martes, 15 de enero de 2019

CAPITULO 90




—Y por más que lo intento no puedo olvidarla. ¿Qué creéis que me pasa? — pregunté preocupado, exponiéndoles mi grave problema a mis cinco hermanas.


Y, como era de esperar, todas me miraron detenidamente, un tanto asombradas con
mi relato, me dedicaron una de esas miradas que indicaban que había sido un estúpido y
luego, sin más dilación, cada una me dio una colleja mientras me gritaban al unísono:
—¡Pero tú eres tonto!


Yo me acaricié la dolorida cabeza, preguntándome de nuevo cómo podían ponerse
todas de acuerdo para pegarme a la vez si nunca coincidían en nada, y mientras mi confusa y lastimada cabeza se recuperaba, mis hermanas comenzaron a referirme todos y cada uno de los necios errores que había cometido con Paula.


—¡No puedo creer que escribas continuamente sobre ello y que no te des cuenta de que te has enamorado! —me gritó Magalí, la mayor, que estaba felizmente casada y a la que siempre le encantaba presumir de ello.


—Y lo que te pidió Paula era razonable —me aleccionó Laura, tentada de darme otra colleja.


—¿Crees que alguna mujer se quedaría al lado de un hombre que no es capaz de amarla? —preguntó escandalizada Nadia, a pesar de que ya debería estar acostumbrada a mi rudo comportamiento.


—Y después de cómo la has tratado y todo lo que ha aguantado de ti, ¡ni siquiera sé cómo pudo decirte que te quería! —exclamó Aylen, convirtiéndose en una acérrima defensora de Samantha.


—Lo que todavía no entiendo es por qué no pudiste decirle que la querías — intervino Nadia, la más tranquila de mis alborotadoras hermanas.


—No quería mentirle. Me negué a pronunciar esas palabras cuando mis sentimientos aún eran demasiado confusos para mí.


—¡Y una mierda! ¡Lo que tú querías era tenerlo todo: una mujer que te amara sin que tú tuvieras que arriesgar tu corazón diciéndole «te quiero»! —me regañó Magalí, haciéndome ver la verdad de mi egoísmo.


—Espero que, ahora que la has perdido, te sientas igual de mal que los protagonistas de tus novelas —me increpó Aylen, saliendo bruscamente de la habitación, bastante molesta conmigo.


—¿Y ahora qué puedo hacer? —pregunté a las que quedaban, dándome cuenta al fin de toda la verdad: de los necios y ciegos personajes que había en mis historias de amor, yo era el peor. Y ahora era cuando me percataba de ello.


—Eres escritor, ¿no? ¡Pues escribe un final para esta historia! —me propuso Nadia, sin duda la más lista de mis hermanas.


—¡Y uno en el que hagas bastante el idiota o ella no te perdonará! —exigió Laura.


—Pero sobre todo, tienes que explicarle todo lo que sientes —apuntó sabiamente Natalia, haciéndome reflexionar.


—Supongo que con decirle que la quiero no bastará esta vez… —reflexioné en voz alta, mientras en mi mente comenzaba a formarse una idea para intentar recuperar el amor que había perdido por mi soberana estupidez.


—¡No! —contestaron todas a la vez, dándome sin saberlo la respuesta a cómo debían comenzar esas palabras de amor que Paula siempre me había pedido.


—¡Papel y lápiz! —les exigí, sumido en el principio de mi historia.


—Conozco esa cara y, o bien está estreñido, o tiene una idea brillante —dijo burlona Laura buscando una libreta.


—Sin duda se trata de una buena idea —me sonrió feliz Magalí, dándome un bolígrafo.


Y poco a poco mis hermanas fueron abandonando la estancia donde estábamos
reunidos, que no era otra que la bulliciosa cocina de mi madre. Mis palabras surgieron ligeras sobre el papel y a través de ellas comencé a describir todo lo que sentía por Paula, lo confuso que había estado, mis miedos respecto a ese nuevo sentimiento y cómo ante su marcha mis ojos al fin se habían abierto a la verdad, mostrándome que sin duda estaba enamorado. 


No me bastó una carta. Una libreta entera me parecía insuficiente… así que decidí que ella recibiría todas las palabras de amor que nunca habían salido de mi boca.


Aunque tal vez eso me llevara algún tiempo…




No hay comentarios:

Publicar un comentario