sábado, 22 de diciembre de 2018

CAPITULO 18




Bueno, al final había conseguido quedarse allí. 


Ahora sólo tenía que procurar no discutir mucho con él y recordarle cuál era su deber como escritor. Salió de la casa para recoger su equipaje e instalarse en aquella habitación que al parecer estaba algo desordenada. Pero ¿qué era un poco de polvo para una mujer que trabajaba todo el día entre grasa y aceites de motor? Sin duda no se le caerían los anillos por coger una escoba y un trapo.


Cuando Paula llegó con su equipaje frente a la habitación que le había sido asignada, suspiró preparada para encontrarse una vieja cama destartalada y algún que otro mueble un tanto mohoso. Pero nada la había preparado para lo que vio en el instante en el que abrió la puerta.


—¡Hijo de puta! —masculló ante la visión que le daba la bienvenida a su nuevo lugar de descanso.


Aquella habitación no podría ser habitable en la vida, sobre todo cuando parecía más un pequeño trastero que un confortable dormitorio. Estaba atestada por una montaña de cajas viejas repletas de papeles, libros y algún que otro objeto raro, como una gaita o una cabeza de alce.


Al fondo de la misma, Paula creyó atisbar una vieja cama a la que no podía llegar por la innumerable cantidad de objetos que se interponían en su camino. Para lograr que ese lugar estuviera mínimamente decente, tendría que dedicar más de una semana de su vida a limpiar la basura, pero como estaba más que decidida a quedarse, se remangó las mangas del jersey y se puso manos a la obra.


Si ese hombre quería deshacerse de ella, tendría que utilizar algo más que eso para acabar con su determinación. Al parecer, la guerra había comenzado y sólo ganaría el más fuerte. Y éste, estaba segura de ello, no era un tipo que se ocultaba cobardemente tras la fachada de una adorable ancianita.




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