domingo, 30 de diciembre de 2018

CAPITULO 41



Paula se sorprendió esa mañana al encontrarse a Pedro todavía dormido en el sofá, cuando normalmente él era el primero en levantarse. Por lo visto, había decidido respetar sus deseos la noche anterior y no aporrear la puerta ni invadir sus sueños con sus persistentes quejas en el instante en que ella lo dejó fuera de su propia habitación.


Haber pasado la noche en ese sofá seguramente no mejoraría para nada su habitual
mal humor, porque, aunque el sofá era bastante grande, no lo era lo suficiente como para un hombre de su talla.


Lo dejó descansar mientras preparaba el desayuno, y no pudo evitar echarle algún que otro vistazo, ya que Pedro parecía incapaz de hallar la postura correcta en tan minúsculo espacio. Mientras se removía con una pequeña manta como único abrigo, no cesaba de murmurar alguna que otra maldición, lo que hizo esbozar más de una satisfecha sonrisa a Paula. Finalmente, en uno de sus inquietos movimientos, Pedro acabó cayéndose al suelo y así fue como se despertó.


Ni que decir tiene que el mal carácter que lo caracterizaba se agravó con la falta de sueño y su dolorido trasero, que había topado tan bruscamente con el suelo en medio de un plácido sueño. Por unos instantes, Pedro pareció perdido, sin saber dónde se encontraba, hasta que dirigió una mirada furiosa al sofá y otra a ella y, declarándolos a ambos culpables de su malestar, le arrebató a Paula el plato del desayuno de las manos y se dirigió hacia su estudio.


—¡Me voy a escribir! —gruñó, con el recuerdo de una incómoda noche que aún perduraba en su dolorido cuerpo.


Tras estas palabras, se encerró en el lugar donde elaboraba sus maravillosas obras e, increíblemente, estuvo trabajando durante todo el día. Paula rogó para que esa vez fuera en la novela de Miss Dorothy que tanto los unía y que, a la vez, los alejaba a cada página que Pedro escribía.


Por la tarde, Natalie Wilson contactó con ella y Paula esperaba poder darle alguna que otra buena noticia acerca de cómo iba el libro de su reticente autor, o eso era al menos lo que deseaba poder hacer cuando atendió la llamada de tan ajetreada mujer.—¿Cómo va esa novela? —preguntó Natalie decidida, sin saludarla siquiera.


—Yo estoy bien, gracias por preguntar, ¿y tú? —ironizó Paula, recordándole lo que eran los modales.


—Sí, sí… lo que tú digas. ¿Y el libro? ¿Se ha puesto ya Miss Dorothy a ello o aún está remoloneando? —insistió Natalie, desechando toda conversación superflua que no formara parte de su trabajo.


Pedro está en ello —contestó Paula, sin entender por qué la irritaba tanto que Natalie se refiriera a él con ese ridículo seudónimo, en vez de con su verdadero nombre—. Hoy ha empezado el capítulo dos, lleva toda la mañana trabajando—añadió Paula, tremendamente orgullosa de lo que había conseguido.


—Y tú, por supuesto, lo habrás dejado a solas en su estudio para que se distraiga a sus anchas —la reprendió Natalie.


Pedro no tiene ninguna distracción en su estudio, me he encargado personalmente de confiscarle sus juegos y de esconder el mando de la televisión. Además, es un adulto totalmente responsable que sabe cuándo debe hacer su trabajo. Lo único que necesitaba era un poco de inspiración —lo defendió Paula, algo molesta, sin saber aún por qué Natalie creía que Pedro necesitaba una niñera.


—Ajá… ya te has acostado con él, ¿verdad? —preguntó impertinente su jefa, que a Paula empezaba a caerle cada vez peor.


—¡Eso no es de tu incumbencia!


—Sí, claro… Pues te diré que no eres la primera que cae ante sus embaucadoras palabras, ni tampoco serás la última. Y esas ilusiones que te haces de que esté trabajando, sólo forman parte de tus sueños, ¡a ver si despiertas ya y te das cuenta de que él no es como sus libros: es un ser inmaduro, que se distrae con el simple vuelo de una mosca!


—¡Pedro no es así! Está trabajando duramente...


—Sí, claro… A ver si es verdad y al final del día me entregas algo que pueda presentar. De momento no estoy nada contenta con tu trabajo, Paula —la reprendió, molesta porque aquella ilusa chiquilla defendiera a su adorado escritor.


—¡Pues yo tampoco estoy contenta con mi jefa, que no me informó de nada antes de enviarme a este recóndito lugar!


—Se te están pegando las impertinencias de Miss Dorothy, con lo mona y buena que eras cuando te contraté. Sabes que con tus palabras te estás jugando tu futuro, ¿verdad? Porque si yo muevo un dedo, nadie leerá una palabra tuya, aunque sea lo mejor del mercado —la amenazó Natalie, recordándole quién llevaba las riendas en ese trato.


—Sin duda, tu percepción de mi persona deja mucho que desear, ya que yo siempre he sido así. Además, no perderé nada si no llego a ser conocida, pero tú… ¿cuánto tiempo seguirás en tu elevada posición si Pedro no entrega su último libro? Y ahora mismo la única persona que ha conseguido que escriba una sola palabra soy yo, ¡así que no me amenaces, Natalie! —se le enfrentó Paula, muy irritada ante su
abierta amenaza y harta de aquella loca situación.


—Perdona, Paula, pero llevo mucho estrés encima y conozco las jugarretas de ese hombre lo bastante bien como para saber que ahora mismo lo último que estará haciendo es escribiendo —se disculpó Natalie, arrepentida por haber pagado sus problemas con la persona menos indicada—. Hazme un favor: entra en el estudio e interrumpe su holgazanería, y, si hace falta, dale un tirón de orejas o una patada en el culo, lo que prefieras. ¡Pero por Dios, consigue que se ponga a trabajar de una vez!


