martes, 1 de enero de 2019
CAPITULO 44
Horas más tarde, después de su gran metedura de pata, Paula volvió a intentar entrar en el lugar del que había sido expulsada de tan malas maneras por el apreciado autor, aunque en realidad se lo merecía. Cada vez que pensaba en lo que había hecho se le encogía el alma: había acabado con parte de la maravillosa obra de Miss Dorothy cuando apenas había comenzado a desarrollarse.
A lo largo de las horas, fue tratando de ofrecer tentadoras muestras de paz a Pedro en su estudio, pero éstas no llegaban a pasar de la puerta, ya que cada vez que pedía permiso para entrar en la habitación era rechazada con una contundente y seca negativa que la hacía retroceder.
Pero cuando cayó la noche sin que él hubiera salido de su encierro, Paula decidió entrar por más negativas bruscas que recibiera. Después de traspasar la puerta sin preocuparse siquiera de llamar, lo encontró bastante atareado aporreando con brusquedad el teclado. Pero si mientras creaba sus obras se lo veía preocupado y en ocasiones sonriente, ahora sólo podía apreciar en él un gran enfado que lo estaba llevando a sacar a la luz su horrendo carácter.
Paula se acercó, esta vez con mucho cuidado de no pisar o enredarse con ninguno de los mal colocados cables de su ordenador, y observó cómo Pedro estaba destruyendo el buen nombre de Miss Dorothy con un comentario tan grosero que nadie dudaría en pensar que aquella ancianita no estaba en sus cabales.
Él, sin percatarse de su presencia, siguió mascullando entre dientes sus protestas, mientras las iba escribiendo bajo el apartado de «Comentarios». Gracias a Dios que aún no le había dado tiempo a poner tan burdas palabras en la boca de una anciana a la
que todos adoraban, así que Paula interrumpió su furioso monólogo con la intención de impedir que arruinara la reputación de la escritora, ya que cuando Pedro Alfonso estaba enfadado no atendía a razones y expulsaba bien lejos a la mujer que más lo molestaba: la dulce viejecita que él había inventado.
—«¡Si mi novela es de lo peor, no la lean, cotillas resentidas! ¿Y qué narices esperan encontrar en una novela erótica? ¿Que los protagonistas se den palmaditas en la espalda? ¡Pues claro que hay mucho sexo en ellas, porque son realistas! ¿Qué esperan que ocurra cuando los protagonistas llevan años sin verse? ¿Que se den un simple y casto besito en la mejilla? ¡Pues yo les diré lo que ocurre: que, como cualquier persona en esa situación, follan como conejos! Creo que eso es algo que hace tiempo que ustedes no hacen. Atentamente, Miss Dorothy» —finalizó Pedro, sonriendo satisfecho ante lo mucho que había desahogado su mal genio con unas simples palabras, muy bien redactadas por cierto.
—Pedro, no pensarás publicar eso, ¿verdad? —lo reprendió severamente su nueva conciencia, que no osaba separarse de él, a pesar de haber sido expulsada de su lado y haber recibido a lo largo de la tarde alguna que otra dura advertencia.
—¿Qué haces aquí? ¿No te he dicho que tienes absolutamente prohibida la entrada en mi estudio? —preguntó él, aún molesto porque la perturbadora presencia de aquella joven que tanto lo alteraba irrumpiera nuevamente en su vida.
—Estaba preocupada por ti, pero después de ver eso, me preocupa más lo que pasará con el prestigio de Miss Dorothy si mandas ese mensaje.
—¡Oh! ¿En serio? ¿Te has preocupado por Pedro Alfonso y no por esa maldita novela? —sonrió suspicaz, mientras atraía a Paula hacia él poniéndola delante de la pantalla del ordenador.
