domingo, 23 de diciembre de 2018
CAPITULO 22
Mientras cantaba en la ducha, reflexioné sobre mi situación, intentando encontrar una solución que mantuviera a aquella enervante chica lejos de mi hogar y a mí nuevamente contento con mi soledad y mi alejamiento del ajetreado mundo que tanto me molestaba. Pero una vez más, mi mente comenzó a divagar y volví a entonar bajo la ducha aquella machista canción escocesa que seguramente le molestaría.
La verdad era que por más que intentaba olvidarme de todo lo que había ocurrido hasta ese momento con ella y borrarla de mi mente, como hacía siempre con los impertinentes individuos que me mandaba Natalie, no podía hacerlo. Y eso sólo se debía a que no conseguía quitarme de la cabeza los excitantes sonidos que habían salido de sus labios esa mañana.
Mis manos todavía recordaban el tacto de su cuerpo y esa imagen de ella llegando al orgasmo entre mis brazos había quedado grabada en mi memoria para pasar a formar parte de mis sueños más eróticos.
Mi miembro se alzó de nuevo ante los gratos recuerdos, un tanto insatisfecho todavía por la interrupción. Pero yo no soy el tipo de hombre que se aprovecha de una situación como ésa, a pesar de lo que algunos creen. Y más aún con una mujer que me había mirado tan confusa como asustada. Luego lo hizo con odio y bastante ofendida, pero su primera respuesta fue la que me llevó a apartarme de ella.
Sin duda, involucrarme con la dulce Paula era algo que no debía hacer. Entre otras cosas porque ella era de las que se enamoran, y yo no soy de ésos: mientras los hombres como yo saben separar el sexo del amor, algunas mujeres todavía no han aprendido a hacerlo. Y, para mi desgracia, la atractiva joven que había irrumpido en mi vida, indudablemente era una de éstas.
Miré cómo mi impaciente miembro, aún erecto, me reclamaba un alivio y empecé a acariciarme rememorando los cautivadores gemidos de Paula. Recordé lo poco que había podido atisbar de su desnudo y hermoso cuerpo sonrojado por el placer, e intenté imaginar qué habría pasado si su mirada hubiera sido de deseo y yo no hubiese sido un hombre con escrúpulos.
Cuando la cosa comenzaba a ponerse interesante en mi imaginación, un chorro de agua fría me devolvió a la realidad. Mi mente se olvidó de la sensual imagen de esa bruja que me había dejado tremendamente insatisfecho y además había conseguido helarme las pelotas.
Me sequé rápidamente y me puse el albornoz que tenía detrás de la puerta. En ese momento llegué a dos conclusiones: una, que esa mujer era muy peligrosa para mi paz mental y mi entrepierna; y dos, que tenía que deshacerme de ella como fuese. Así que salí del baño dispuesto a olvidar todo lo ocurrido y a poner de nuevo a prueba su paciencia.
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