domingo, 6 de enero de 2019
CAPITULO 61
El día transcurrió deprisa. Los dos amigos no dejaron de recordar viejas anécdotas del pasado y finalmente, por la noche, ambos se sentaron en la cocina, disfrutando de unas cervezas, sin dejar de atosigar ni un instante a la interesante mujer que se había ofrecido a hacerles la cena como agradecimiento por su ayuda con su padre, a pesar de que uno de ellos fuera el culpable de todos los problemas que enturbiaban su vida en esos momentos.
—¿Por qué tu padre es tan protector contigo? Con tu edad ya debería estar acostumbrado a que salieras con algún que otro hombre —preguntó Pedro con curiosidad, ante la atenta mirada de su amigo, que observaba con gran interés su extraño comportamiento, ya que Pedro Alfonso nunca se interesaba por la vida de ninguna mujer.
—Mi padre y yo estamos muy unidos. Mi madre murió cuando yo tenía catorce años y desde entonces hemos cuidado el uno del otro. Yo me encargo de las labores de la casa, en las que él es un auténtico desastre, y él cuidaba de que ningún indeseable se acercara a mí.
—¿Aún vives con tu padre? No me extraña que no tengas vida... —se burló el amargo escritor.
—No. Yo vivo sola…
—Pero… —trató de replicar Pedro, intuyendo que había alguna contradicción en las palabras de Paula.
—Mi padre vive en un apartamento al lado del mío —suspiró Paula, resignada a escuchar de nuevo las burlas de ese sujeto.
—Por tu respuesta, deduzco que no has tenido muchos novios —dijo Pedro, buscando una respuesta que satisficiera su curiosidad.
—Por tu carácter, intuyo que ninguna mujer se ha quedado mucho tiempo a tu lado —contestó Paula vengativa, molesta por la impertinente curiosidad respecto a su vida privada.
—Cariño, yo no las he dejado quedarse, que no es lo mismo. Y te informaré ahora mismo de que no quiero ninguna fémina en mi vida que amargue con sus múltiples quejas mi amada soledad.
—Algún día te enamorarás de alguien y espero que, cuando eso pase, hagas el idiota de una forma tan patética que hasta yo pueda reírme de ello —le advirtió Paula, señalándolo con la cuchara de madera con la que removía la ensalada.
—Eso nunca pasará —negó firmemente Pedro, acercando su rostro al de ella y brindando por su soledad con su amigo, que no podía apartarse ni un instante de la interesante conversación de aquella inusual pareja.
—¡Oh, lo dejo! ¡Los hombres sois imposibles...! —se quejó Paula saliendo de la cocina con los platos, para poner la gran mesa del comedor, que en aquella casa apenas utilizaban.
—¿Estás totalmente seguro de eso, Pedro? —le preguntó Esteban cuando Paula los dejó a solas, recibiendo como respuesta un único gruñido que lo hizo volver a reírse de la suerte que su amigo estaba teniendo en el amor, ya que había encontrado a su media naranja y todavía no comprendía cuánto estaba haciendo el idiota delante de ella.
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