—No has comido nada desde el almuerzo, y tampoco has salido de esta habitación. Llevas un montón de horas pegado al ordenador y eso tiene que ser malo para cualquiera —señaló ella, algo avergonzada por mostrar preocupación por aquel desvergonzado sujeto que, al parecer, ahora que había finalizado su trabajo, sólo tenía ojos para ella, ya que estaba repasando su cuerpo con una de aquellas ardientes miradas que tanto la afectaban.
—¿Qué me recomiendas para dejar atrás mi estrés y descansar un poco? — preguntó sugerentemente mientras se levantaba y acorralaba a Paula contra su mesa con su imponente cuerpo.
—¿Ejercicio? —propuso ella, nerviosa ante la idea de caer de nuevo bajo sus encantos.
—¿Y qué tipo de ejercicio? —volvió a preguntar Pedro, sensualmente, junto a su oído.
Paula intentó retroceder y evitar la lujuriosa mirada que tantos pecaminosos recuerdos traía a su mente. Finalmente, Pedro acabó con su huida cuando con una de sus fuertes manos le alzó la barbilla y sus labios le robaron un ardiente beso que la hizo derretirse entre sus brazos.
Las manos de Paula se resistieron a responder como deseaba hacer, reteniéndolo junto a ella, y las dejó firmemente apoyadas sobre la mesa para evitar caer de nuevo en el pecado.
Pedro acogió su rostro con delicadeza entre sus palmas, y con la ternura de sus besos sedujo su boca hasta que ésta se abrió y su lengua buscó el sabor de la de ella en un atractivo juego que llevó a Paula a gemir su nombre.
—Paula, vas a ser mi perdición... —susurró Pedro, resignado, cuando finalizó el beso y se apartó bruscamente.
Ella no comprendió sus palabras hasta que vislumbró que el insultante mensaje que Pedro en realidad no había tenido la menor intención de mandar, ya había sido enviado. De hecho, sus manos, que se apoyaban sobre el teclado, eran las únicas culpables de ese percance.
Miró escandalizada la pantalla del ordenador y, desesperada, intentó hallar una solución. Pero no lo logró, porque las ofendidas receptoras no tardaron en acribillar masivamente a la autora; parecía que, aunque ellas podían emitir tan libremente su opinión sobre las novelas de Miss Dorothy, ésta no podía decir lo que pensaba de verdad sobre las críticas que le hacían. Por lo visto, ésa no era una opción aceptable para ninguna de las mujeres que con tanta amargura habían dado su ligera y poco útil opinión.
Paula miró a Pedro, aterrorizada por su nueva metedura de pata de ese día.
Él le sonrió burlón y agravó su estado de pánico al tenderle el teléfono, que hacía unos instantes había comenzado a sonar con bastante insistencia.
—Creo que es para ti —dijo perversamente, lanzándoselo a las manos y despreocupándose por completo del problema que se le presentaba: uno muy grande y enfadado, que destacaba en la pantalla táctil del teléfono con el nombre de Natalie Wilson.
Paula miró horrorizada el teléfono y se atragantó con los miles de explicaciones que tendría que darle a aquella mujer, acerca de cómo había ocurrido ese lamentable incidente. Suspiró, decidida a suplicar por su vida, y justo cuando estaba a punto de coger la llamada, Pedro le arrebató el teléfono y, antes de que pudiera decir nada, contestó con su habitual brusquedad.
—Sí, lo he hecho… porque me ha dado la gana... Arréglalo —sentenció, poniendo fin a la llamada de su escandalizada editora.
Y mientras le sonreía maliciosamente a su móvil, saliendo del encierro de su estudio, Paula se preguntaba si en verdad Pedro había cambiado o esa parte amable de él, que la había ayudado en esos momentos, siempre había estado ahí.
Tal vez ésa fuera la afable Miss Dorothy que se mostraba en tan pocas ocasiones, y que sólo salía a relucir en los románticos libros que él tanto detestaba, pero que el mundo tan entusiastamente había acogido entre sus brazos, dándole una cálida bienvenida, ya que todos necesitamos pensar alguna vez en el amor.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario