jueves, 17 de enero de 2019
EPILOGO
Un año después…
Finalmente las cosas no habían salido tan mal como Natalie se temió en un principio.
La sorprendente revelación de la verdadera identidad de Miss Dorothy sólo había conseguido atraer más atención sobre sus libros. Y ante la verdadera y emocionante culminación de su historia de amor, de la que todos fueron testigos a través de la televisión, Pedro fue perdonado por completo por sus admiradoras. Increíblemente, su peculiar carácter lo volvía incluso más atractivo para el público.
A pesar de que Miss Dorothy hubiera continuado siendo la famosa escritora de siempre, pero esta vez con el nombre de Pedro Alfonso en lugar de su seudónimo, su jefe se empeñó en que lo mejor para la editorial era despedir a Natalie. Algo que molestó bastante a su malicioso autor.
Así que, tras ser despedida por su jefe, y creer que al fin se habría librado para siempre de la pesadilla de ser la editora del insufrible pelirrojo, Brian Reed no había tardado mucho en volver a contratarla. Por lo visto, su jefe no tenía la suficiente paciencia como para vérselas con el irascible Pedro Alfonso.
Al parecer, ante la imperiosa exigencia de una nueva novela por parte del señor Reed, el autor envió a la editorial un documento de doscientas cincuenta páginas…. todas ellas fotocopias de su trasero. Y ése fue el momento preciso en que Brian decidió que tratar con ese individuo era un trabajo que definitivamente no podía hacer, por lo que le ofreció de nuevo su antiguo puesto a Natalie. Algo que ella aprovechó con creces, pidiendo un aumento de sueldo y una mayor libertad a la hora de contratar a nuevos escritores.
Después de unos meses de convivir con Jeremias, Natalie finalmente se casó con él, tras lo que ambos se mudaron a su apartamento.
Desgraciadamente, Paula también recibió una proposición de matrimonio, y aunque se merecía algo mejor, se casó con su testarudo escritor, y no tuvo mejor idea que mudarse con su nuevo y flamante marido al apartamento que había justo encima de donde vivían ellos…
Lo positivo de ese cambio de domicilio era que Natalie siempre sabría dónde encontrar a su esquivo escritor. Lo negativo, que ahora nunca podría librarse de él. Y Pedro siempre disfrutaba recordándole que ahora formaba parte de su familia.
—Pásame un poco más de ese puré, suegra —pidió él con una maliciosa sonrisa, remarcando bien la palabra «suegra», ante la perspectiva de fastidiar un poco más a su editora en esa cena familiar.
—¡Te he dicho mil veces que no me llames así, Pedro! —gritó airada Natalie, amenazándolo con la cuchara.
—¿Por qué no, si es la verdad? —contestó él, sonriendo pérfidamente.
—¡Porque no y punto!
—Vale, pues mamá entonces… —dijo Pedro, arrancando algún que otro gruñido de Natalie.
—Cambiando de tema, ¿se puede saber por qué no me has entregado todavía tu nueva novela, si Paula ya me ha informado de que está terminada? —exigió Natalie, volviendo a su papel de editora.
Tras dirigirle a su mujer una mirada que la condenaba por haber dicho algo que no debía, Pedro se enfrentó a Natalie y, como era habitual en él desde hacía años, esquivó una y otra vez sus insistentes peticiones.
—No he tenido tiempo de contactar contigo… además, estás demasiado lejos.
—¡No me fastidies, Pedro, si sólo tienes que bajar un piso! No me puedo creer que seas tan vago, ¡seguro que vuelves a estar enganchado a uno de esos jueguecitos de internet! —le recriminó Natalie, sin duda acertando de lleno, ya que Paula puso los ojos en blanco ante la acusación.
—No sé por qué te exaltas si ya sabes que soy un autor responsable y que tendrás tu novela en la fecha de entrega acordada —ironizó él, ya que todos los allí reunidos sabían que eso nunca sería cierto.
—¡Sí, claro! ¡Si no me entregas la novela en unos días, juro que subo y te pego el trasero a la silla de tu estudio si hace falta hasta que me la des! —lo amenazó Natalie, mostrándole cuán peligrosa podía ser una mujer estresada.
La continua batalla de esos dos singulares personajes fue interrumpida por una llamada telefónica que Paula contestó. Se emocionó con la fantástica noticia que le dieron y que no pudo evitar comunicar de inmediato y con gran alegría a todos.
—¡He ganado un concurso de novelas cortas y mi historia va a ser publicada! — anunció a sus familiares tras colgar el móvil.
—¡Felicidades, cariño! ¡Sabía que lo conseguirías! —la felicitó su padre, dándole un gran abrazo.
