domingo, 23 de diciembre de 2018

CAPITULO 21




Pedro estaba teniendo un maravilloso despertar.


Soñaba que tenía a una atractiva mujer en su cama y su erguido miembro se adaptaba de maravilla al pequeño trasero que se acomodaba junto a él, mientras sus manos acogían dos sensuales senos. La pega era que unas cuantas capas de ropa le impedían disfrutar del tacto de aquella sublime sirena que lo tentaba con su cálido cuerpo.


Nada que no tuviera fácil solución. Sus manos alzaron un poco el molesto estorbo que se interponía en su camino hasta dar con dos pequeños pechos envueltos en un tentador encaje. Los acarició lentamente, obteniendo dulces gemidos de placer de su imaginaria amante, y, guiándose por los encantadores sonidos de esa voz femenina que invadía sus sueños, bajó con brusquedad el encaje de su sujetador para acariciar con deleite sus erguidos pezones, que torturó con leves caricias y pellizcos que la hacían retorcerse entre sus brazos. Y ya que ese sueño parecía tan real, Pedro decidió seguir probando hasta dónde podía hacer que esa mujer gimiera de placer.


Mientras una de sus manos seguía jugando con sus tentadores pechos, la otra bajó lentamente por su cuerpo haciéndola estremecer. Y cuando se introdujo en sus braguitas, la halló húmeda y lista para el goce.


La empujó hacia su duro miembro y ella frotó su trasero contra su erección, mientras Pedro le acariciaba el sedoso vértice de su entrepierna, esparciendo la dulce miel de su deseo hasta hacerla gemir de impaciencia. Cuando al fin introdujo un dedo en su interior, la mujer de sus sueños tuvo un increíble orgasmo que la hizo retorcerse entre sus brazos. Y aunque no dijo su nombre, sí gritó su agónico placer junto a su oído, haciéndole darse cuenta repentinamente de que aquello no era un sueño y de que sí, efectivamente, tenía una mujer al lado, pero una que sin duda alguna en unos segundos le cortaría los brazos u otra parte más valiosa de su anatomía.


En el instante en el que Pedro abrió los ojos a la realidad, tuvo tiempo de deleitarse por unos momentos con el precioso cuerpo de la mujer y con el hermoso rostro todavía sumido en mitad del placer. Luego los ojos de ella se abrieron también y si en un principio lo miró confusa, luego simplemente lo culpó con una de sus intransigentes miradas, mientras de sus labios salía una fría orden que él no pudo negarse a cumplir.


—¡Quítame las manos de encima! —dijo lentamente Paula, sin moverse ni un milímetro de la humillante postura en la que se encontraba, pero al parecer decidida a matar a aquel tipo y deshacerse de su cadáver.


Pedro separó despacio las manos de su cuerpo, primero la que descansaba entre sus muslos y luego la que tan plácidamente acogía uno de sus senos. A continuación, las levantó, indicando que no estaba armado, aunque su entrepierna dijera lo contrario.


—¡¿Qué narices hacías metiéndome mano?! —gritó Paula furiosa, levantándose de la cama y alejándose unos pasos para enfrentarse con sensatez a la locura que le había ocurrido con ese hombre.


Por desgracia, eso no pudo ser, porque si bien la pasada noche no se había percatado de ello, ahora sí podía afirmar con toda seguridad que él dormía sin ropa, o por lo menos así lo sugería el desnudo pecho que quedaba expuesto ante ella y las leves sábanas que ocultaban el resto de su cuerpo, ya que las gruesas mantas habían sido arrojadas a un lado durante los momentos de pasión que ahora Paula se negaba a
recordar, aunque todavía los tenía muy presentes en su memoria.


—¿No crees que debería ser yo quien te preguntase a ti qué narices hacías en mi cama? —preguntó el pelirrojo, alzando interrogante una de sus impertinentes cejas, mientras cruzaba sus fuertes brazos delante de su pecho, intentando reprender a la intrusa que no había terminado de cumplir sus dulces sueños.


—¡Tú sabes muy bien qué hago aquí! ¡Ésta es la única habitación de la casa que tiene calefacción! Creía que lo hacías sólo porque eres un cabrón, ¡pero ahora sé que era para llevarme a la cama! —gritó airada Paula, dispuesta a dejarle muy claro que ella no era otra de sus conquistas y que por nada del mundo se acostaría con un hombre como él.


Pero ante su asombro, Pedro echó la cabeza hacia atrás y soltó las más estruendosas carcajadas que había oído nunca. Cuando se calmó un poco de su ataque de risa y su mirada volvió a encontrarse con la de ella, esta vez Paula lo miraba, además de con odio, un tanto ofendida por su respuesta.


—Cariño, créeme cuando te digo que no me hace falta ningún truco para llevarme a alguien a la cama. Sí, quité la calefacción de todas las habitaciones excepto de la mía, como suelo hacer todas las noches, pero en ningún momento esperé que fueras tan directa como para meterte en la cama conmigo. Con respecto a lo que ha pasado, yo estaba teniendo un placentero sueño y, al parecer, tú también, ya que me has respondido, o por lo menos lo ha hecho tu cuerpo. Y no creo que debas ser tú precisamente la que esté furiosa, porque mientras yo te he complacido gratamente, tú no has hecho nada por mí —concluyó sarcástico, apartando las sábanas que tapaban su evidente excitación—. Ahora, si me perdonas, tengo que darme una ducha helada y disfrutar de un delicioso y nutritivo desayuno que, sin duda, mi ayudante tendrá listo en unos minutos —añadió, recordándole a Paula cuál era su sitio, mientras pasaba tan tranquilo junto a ella completamente desnudo, sin que el frío afectara a ninguna de las partes de su cuerpo en su camino hacia el cuarto de baño.


—¡Eres un cerdo y por nada del mundo me acostaría con un hombre como tú! — gritó Paula furiosa a aquel trasero desnudo que se alejaba por el pasillo.


La inquietante respuesta de él fueron de nuevo unas sonoras carcajadas de deleite que hicieron que ella se plantease en qué lío se estaba metiendo. ¿De verdad todo aquello valía la pena?, se preguntaba mientras se dirigía hacia la cocina. Y la respuesta se la dio ella misma cuando su sueño de convertirse en escritora volvió a su mente.


—Sí, vale la pena —se dijo para darse ánimos, preguntándose qué otros obstáculos pondría aquel arrogante hombre en su camino.


En el momento en que Paula volvió al gélido salón y lo oyó cantar alegremente bajo la ducha, no dudó en ayudarlo a cumplir sus deseos de esa mañana, y entrando con decisión en la cocina, apagó el calentador eléctrico mientras le deseaba una feliz y helada ducha matutina.



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