—Voy a entrar ahora mismo sólo para demostrarte que estás equivocada y que, sin
duda, esta misma tarde te informaré de la finalización de otro de los capítulos de la obra.


—Espero que estés en lo cierto, Paula, y que por una vez yo me equivoque. Pero conociéndolo como lo conozco, no deberías confiar demasiado en él —le advirtió Natalie poco antes de colgar, resignada ante la devoción de Paula por alguien que, sin duda alguna, no se la merecía, ya que el único punto bueno de Pedro era la creación de unos increíbles personajes a los que no se parecía en absoluto.


Tras poner fin a la llamada, Paula arrojó el móvil sobre la mesa del salón, enfadada con aquella intromisión que sólo había conseguido ponerla de mal humor. A pesar de que Pedro fuera desesperante, después de su promesa de la pasada noche de acompañarlo en su gira, y tras la sincera conversación que habían tenido en la cena, llegó a la conclusión de que él al fin había decidido tomarla en serio y ayudarla en su propósito.


Resuelta a demostrarle a Natalie que sus dudas eran infundadas y que Pedro había cambiado, Paula entró silenciosamente en el estudio para no interrumpir su tarea. Allí lo encontró concentrado en su ordenador, moviendo el ratón sobre la pantalla con un gesto algo molesto. Seguramente alguna parte del maravilloso texto que acababa de terminar no lo convencía del todo, de ahí su enfurruñada mueca hacia lo que tenía delante.


Sigilosamente, Paula se colocó detrás de él para observar de cerca el problema, pero en cuanto oyó su absurda queja, se dio cuenta de que Natalie Wilson siempre conocería a ese hombre mucho mejor que ella.


—¡Malditas bolas de las narices! ¡Nunca vienen del color que necesito! —gruñó Pedro entre dientes, sin percatarse en ningún momento de la presencia de Paula, que se hallaba a su espalda, viendo al fin lo que el sublime escritor estaba haciendo.


—¡Espero que no sea eso lo que has estado haciendo durante todas las horas que llevas aquí encerrado, Pedro Alfonso! —lo reprendió severamente, haciendo que él se volviera repentinamente, con un mal movimiento que lo llevó a perder su partida.


—¡No estoy haciendo nada malo! Simplemente, como mi editora me ha aconsejado en alguna que otra ocasión, estoy publicitando mis libros y relacionándome con mis lectoras. ¿Lo ves? Ahora mismo estoy metido en mi perfil de Facebook —explicó, señalándole la imagen de la pantalla que mostraba a la adorable ancianita que siempre ocupaba la contraportada de sus libros, convirtiéndolos en todo un engaño hacia el mundo.


— Sí, ya veo cómo te relacionas con tus lectoras: tienes el chat desconectado y estás jugando a un estúpido videojuego, en vez de hacer mención en tu muro de algunas de las novedades de tus novelas.


—Ya les he dado toda la publicidad posible —replicó Pedro, dejando al fin aquel estúpido juego en el que había estado ocupado innumerables horas sin lograr pasar de pantalla.


—¡Mira esto! Es un reclamo que nunca falla... —comentó burlón el despreocupado autor, que parecía no tomarse nunca nada en serio.


Y Paula, inocentemente, cayó una vez más en sus patrañas. Asomó su naricilla curiosa para mirar en la pantalla del ordenador una de las ultimas burradas que se le habían ocurrido. En ella aparecían dos fotos: una de unos amorosos gatitos rodeando su último libro, algo que la enterneció, y otra que en cambio la ofendió tanto que deseó hacerle tragar toda la saga de sus novelas en la tapa más gorda que hubiera, ya que un enorme escote de mujer acunaba entre sus dos grandes pechos su última novela.


—Tetas y gatitos… ¡Es algo que nunca falla! —dijo Pedro divertido, riéndose de su expresión ante la última de las imágenes, que tanto la enojaba.


—Dudo mucho que poner tu libro entre las tetas de una mujer te haga vender algún ejemplar.


—¿Qué quieres que te diga? Es la foto de una admiradora, y yo no me puedo resistir ante dos poderosas razones como ésas. Además, mira los «me gusta» que ha recogido esa fotografía.


E, increíblemente, ciento cincuenta «me gusta» aparecían debajo de la foto, mientras que la mimosa imagen de los gatitos sólo había recibido diez.


—¡Hombres! —exclamó Paula, ofuscada, mientras llegaba a la conclusión de que, si su amigo Raúl y su padre veían esa foto, sin duda estarían de acuerdo con las ideas publicitarias de Pedro—. Tetas y gatitos… —murmuró, aún molesta por las denigrantes ideas que se le ocurrían, y no tardó demasiado en volver a ponerlo en su lugar—: ¡A escribir! —le ordenó, justo antes de apagar el wifi, evitándole así toda distracción, ya fueran imaginativos reclamos publicitarios o adictivos juegos de bolitas.


Después de eso, y sabiendo que no podía dejarlo solo y confiar en que redactara más de una página sin distraerse con cualquier estupidez, se tumbó en el sofá que había en una esquina de la habitación, acompañada por uno de sus libros, totalmente decidida a vigilarlo muy de cerca y cumplir la promesa hecha a Natalie.


Al final del día, Pedro escribiría ese maldito capítulo, aunque tuviera que hostigarlo durante toda la mañana y no quitarle los ojos de encima. 


¡Como que se llamaba Paula Chaves que ese hombre sería responsable por una vez en su vida, incluso si para ello tenía que noquearlo con uno de los libros más gordos de la estantería para recordarle que era escritor!



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