—Te dije que esa novela valía, a pesar de que los quisquillosos de mi editorial la hubieran rechazado —dijo Natalie, sintiéndose feliz porque Paula al fin viera cumplido su sueño.
—¿Qué novela fue? —preguntó Pedro, que últimamente siempre la ayudaba con sus escritos.
—¡La de intriga! ¡Dicen que seré la nueva promesa de este género! ¡PC Alfonso,
escritora profesional de novelas de intriga y misterio! ¿Qué te parece!
—Con ese nombre tan confuso sin duda te confundirán con un hombre —comentó él, frunciendo el ceño ante esa perspectiva—. No sé si me gustará acostarme todas las noches con ese tal PC Alfonso.
—¿De qué te quejas? Para mí fue peor: yo me acosté con una viejecita llamada Miss Dorothy —replicó burlona Paula, mientras besaba el fruncido ceño de su esposo.
—Si Miss Dorothy no hubiera existido, nosotros nunca nos habríamos conocido — le recordó Pedro a su impertinente mujer.
—Creo que si nunca hubiera existido Miss Dorothy, de un modo u otro nuestras vidas se habrían cruzado —dijo fantasiosamente Paula, recordando los finales felices de las novelas de amor que tanto le gustaban.
—Y en el mismo momento en que te hubiera visto por primera vez no te habría dejado marchar... —continuó Pedro la historia que había comenzado su mujer, estrechándola con fuerza entre sus brazos.
—Pero como siempre, te habrías dado cuenta demasiado tarde de que me amabas...
—¿Y eso por qué? —preguntó él suspicaz.
—Porque siempre te retrasas en las fechas de entrega, querido —se rio Paula.
—No sabía que el amor tuviera una. Pero si el retraso de la última novela de Redes de amor fue lo que me llevó a conocerte, nunca me arrepentiré de ello.
—Te creo. Después de todo, me escribiste todo un libro diciéndome lo mucho que me amas.
—Sí. Y ése, amor mío, es el único libro que entregué a tiempo en toda mi vida, porque en esos momentos necesitaba que supieras cuanto antes lo mucho que te amaba.
—Amor con fecha de entrega… ¿No crees que es el nombre perfecto para una novela? —bromeó Paula con su adorado escritor.
—Sin duda es el adecuado para nuestra hermosa historia de amor —declaró Pedro, recordándole cuál había sido el título de su mayor muestra de cariño.
Una que nunca podrían olvidar, ya que consistía en todo un libro a través del cual, desde que encontró a la mujer adecuada, expresar esas palabras que siempre se le habían resistido ahora le resultaban fáciles de pronunciar:
—¡TE QUIERO!
CAPITULO 99
Bueno, pues allí estaba yo, ante un centenar de personas que se preguntaban quién coño era aquel tipo y qué narices hacía allí, si todos ellos esperaban ver a una delicada ancianita. Tras pronunciar mi mensaje para la irracional mujer que se había negado durante todo ese tiempo a leer mi libro, me senté en el sillón de invitados y vi cómo la desencajada mandíbula de la presentadora casi caía al suelo ante la imponente y poco imaginable presencia de Miss Dorothy.
Sonreí malicioso, esperando la reacción de todos cuando se dieran cuenta de que yo era la esperada Miss Dorothy y que la historia de amor que había escrito era la mía.
Algunos del público fueron más rápidos en captar la verdad que la congelada presentadora, que todavía continuaba sin saber qué hacer ante mi presencia. La joven quiso dar paso a publicidad, quizá para echarme del plató, pero el director del programa, oliendo mi momento de darme a conocer como una primicia escandalosa, no lo permitió.
Yo, como siempre, permanecí imperturbable, ya que nada de lo que allí ocurriera me importaba.
Que mi carrera se fuera a pique, que mi fama se esfumara o que yo perdiera todo lo que había ganado Miss Dorothy a lo largo de los años eran sólo simples y pequeños contratiempos que no me afectaban. Lo único que me importaba en esos momentos era que Paula me diera una respuesta, que al fin comprendiera lo necio que había sido y entendiera que mis palabras de amor eran sinceras.
Cuando la impertinente arpía contra la que ya me había advertido Natalie despertó de su asombro, intentó valientemente hacerme algunas de las insultantes preguntas de la entrevista que había preparado para la escritora que se suponía que estaría en ese asiento en ese preciso instante. ¡Qué pena para ella que yo no fuera un hombre con paciencia ni tampoco la inocente anciana que todos creían!
—¿Quién es usted? —comenzó bastante confusa, intentando salir del aprieto.
—Miss Dorothy, por supuesto —contesté amablemente, acomodándome en el sillón, dispuesto a hacer tiempo hasta que Paula apareciera.
