domingo, 30 de diciembre de 2018

CAPITULO 43




A pesar de todas las jugarretas que me había hecho esa mujer, ésa fue la primera vez que no pude dejar de maldecir su nombre una y otra vez, mientras confiaba desesperadamente en que hubiera quedado algo de mi historia en aquel moderno trasto que podía guardar toda la basura que pasara por él excepto mi novela.


Gracias a Dios existía la función de autoguardado y así pude salvar algo de lo que había escrito ese día. Leí lo que había hecho hasta el momento y partí desde el último párrafo que aparecía, intentando recordar lo que faltaba. Finalmente, tras horas de intensa concentración sin permitirme ninguna interrupción, incluidos los molestos toquecitos en la puerta para ofrecerme algún sustento, pude mirar con orgullo los tres primeros capítulos de la nueva obra de Miss Dorothy…


Estiré mi entumecido cuerpo a la vez que me levantaba de la silla, que, aunque pudiera ser la más cómoda del mercado, seguía siendo una simple silla que no obraba ningún milagro con mi espalda.


Tras mirar desde otra perspectiva aquella historia que últimamente tanto me había resistido a escribir, llegué a la conclusión de que aquél era el momento para hacerla y
entregársela a mi editora y que dejara de atosigarme con más impertinentes visitas.


Paula había sido toda una sorpresa que nunca había esperado encontrar en mi vida. Pensé que, con su dulce rostro y su cálida sonrisa, aquella muchacha huiría rápidamente ante mis canalladas, pero había sido la única persona que se había atrevido a hacerme frente de decenas de maneras distintas, y la verdad era que, en esos momentos en los que mi cuerpo la deseaba a cada instante, se trataba más de una distracción que de un aliciente para mí a la hora de crear el maldito libro.


Pero ¿cómo decirle, sin que se ofendiera, que su tentador cuerpo me distraía a cada momento y que mientras estaba frente a mí en aquel pequeño sofá de dos plazas, intentando pasar desapercibida, no lo conseguía en absoluto? 


Sólo me inspiré en el momento en que imaginé que mi reticente Paula era la protagonista de algunas de las escenas de la novela. Entonces fue cuando mis dedos volaron por el teclado, haciendo posible toda la historia, y Miss Dorothy volvió a salir de donde la tenía encerrada para que no molestara.


No me gustaba escribir esas patrañas llenas de amor, pero a pesar de que me desagradara, de vez en cuando mi mente me exigía crear una de esas novelas, y así era como Miss Dorothy había acabado publicando seis libros, cada uno más famoso que el anterior. Paula me había vuelto a hacer entrar en el romántico mundo que yo tanto detestaba, y estaba claro que no me dejaría marchar hasta que la novela estuviera acabada.


Quise desconectar de aquel ajetreado día jugando a alguno de mis violentos videojuegos o hablando con algún amigo, pero dado que mi consola había sido confiscada y como, según la «señorita reproches», había desatendido demasiado a mis lectoras en los últimos años hasta el punto de que decía que me acabarían olvidando, conecté el wifi y decidí darme un paseo por las redes sociales donde se me mencionaba tanto a mí como a mi último libro, publicado hacía dos años.


La mayoría de las críticas eran buenas y me arrancaron más de una sonrisa con sus halagos. Como autor me encantaba que la gente disfrutara leyendo lo que yo escribía, aunque sólo fueran obras demasiado sentimentales para mi gusto. Pero a medida que iba leyendo, viendo más y más comentarios, me di cuenta de que aquello era un error, porque mientras algunas de las palabras de mis lectores me hicieron reflexionar, otras sólo sacaron a relucir mi mal genio cuando trataban mis libros como si fueran críticos expertos, siendo ellos sin duda escritores frustrados o personas que simplemente no se molestaban en darle la menor importancia al trabajo que suponía crear un libro.


Entre todos los chismes que leí, encontré desde personas que me adoraban, hinchando bastante mi ego, hasta algunas que me odiaban hasta el extremo de querer quemar mis libros.


Un tanto saturado por tantos comentarios contradictorios, decidí activar mi chat y conversar con mis olvidadas admiradoras, algo que en ocasiones me había recomendado mi editora para aliviar mi carga.


¡Maldito fuera el momento en el que le hice caso! Porque nada más entrar en Facebook recibí decenas de requerimientos en los que me pedían, gratuitamente por supuesto, algunos de mis libros. Algo que no creí justo conceder, cuando cientos de miles de personas habían hecho el esfuerzo de comprárselos, así que, con la elegancia y educación que caracterizaría a una dulce ancianita de la edad de Miss Dorothy, los rechacé todos.


Después de eludir hábilmente a esos interesados lectores, llegó el turno de los acosadores. En general hombres de distintas edades que me preguntaban si en mis libros había escenas de sexo, y si éstas estaban basadas en hechos reales y dudas por el estilo.


¿Para esto encendía el chat? Me dieron ganas de revelarles a esos idiotas lo bien dotado que estaba y que me tiraba a una tía distinta a diario para escribir las escenas de sexo, a pesar de que eso no fuera cierto, ya que yo «follaba» y mis personajes «hacían el amor».


¡Por Dios! ¿Cómo podían los hombres estar tan desesperados como para acosar a una pobre ancianita? Definitivamente, por internet pululaba mucho enfermo.


No tardé mucho en hartarme de todo eso y en cerrar mi sesión en todas las redes sociales en las que había decidido echar un vistazo. Luego, antes de apagar el ordenador, decidí revisar algunos agradables comentarios sobre mi libro para no marcharme con un mal sabor de boca. Craso error.


Algunos de los ofendidos lectores a los que no les había proporcionado mi libro como regalo, lo habían puntuado con una estrellita sobre un máximo de cinco, cuando ni siquiera lo habían leído, añadiendo un comentario diciendo que era lo peor.


Eso me molestó bastante.


Posteriormente, al ver la gran cantidad de páginas de descargas ilegales que había, donde se podía conseguir gratuitamente mi obra a pesar de todas las medidas que tomaba la editorial para tratar de evitarlo, me hizo pensar que escribir era una pérdida de tiempo.


Y lo que ya acabó tocándome las narices fue ver uno de esos sitios web de descarga ilegal donde, además de hacerme críticas desagradables como si fueran expertos en la materia, difamar y desprestigiar mi libro, terminaban agregando junto a esa horrible opinión, una vil observación: «Y ahí al lado tienes el enlace, por si quieres descargarlo».


¡Oh, eso me enfureció de tal manera que quise darles una respuesta a la manera de Pedro Alfonso , olvidándome de ser la amable y adorable Miss Dorothy a la que todos
amaban!


Así que simplemente me puse manos a la obra. 


A ver si cuando terminara con ellos se atrevían a volver a escribir una sola palabra.



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