viernes, 28 de diciembre de 2018
CAPITULO 36
Después de aquel dolor tan insufrible, que sin duda me tenía bien merecido por ser tan canalla con ella, decidí hacer las paces con Paula invitándola a cenar.
Tras asegurarle una decena de veces de que no la abandonaría en el restaurante, que no me escabulliría por la ventanilla del baño dejándole la cuenta o alguna estupidez por el estilo, finalmente, aunque algo reticente, aceptó cenar conmigo.
Que cada una de las palabras que salían de la boca de esa mujer me hicieran parecer un miserable sin escrúpulos me hizo darme cuenta de lo mal que me había portado con ella. Pero lo que más me impresionó fue que su opinión comenzara a importarme, cuando en verdad nunca me había interesado lo que otros pudieran pensar sobre mí o mi mal carácter.
La presencia de Paula en mi vida empezaba a afectarme, y aún no sabía si era para bien. Verla en aquel escenario, tan perdida y desvalida, por unos instantes me había hecho querer protegerla de todas aquellas indecentes miradas y no podía perdonarme haber sido yo quien la había metido en esa situación.
Pero una vez más, ella me había sorprendido, y sus ojos violeta me habían mirado desafiantes mientras se dirigían hacia mí para darme mi merecido. Con su gesto había logrado acallar a la escandalosa multitud, y cuando se acercó a mí como una altiva y vengativa diosa, deseé por primera vez en mi vida decir que una mujer me pertenecía.
Pensé en disculparme con ella, pero ¿cómo decir nada después de lo que había hecho? Parecería un gesto tan vacío e inútil que renuncié a ello, así que me comporté de manera tan arrogante como siempre.
Luego, simplemente la seguí fascinado, preguntándome una vez más qué coño estaba haciendo esa mujer con mi vida, porque estaba claro que me estaba volviendo loco, y eso era algo que en esos momentos no necesitaba.
Antes de dirigirnos al restaurante en el que había reservado mesa ante la atenta mirada de Paula, que todavía dudaba de mi palabra, decidí pasarme por una librería para comprarle alguna bonita ofrenda de paz, ¿y qué mejor regalo para una ávida lectora que un nuevo libro para su colección? Por supuesto, ella no dudó en arrastrarme hacia uno de los de Miss Dorothy, el último de ellos. En una nueva edición de tapa dura con una actualizada ilustración.
Increíblemente, ese maldito libro que tanto detestaba, pero que me daba de comer,
permanecía aún entre los más vendidos. Le permití que lo cogiera, a pesar de que deseaba arrojarlo a la basura, y ya me dirigía hacia la cola para pagar el dichoso regalito cuando Paula, con una inmensa sonrisa, me señaló los diez libros más vendidos. Y yo, anonadado, vi que el libro de Miss Dorothy había quedado relegado al segundo puesto, compartiendo estante con uno titulado ¡Aprende Pilates con Johann!, que, asombrosamente, ocupaba el primer puesto.
No pude remediarlo y mi mal genio se hizo patente ante tan tremenda ofensa para un escritor. Detuve al primer empleado con el que me crucé y le pregunté un tanto amenazante:
—¿Cuánto por quitar ese libro de entre los más vendidos? —dije, señalando mi obra, dispuesto a que no compartiera espacio con un manual de cómo mover el culo sobre una esterilla.
—Señor, en general me preguntan lo contrario —contestó el joven, bastante sorprendido con mi reacción—. No obstante, ese libro no se puede quitar de ese estante a no ser por requerimiento expreso y por escrito del autor o de la editorial, y como no le veo ninguna acreditación de la misma, y estoy seguro de que usted no es Miss Dorothy, siento no poder ayudarlo, pero el libro se queda donde está.
Cuando el muchacho escapó de mí, dejándome molesto con todo aquel lamentable asunto, Paula no dudó en aprovechar el momento y poner el dedo en la llaga.
—¡Vaya por Dios, otro que no te reconoce! —susurró burlona junto a mi oído, mientras se dirigía alegremente hacia la caja con su preciada nueva adquisición, dando algún que otro leve saltito de deleite por el camino.
Y esa frase que en otra ocasión me habría molestado, ahora sólo hizo asomar una sonrisa a mis labios, ayudándome a olvidar ese mal trago. Porque así era ella: yo nunca sabía con lo que podía sorprenderme: podía ser una diosa vengativa, una fan ilusionada, una mecánica experta, una guardiana persistente, una mujer apasionada… y lo peor de todo, es que a mí empezaban a gustarme todas y cada una de las caras que podía mostrar.
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