—Se supone que usted debería ser una delicada y amable anciana, ¡y sin embargo veo a un hombre ante mí! —exclamó la joven, irritada por la jugada de Natalie.
—¡Vaya! Se ha dado cuenta usted también, ¿verdad? —dije irónicamente, a la espera de una de las impertinentes preguntas típicas de ese programa.
—Entonces, ¿está usted confesando que es el autor de todas las novelas de Miss Dorothy y que ha estado engañando a sus lectores durante años?
—Sí —contesté sin excusarme de ningún modo, porque era la simple verdad.
—¿Por qué lo ha hecho? —preguntó ella, mostrándose falsamente apenada intentando con ello ponerlos a todos en mi contra.
—Por dinero, claro. Al fin y al cabo, ¿no trabajamos todos para eso?
—Parece que finalmente la vil Miss Dorothy ha sido descubierta y nos está mostrando que ha jugado con todos nosotros para… —El envenenado discurso de la presentadora, como yo esperaba, fue interrumpido por una de las entusiastas lectoras de mis libros, a la que no le importó mucho que mi nombre fuera otro o que yo no fuera una desvalida viejecita.
—¿Dónde está Paula? —preguntó mi fanática seguidora, a la espera de mi respuesta, dándose finalmente cuenta de lo que estaba ocurriendo.
—La estoy esperando. —Sonreí ladino, mientras observaba cómo la presentadora era ignorada por el público, que empezaron a hacerme incesantes preguntas, emocionados con la idea que la historia que tenían en sus manos fuera real.
—Entonces, ¿ella existe? —se animó otro de los presentes a expresar en voz alta sus dudas.
—Una mujer como Paula nunca podría ser una invención —contesté, exponiendo la verdad de mis pensamientos, algo que por lo visto les encantó, ya que comenzaron a suspirar y a hacerme todo tipo de molestas preguntas sobre mis sentimientos, cosa que, claro estaba, yo sólo estaba dispuesto a hablar con Paula.
De repente, el plató se quedó en silencio. Y en ese momento supe que ella estaba allí para darme su respuesta. Me puse de pie y, como en todas las empalagosas películas románticas, abrí mis brazos para que ella corriera hacia mí.
Y Paula, con su dulce carácter, no me decepcionó en absoluto: lo hizo, corrió hacia mí y, cuando se halló a mi lado, me soltó una sonora bofetada que resonó por todo el plató.
—¡Cuatro meses sin llamarme o tener noticias tuyas, sin saber si me amabas y sufriendo por lo idiota que había sido al haberme enamorado de un hombre como tú! ¿Qué pretendes ahora? —me reprendió, mirándome muy molesta y enfadada.
—Pensé que un simple «te quiero» no bastaría, por lo que decidí escribirte una carta. Pero cuando empecé a explicar lo que sentía por ti, acabé escribiendo un libro. ¿Lo has leído? —pregunté, decidido a hacer que entendiera mis sentimientos.
—Aún no, ¿por qué crees que debería hacerlo? —preguntó Paula, mirándome con firmeza y dispuesta a escucharme. Por lo visto, con ella un libro no bastaba.
—Porque en él están todas las palabras de amor que siempre me has reclamado y que yo callé, porque explica todas las veces que guardé silencio ante tus palabras de amor y también las veces que intenté negar que te amaba mintiéndome a mí mismo sobre lo que sentía. Paula, necesito que lo leas, porque ese libro cuenta lo estúpido y necio que he sido y finalmente quiero que lo leas porque es nuestra historia de amor.
Cuando terminé mi confesión, oí a mis espaldas más de un mocoso llanto, probablemente proveniente de algunas de mis lectoras entre el público, pero yo sólo tenía ojos para la mujer que tenía ante mí. A sus ojos asomaron algunas lágrimas, y esta vez fue ella la que abrió sus brazos y yo quien acudió a ellos. La levanté por los aires con alegría y, abrazándola con fuerza, no pude evitar besar los labios que tanto había
añorado. Ella me devolvió el beso, confirmándome que aún me amaba, y me susurró al oído las palabras que más había querido volver a escuchar:
—¡Te quiero! —declaró Paula, haciéndome el hombre más feliz del mundo.
—Te quiero, Paula —repetí yo, dando gracias porque finalmente hubiera escuchado de mis labios esas palabras que tanto me había costado pronunciar.
Mientras nos alejábamos de las llorosas fans y de la anonadada presentadora, el libro que había sido mi confesión cayó al suelo. En su última página, Paula pudo ver que un enorme «te quiero» era el punto final de esa novela, un libro que significaría el principio de nuestra historia de amor.
Lo recogí del suelo y se lo entregué, mientras le recordaba unas palabras que a partir de entonces nunca osaría olvidar:
—¡Te quiero!
