martes, 8 de enero de 2019
CAPITULO 67
Paula disfrutaba de su merecido descanso en la amplia cama, cuando unos gritos de borracho la despertaron. Desde que Pedro había decidido tomarse el día libre, no había vuelto a verlos ni a él ni a su amigo. Sospechando que ponerse al día de sus asuntos les llevaría toda la noche, Paula había tomado de nuevo posesión de la cama y se entregó a un plácido sueño en el que todos sus deseos se cumplían, hasta que aquellos dos ineptos decidieron devolverla bruscamente a la realidad.
Intentó acallar sus voces, como toda persona racional hacía cuando tenía unos molestos vecinos y no quería abandonar su cálida cama: se acurrucó entre las sábanas y se tapó la cabeza con la almohada, y luego, al ver que eso no le servía para nada, hizo lo que toda chica de Brooklyn haría a las tres de la madrugada en aquella situación: ir a buscar a sus escandalosos compañeros para hacerles entender con alguna que otra patada en el culo que esas horas eran para dormir.
Guiándose por los patéticos gritos, llegó hasta el estudio, donde los encontró sentados en la alfombra y comiendo palomitas acompañadas por algún fuerte licor de las Highlands, una nefasta combinación, sin duda, mientras veían Sonríe, mi amor.
En esa última película que Esteban había protagonizado, el actor representaba a un fotógrafo que se enamoraba de una de sus ayudantes, en vez de hacerlo de una de las modelos a las que fotografiaba. Se trataba de una divertida y enternecedora comedia romántica, que perdía todo su encanto cuando dos estúpidos le gritaban advertencias al
protagonista a la vez que le arrojaban palomitas.
—¡No la creas! ¡Es todo mentira! ¡Sólo va contigo por tu dinero! —advertía Esteban, con animados gritos, a su otro yo de la pantalla.
—¡Escapa! ¡Huye ahora que aún estás a tiempo, antes de que se convierta en una bruja amargada! —añadía Pedro, acompañando las delirantes palabras de su amigo.
Paula carraspeó, intentando que le prestaran atención. Finalmente, harta de sus gritos, ella también alzó su voz a ver si así aquellos dos energúmenos la escuchaban.
—¿Se puede saber qué demonios estáis haciendo a las tres de la madrugada?
—¡Joder, la bruja! —dijo Pedro, percatándose al fin de su presencia y haciendo que su amigo riera estruendosamente ante sus payasadas.
—¡Os vais a ir ahora mismo a dormir si no queréis que os patee el trasero! — ordenó Paula. Y se quedó sorprendida ante su rápida obediencia, ya que apagaron el televisor y se levantaron del suelo.
Después de eso, Paula pensó que estaban demasiado borrachos para su bien, cuando los vio jugar a piedra, papel y tijeras algo tambaleantes, negándose en redondo a moverse del sitio hasta que uno de ellos hubiera ganado el juego, al mejor de tres...
—¿Qué diablos estáis haciendo ahora? —preguntó Paula, demasiado confusa y adormilada como para tener paciencia con ellos.
—Decidir quién comparte la cama contigo esta noche —contestaron los dos, inmersos en el juego y sin prestar atención a su encendido humor, que iba caldeándose con cada palabra que salía de la boca de ellos.
—¡Ninguno! —gritó Paula indignada, empujándolos hacia la habitación que compartirían, ya que si los volvía a dejar a sus anchas nadie dormiría esa noche.
—¡Pero yo quería compartir la cama contigo! —se quejó Pedro como un niño mimado.
—Eso no volverá a pasar nunca —declaró Paula, cerrando la puerta en las narices del tentador pelirrojo, totalmente decidida a cumplir su palabra. Luego se marchó hacia el sofá, donde al fin podría hacer sin interrupción lo que tanto deseaba en esos momentos: dormir a pierna suelta y disfrutar de un maravilloso sueño donde nadie la molestara.
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