lunes, 7 de enero de 2019
CAPITULO 66
Natalie Wilson miraba asombrada el teléfono que sostenía entre las manos sin llegar a creerse todavía que aquella dulce joven a la que le había encomendado la tarea, fuera la impertinente que le había colgado el teléfono en la cara. Después de pensarlo detenidamente, admitió que el encargo no era fácil, ya que ella misma, en dos años, no había conseguido ni una sola palabra de la endemoniada Miss Dorothy.
Tras repasar la decena de personas que había enviado en busca de ese libro y que habían vuelto con las manos vacías, recapacitó y llegó a la conclusión de que Paula posiblemente se sintiera un poco agobiada. Aunque aún no comprendía cómo una persona como ella se atrevía a levantarle la voz a un superior, cuando su futuro pendía de un hilo del que ella podía tirar para que alguien leyera al fin su dichoso manuscrito.
Después de revisar su correo electrónico, un tanto agradecida por tener ya los primeros capítulos de esa novela que todo el mundo le reclamaba, Natalie decidió echar un vistazo al principio del libro antes de presentárselo a su jefe.
Cuando acabó de leer el primer capítulo, vio que la maliciosa Miss Dorothy, un tanto ultrajada por las airadas críticas a sus novelas debido a las numerosas escenas de sexo que incluía en ellas, se había entretenido en poner la obscena frase «y follaron para siempre» cada dos párrafos.
Así que si Natalie quería entregarle a su jefe algo que no le tirara a la cara después de señalarle la puerta, tendría que pasarse toda la noche eliminando esos gazapos. El resultado sería una entrega tardía del prometido adelanto, lo que le supondría gritos, regañinas y nuevas amenazas de perder su puesto de trabajo. Y todo gracias a la adorable Miss Dorothy y a una de sus nuevas jugarretas.
No le extrañaba que Paula le hubiera gritado por teléfono. Definitivamente, cualquier persona que pasara más de unas pocas horas en compañía del autor de Redes de amor acabaría crispada y necesitando un psicólogo, como ese al que acudía ella todos los martes desde que tuvo la maravillosa idea de promocionar esos libros que le habían traído tanta fama, pero que ahora sólo constituían un gran dolor de cabeza.
Visto así, era de lo más normal que el dulce temperamento de aquella joven se hubiera agriado. Si para cuando terminase ese trabajo Paula aún seguía cuerda, ella haría todo lo posible para que alguien leyera su obra. Después de todo, alguien tan responsable como esa chica, que no le acarreaba ningún problema, no merecía nada más que sus halagos aunque se hubiese vuelto un poquito insolente.
Cuando Natalie salió de la oficina, dispuesta a tomarse un merecido descanso tras ser reprendida severamente por su atrasado trabajo, se dirigió hacia su venerado coche deportivo, que se hallaba en un estacionamiento de la calle reservado para ella. En el momento en que llegara a casa se daría un relajante baño de espuma en su lujoso piso y luego se dedicaría a su ardua tarea con la novela de Miss Dorothy.
En el instante en que la puliera, quedaría perfecta y, tras entregársela a su jefe, no tendría que escuchar más de sus imaginativas quejas pronunciadas con aquel plural mayestático que tanto la molestaba. Al fin comenzaba a irle todo bien, o eso pensaba Natalie antes de ver a un atractivo hombre de profundos ojos castaños y descuidados cabellos oscuros, más o menos de su edad, apoyado despreocupadamente en su coche, por lo que ella asumió que estaba esperando a alguien.
La editora estaba más que dispuesta a apartarlo de la lujosa carrocería de su vehículo con algún discreto coqueteo que no lo ofendiera demasiado, cuando el hombre la miró fijamente, le enseñó unos extraños cables que ella no tenía ni idea de para qué podrían servir, pero que estaba segura que pertenecían a su amado automóvil, y le habló con decisión:
—Usted y yo tenemos que hablar sobre el lugar a donde ha mandado a mi hija. Y lo más importante: me va a explicar detenidamente quién es Miss Dorothy...
«¡Mierda!», pensó Natalie, mientras observaba la empecinada mirada de aquel protector padre que estaba decidido a saber la verdad. ¿Y cómo le explicaba a un hombre como ése que había mandado a su inocente hija con un rudo pelirrojo de casi un metro noventa de estatura, un mal genio terrible y que escribía novelas eróticas bajo un ridículo seudónimo, simplemente porque estaba desesperada ante la idea de acabar en la calle?
«Muy simple, Natalie, haz como siempre: miente, miente mucho y miente más todavía», se dijo la editora, un tanto inquieta, dedicándole a aquel hombre su más falsa sonrisa. Algo que, a juzgar por el rudo gesto de él, no llegó a encandilarlo en absoluto
CAPITULO 65
Tras apenas quince minutos de estar encerrado en su estudio, Pedro salió. Y, declarando que estaba bloqueado, se fue con su amigo al pueblo para un merecido descanso. A Paula le dieron ganas de gritarle que llevaba más de dos años de descanso y que eso sólo era una excusa barata para perder el tiempo haciendo de nuevo el vago, pero esta vez acompañado.
Se suponía que su tarde iba a ser tranquila. Y más aún después de que los dos amigos desaparecieran de su vista, concediéndole los momentos de paz que tanto necesitaba para concentrarse en su historia. Pero en medio de la redacción de uno de los primeros capítulos, le sonó el móvil.
Al pensar que serían aquel par de idiotas contándole alguna de las nuevas sandeces que habían planeado hacer en el pueblo, como comprarle ropa interior comestible o regalarle una película porno, Paula se tomó su tiempo para contestar y cuando al fin lo hizo, deseó haber perdido el teléfono en algún recóndito hueco del sofá en el que estaba, para no tener que escuchar las exigencias de una mujer histérica que le pedía cosas imposibles, creyendo erróneamente que ella podía hacer milagros.
