sábado, 29 de diciembre de 2018
CAPITULO 38
—Señorita Wilson, nos gusta mucho tenerla con nosotros en este programa. Pero nos agradaría mucho más poder contar por una vez con la presencia de Miss Dorothy, algo que su editorial siempre nos promete para luego negarnos en el último momento — comentaba, en un plató de televisión repleto de fans un tanto alteradas, la famosa presentadora de veintiséis años Abril Davis, conocida en todo Nueva York por ser una
arpía de cuidado.
Natalie, acostumbrada en los dos últimos años al acoso de personas que se estaban empezando a hartar del fenómeno Miss Dorothy, hizo lo que siempre hacía: sonrió amablemente como si fuera idiota, cuando lo único de lo que tenía ganas era de matar a su jefe por haberle hecho aceptar esa entrevista, y tirarle del moño a aquella jovencita desquiciante que se hallaba en la cúspide de la fama y que nunca tendría que tratar con un personaje tan exasperante como su maldita autora.
—Lo lamento una vez más, pero Miss Dorothy se dirigía hacia el plató cuando ha vuelto a recaer de sus problemas de salud. Ha tenido un severo ataque y ha sido trasladada al hospital hace unas horas, por lo que no podremos disfrutar del placer de su compañía esta noche —explicó Natalie, mostrando un afligido rostro ante todas las fans de Miss Dorothy.
«¡Bien, se lo han tragado!», pensó Natalie orgullosa cuando oyó cómo el público, consternado, susurraba alguna que otra palabra de ánimo hacia la escritora. Después de eso, llegó a la conclusión de que debería haber sido actriz en vez de editora. Seguro que esa carrera le hubiera dado menos dolores de cabeza y nunca habría tenido la desgracia de toparse con Miss Dorothy.
—Sí, todos estamos muy turbados por esta mala noticia —comentó despreocupadamente la presentadora, restándole importancia a la trágica historia que Natalie se había inventado—. Pero también nos preguntamos: ¿qué rara enfermedad tiene Miss Dorothy que siempre le impide mostrarse en público?
Ante esa inesperada pregunta, Natalie se limitó a sonreír, mientras rogaba por que se le cayera un foco en la cabeza a la presentadora, acabando así con aquella molesta entrevista y sus impertinentes preguntas.
—Miss Dorothy no quiere que los medios hablen de su enfermedad, por lo que yo tengo que respetar los deseos de mi autora.
—Sí, por supuesto. Comprendemos que, en los últimos años y debido a «su enfermedad», Miss Dorothy no haya podido presentarse a ningún acto de los que tenía programado —señaló burlonamente la joven presentadora, que estaba empezando a sacar a Natalie de sus casillas—, pero nos preguntamos por qué motivo nunca hemos podido ver a Miss Dorothy antes de eso.
Natalie le sonrió de nuevo, deseando patearle los riñones con sus tacones de aguja, y un tanto crispada de que tuviera la misma dichosa costumbre que su jefe de hablar de sí misma en primera persona del plural. Natalie mostró el amable gesto que siempre adoptaba ante su superior cuando él hacía eso, intensificó su sonrisa y, tal como estaba acostumbrada a hacer, mintió, mintió y volvió a mentir a todo el mundo sin que apenas se notara.
—Cuando empezamos a publicar las novelas de Miss Dorothy, nuestra adorada autora ya tenía una avanzada edad, por lo que supimos que no podría hacer acto de presencia en muchas de las actividades de promoción que le programamos. Poco antes de publicar su primer libro, Miss Dorothy tuvo conocimiento de la grave enfermedad que la afectaba y es entonces cuando comenzó su lucha a vida o muerte.
«¡Toma ya! ¡Rebate eso, zorra!», pensó, mientras se metía al público en el bolsillo y sacaba alguna que otra lágrima de alguna de las espectadoras.
—Entonces, ¿me está usted diciendo, Natalie, que empezaron a publicar una saga
que no sabían si la autora podría llegar a terminar? —preguntó la presentadora,
echándole encima a los cientos de ávidas lectoras que minutos antes estaban de su lado.
«¡Jodida hija de…!», maldijo Natalie, pensando seriamente en desmayarse o representar algún síntoma del ficticio malestar de Miss Dorothy para poder decir en el plató de aquella arpía que la enfermedad de su escritora era contagiosa, a ver si la presentadora sabía qué hacer cuando el pánico inundara su programa. Gracias a Dios que recibió en ese momento la llamada que había acordado anteriormente con su ayudante, y la atendió enseguida, ignorando la mirada de reproche que le dirigía la presentadora por haber dejado encendido su teléfono durante la entrevista y, además, tener la osadía de coger una llamada en mitad del programa.
Mientras su joven becario, con gran aburrimiento, le contaba a través del teléfono
noticias deportivas o del tiempo que a Natalie la traían sin cuidado, cumpliendo así con su encargo para sacarla del aprieto, ella mostraba un alegre semblante, como si acabara de recibir la mejor noticia del mundo, cuando en verdad su ayudante en ese momento le estaba cantando el eslogan de un anuncio de bebidas.
En mitad de la tercera estrofa, Natalie cortó la llamada dispuesta a despedir a un nuevo becario y anunció contenta al público la repentina recuperación de Miss Dorothy y cómo ésta reclamaba su presencia junto a su cama del hospital, por lo que tenía que marcharse.
Ante la atónita mirada de la presentadora, que aún tenía que llenar quince minutos de programa, Natalie se fue despidiéndose de todos con cordialidad y prometiendo tener pronto el próximo libro de la maravillosa autora que pondría fin a la saga que tanto adoraban. Les recordó también que la editorial había dejado algunos regalos de promoción para el público, lo que hizo que se emocionaran y se revolvieran un poco ante el deseo de tenerlos ya en sus manos.
Mientras salía del plató, se regocijó con la idea de ver si aquella famosa y joven arpía que tanto la había atosigado tenía lo que había que tener para confesarle a su revoltoso público que no había regalos para todos sin que éstos se le amotinaran
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