domingo, 30 de diciembre de 2018

CAPITULO 42



Observar de cerca cómo trabajaba en la creación de una de sus maravillosas novelas un autor tan famoso como Pedro me dejó bastante confusa y asombrada a la vez. Mi lectura era constantemente interrumpida por maldiciones hacia la pantalla y continuos y violentos golpes de su cabeza contra el teclado, al tiempo que murmuraba una y otra vez:
—¡Inspírate! ¡Inspírate! ¡Inspírate! ¡Jodido hijo de…!


No sabía si esos insultos iban dirigidos hacia sí mismo o hacia el ordenador de última generación que apenas sabía manejar. Por unos instantes, creí que se había vuelto loco, aunque ese individuo no era muy racional que dijéramos. En pocos momentos pasó de golpearse la cabeza contra las teclas a mirar hacia el infinito, ensimismado, y luego empezar a teclear como un loco lo que había acudido a su mente.


De vez en cuando, hacía una breve pausa y susurraba: «Esto no puede ser» o «Esto no es así», y luego seguía escribiendo como un maníaco, totalmente perdido para el mundo, sin que nada más le importara, porque estaba sumergido en su propio universo, dando vida a sus complejos personajes.


Pedro pasó horas delante del ordenador mientras yo, sin querer interferir en el proyecto que finalmente había decidido llevar a cabo, pero preocupada por él, le preparé un sándwich para el almuerzo y le llevé una cerveza que ni siquiera agradeció antes de engullir, ya que en esos momentos yo no existía. Creo que si me hubiera paseado desnuda delante de él no me habría dirigido ni una sola de aquellas ardientes miradas que tanto me escandalizaban. Tal vez, si me ponía el insinuante traje de secretaria, compuesto por unos cuantos post-its colocados estratégicamente sobre mi cuerpo, conseguiría algo de su atención, pensé burlona, mientras sonreía satisfecha con lo que había conseguido ese día.


A pesar de saber que si me marchaba del estudio Pedro seguiría enfrascado en su trabajo, volví a mi lugar en el cómodo sofá de dos plazas, ya que verlo trabajar era un espectáculo mucho más interesante que el libro que tenía entre las manos.


Sonreí satisfecha y, dispuesta a llamar a Natalie para presumir ante ella de mi gran logro, me coloqué detrás de Pedro para leer en la pantalla las atrayentes palabras que siempre introducían a los lectores en el excitante mundo de los personajes de Miss Dorothy.


Al fin Pedro estaba escribiendo ese segundo capítulo que daría paso al tercero y que era el principio de la deseada obra, esa novela que estaba tomando forma en la mente de su autor y que era trasladada directamente al ordenador, donde cada palabra que daba vida a la historia estaba quedando grabada para nosotros, sus fieles lectores.


Todo era tan perfecto… hasta que tropecé torpemente con un cable que se interpuso en mi camino y puse fin con bastante brusquedad a la historia que se desarrollaba ante mis ojos.


—¡Nooo…! —gritó Pedro desesperado, llevándose las manos a la cabeza.


Luego, por primera vez desde que comenzó su trabajo, se dio cuenta de mi presencia junto a él y me dirigió una terrible mirada que, sin duda, me sentenciaba a muerte o reclamaba alguna espeluznante tortura para mi persona.


—En mi defensa diré que ese cable no debería estar ahí —comenté con un hilillo de voz, intentando salvarme de su mal humor.


—¡Fuera! —gritó Pedro, furioso, señalándome la puerta.


Y mientras me alejaba, observé que volvía a poner el trasto en marcha, mientras le hacía más de una dulce promesa a su ordenador si había guardado algo de la historia.


Por primera vez oí palabras de ese tipo en su boca. Qué pena que ninguna de ellas fuera dirigida a una mujer.



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