—¿Ha terminado Miss Dorothy ya su novela? —preguntó impaciente Natalie Wilson, cuestionando lo que estaba realmente haciendo Paula si el trabajo de Pedro no avanzaba.
—Está en ello —respondió ella desvergonzadamente, sin ningún remordimiento, ya que aquella mujer la había engañado desde el principio con gran descaro.
—Eso me dijiste la semana pasada y no veo que su novela haya avanzado demasiado —insistió Natalie impertinente, siendo ignorada por Paula, que en esos momentos estaba ocupada tratando de descifrar qué quería decir una anotación de Pedro en un margen del capítulo de su manuscrito.
—Ajá —contestó, demasiado perdida en sus cavilaciones como para prestar atención a las innumerables quejas de la editora.
—¿De verdad estás haciendo tu trabajo, Paula, o sólo te estás divirtiendo, tomando tu deber como unas espléndidas vacaciones? —inquirió Natalie, consiguiendo que finalmente ella le prestara toda su atención.
¡Eso sí que no! ¡Después de todo lo que había aguantado, no pensaba permitir que nadie le dijera que no estaba haciendo su trabajo!
Porque a pesar de todas las dificultades por las que había atravesado y las decenas de obstáculos que Pedro le había puesto en el camino, ella seguía allí, insistiendo una y otra vez en que la adorable Miss Dorothy, que nunca había sido tal, terminase al fin su esperada última novela.
Así que, dejando todas las distracciones de lado y cogiendo aire, se dispuso a enfrentarse a aquella mujer que aún no sabía lo que conllevaba tratar cara a cara con el insufrible Pedro Alfonso cuando éste estaba de mal humor.
—¡No te atrevas a decirme que no estoy haciendo mi trabajo! ¡He sido tratada como una criada para pagar mi manutención, abandonada en una gasolinera, abochornada en un bar, casi me muero de frío el primer día que pasé en esta casa… y qué decir de los halagadores insultos que he recibido de ese hombre, dirigidos tanto a mí como a mi manuscrito! Y a pesar de todo, sigo aquí, insistiéndole continuamente para que termine su novela. Si encuentras a alguien con más agallas que yo para aguantarlo, avísame para que renuncie, porque estaré más que encantada de dejar este trabajo. ¡Y ahora, déjame en paz, Natalie! Como tú y yo sabemos, Pedro acabará ese libro cuando le dé la real gana, ¡ni un minuto antes ni uno después! —concluyó Paula muy alterada, colgándole bruscamente el teléfono a su jefa, preguntándose si
Natalie Wilson tendría lo que había que tener para enfrentarse con Pedro y sustituirla en su deber, que básicamente consistía en ser la niñera de un vago que sólo sabía hacerle la vida imposible, mientras terminaba lo más despacio posible su estúpida novela.
CAPITULO 64
Durante toda la mañana, mientras yo intentaba escribir algo de mi rehecha novela para que Miss Dorothy se sintiera orgullosa de mí, Esteban no hizo otra cosa que incordiarme con estúpidas preguntas sobre la relación que mantenía con Pedro, preguntas que yo eludía, ya que ni yo misma era capaz de definir el tipo de relación que tenía en realidad con ese irritante sujeto.
—¿Qué eres para mi amigo? —curioseó Esteban impertinente, sentándose a mi lado en el sofá, mientras yo le dirigía apenas una mirada para contestar esa estúpida pregunta.
—Según Pedro, un molesto incordio.
—Te puedo decir que él no trata a las personas que lo incomodan como te trata a ti —manifestó amigablemente Esteban, intentando hacer de celestina entre mi irritable escritor y yo.
—Y yo te puedo asegurar que sé de primera mano cómo trata Pedro a las personas que lo fastidian —contesté, molesta al recordar cada una de las jugarretas que me había gastado.
—Debes de quererlo mucho para continuar aún aquí —señaló Esteban sonriéndome burlón, mientras intentaba ver amor donde en verdad sólo había sexo.
—O estar muy desesperada por publicar mi novela... —declaré, dejando mis anotaciones a un lado para aclararle que lo que había entre Pedro y yo nunca llegaría a ser amor.
Aunque sólo fuera porque él no quería amarme… Pero eso nunca se lo confesaría a aquel entrometido y, sin duda, leal amigo.
—Sin embargo, cuando él está presente no hay nadie más para ti en la habitación. Y a pesar de saber lo cabrón que puede llegar a ser, todavía lo admiras. Si crees que negando lo que sientes vas a conseguir que ese sentimiento desaparezca, estás muy equivocada. Y como actriz eres pésima al tratar de ocultar que lo amas, aunque he de reconocerte que él es aún más nefasto que tú intentando esconder que te quiere.
—Pedro nunca me dirá que me quiere —dije, tratando de esconder mis lágrimas por todos los ocultos sentimientos que Esteban me había hecho recordar.
—Que Pedro no pronuncie un «te quiero» no significa que no lo sienta. Yo, al contrario que él, lo grito continuamente en la pantalla. Y pese a decirlo tanto, sólo lo sentí una vez y, como un idiota, la dejé escapar. No hagas tú lo mismo con Pedro — me aconsejó Esteban, mostrándome una cara del actor que pocos veían, y haciéndome reflexionar sobre si necesitaba escuchar esas palabras para sentirme querida o en realidad no era más que un capricho para asegurarme de que en verdad era amada.
Después de sus sabias palabras, Esteban me dejó a solas con mis enredados pensamientos sobre aquel hombre que me volvía loca y con la historia de amor que yo estaba escribiendo, que ya no me parecía tan real como antes.
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