser la persona que mejor conoce a Miss Dorothy en todo el mundo —replicó el hombre, alzando con una mano el decidido rostro de aquella joven, para mirar sus bellos ojos violeta—. No es necesario preguntar, porque sé en todo momento cuáles son los pensamientos de esa, como tú muy bien has descrito, «noble anciana». —Se rio cínicamente, sin que Paula llegara a comprender dónde estaba la estúpida broma que al parecer sólo él entendía.


Luego, simplemente se metió en la casa y le cerró la puerta en las narices, dispuesto a dejarla fuera. Pero ella estaba más que dispuesta a convertirse en alguien importante en la vida de esa anciana que se había abierto camino en el corazón de tantas jóvenes escritoras.