martes, 15 de enero de 2019
CAPITULO 91
Habían pasado dos meses desde que Natalie regresó de las Highlands con Paula y con la noticia del final de la esperadísima última novela de la saga de Miss Dorothy. Desde ese maldito día en que Pedro había dejado marchar a la mujer de su vida sin decirle lo que sentía, la desesperante Miss Dorothy no hacía más que eludir las llamadas de su editora.
El irritante pelirrojo se había negado en redondo a entregarle el archivo que Natalie necesitaba para aplacar a su jefe que, aunque la había perdonado, todavía seguía algo molesto por la contratación de una persona ajena a la editorial, lo que podía haber puesto en peligro la identidad de la noble ancianita a la que todo el mundo adoraba.
Pero al fin, hacía tan sólo una semana, había conseguido el dichoso manuscrito, que Pedro, ante su persistente insistencia, le había enviado a su correo electrónico con el impertinente mensaje de «No me molestes más».
Natalie había estado tan distraída intentando arreglar su vida amorosa que ni siquiera se había dado cuenta de que la jodida Miss Dorothy había vuelto a hacer de las suyas y, aunque estaba segura de que la novela estaba totalmente acabada, tal como Paula le había asegurado, en realidad le faltaban los dos últimos capítulos. Y sin eso no podía trabajar.
Desde el momento en que Natalie se percató de que el tiempo se agotaba, había intentado por todos los medios contactar con el maldito escritor, cuyo hobby favorito al parecer era fastidiarle la vida. Pero todo era inútil: parecía como si Pedro Alfonso hubiera desaparecido para el mundo. Aunque lo más probable era que estuviera en algún rincón, compadeciéndose de sí mismo por lo idiota que había sido.
Natalie todavía no se podía creer que ante una confesión tan valiente y sincera como la que había hecho la joven Paula, él se hubiera limitado a permanecer en silencio. Pero es que algunos hombres eran estúpidos. Un ejemplo muy cercano era el de su cabezota mecánico, que se negaba a perdonarle sus pequeñas mentiras, cuando ella no era la responsable de que Paula se hubiera enamorado y menos aún de que le hubieran roto el corazón.
Intentó seguir el ejemplo de la joven y confesarse a Jeremias, algo del todo imposible cuando el susodicho se negaba a atender sus llamadas y no hacía ni puñetero caso de sus regalos. Natalie estaba decidida a pasar página en esa relación sin futuro, pero sentía que no podía hacerlo sin decirle a él lo que sentía. Así que, como último recurso para verlo, hizo algo que siempre lamentaría: sacrificó la hermosa pintura de su amado descapotable, rayando las puertas con las llaves. En algunas ocasiones, las mujeres tenían que hacer un esfuerzo para ganarse al hombre de su vida, pensaba.
Tras cometer ese crimen, recordó que de todos modos tenía que llevar el automóvil al taller para hacerle una puesta a punto, con lo que se habría librado de dañar a su bebé. Tras golpearse la cabeza contra el volante al pensar lo estúpida que había sido, pensó que el amor hacía que tanto las mujeres como los hombres se comportasen como idiotas cuando buscaban una respuesta a sus locos sentimientos.
Resignada a perder tanto su empleo, si no lograba localizar a Pedro en los próximos días, como su coche, tras dejarlo nuevamente en el taller, Natalie se dirigió hacia ese pequeño y recóndito lugar de Brooklyn donde se hallaba el hombre de su vida, que se negaba a escuchar un «te quiero» de sus labios. Seguramente creyendo que era una nueva mentira.
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