CAPITULO 98
Mi padre llevaba unos días de lo más raro.
Mientras antes habría sido el primero en quemar los libros del hombre que tanto daño me había hecho y del que aún me era imposible olvidarme, ahora no podía separarse ni un solo instante de una de sus novelas. A veces, mientras estaba trabajando, lo pillaba mirando ese libro con un mal gesto. Luego lo cerraba enfadado y lo castigaba en un rincón, pero siempre volvía para continuar con su lectura. En algunos momentos me miraba intrigado y luego proseguía con su libro. Su extraña actitud me picó la curiosidad y acabé preguntándome si no debería rendirme y leerlo yo también.
Sin saber por qué, Pedro había decidido publicar otro libro distinto al que iba a ser el esperado final de su exitosa saga. Yo intentaba no escuchar los comentarios de la gente que paseaba a mi alrededor alabando una historia que parecía tan real y tan inverosímil a la vez. Me negaba a caer rendida de nuevo ante las palabras de mi autor, como hacían todas las mujeres que compraban sus libros, y evité leer críticas, resúmenes o reseñas de esa historia que no me interesaba conocer, porque seguramente sus protagonistas tendrían un bonito final. Un final que yo ya no esperaba para mi historia de amor, ya que si algo había aprendido de Pedro era que los finales felices
no existen y que la realidad es que algunas personas nunca serán capaces de decir «te
quiero».
Las lágrimas comenzaban a inundar de nuevo mis ojos con el recuerdo de lo que nunca tendría, cuando de repente mi padre me miró decidido y, tras cerrar bruscamente el libro que había terminado de leer, encendió el destartalado televisor del taller para invitarme a ver, junto con él, un programa de entretenimiento del que nunca lo habían visto disfrutar.
Pensé que se habría compadecido de mi llanto y querría alejarme de mis tareas antes de que cometiera algún error, así que me senté en el desvencijado taburete de madera y miré el programa, que no me despertó demasiado interés, hasta que la presentadora pronunció inesperadamente ese nombre que yo quería olvidar...
En el momento en que anunciaron que Miss Dorothy aparecería ante las cámaras para dar un mensaje, creí que, como siempre, sería Natalie ofreciendo alguna disculpa ante la ausencia de la pobre y anciana escritora, así que hice ademán de levantarme para evitar oír las falsas palabras que siempre rodearían a Pedro, cuando las manos de mi padre me empujaron hacia mi asiento.
Y cuando yo lo miré confusa exigiendo una explicación, él me señaló la pantalla, en la que, para mi descomunal asombro, apareció el loco pelirrojo del que me había enamorado, exponiendo ante el mundo la realidad que se ocultaba detrás de esa gran mentira que era Miss Dorothy. Creí que el mensaje sería para sus lectores. Tal vez una disculpa o alguna explicación de su engaño. Pero tras escucharlo no tuve dudas de que era para mí.
Como siempre, ese bruto no podía ser dulce ni amable. Y aún menos limitarse a dedicarme unas palabras llenas de cariño.
No… Pedro Alfonso tenía que aparecer en la televisión para ordenarme leer el estúpido libro que yo evitaba:
—¡Lee el libro de una puta vez! —me exigió furiosamente, dirigiéndose a la cámara.
—Deberías leerlo... —me animó mi padre ante mi estupefacción, poniendo el libro entre mis manos. —Es una bonita historia entre una mecánica de Brooklyn que quiere ser escritora y un autor con muy mal carácter llamado Miss Dorothy. ¿Te suena de algo? —me preguntó, sin que yo terminase de creerme que Pedro hubiera escrito nuestra historia.
—No me interesa… Ya sé cómo termina, papá… —contesté, devolviéndole el libro, que seguramente contenía un triste final.
—No lo creo. ¡No lo has leído! —dijo él, insistiendo en que leyera el final.
—¿Sabes?, el escritor que protagoniza esta novela es un hombre muy estúpido, que se niega a decirle a la mujer que ama un «te quiero». Así que ella desaparece de su vida. ¿Te imaginas lo que se le ocurre hacer para tratar de recuperarla? —me preguntó mi padre, despertando finalmente mi interés por esa historia antes de continuar—: Escribir todo un libro donde le confiesa su amor —explicó, indicándome que en ese libro que yo tenía entre las manos estaban todas las palabras de amor que siempre le había exigido a Pedro.
—Si me quería tanto, ¿por qué no ha venido antes a ofrecerme su confesión de amor? —repliqué, negándome a creer que lo que decía mi padre fuese cierto.
—Vino a verte trayendo ese libro, pero yo lo eché de aquí. En esos momentos no sabía lo mucho que te quería y, si lo lees, sin duda tú misma lo sabrás.
Finalmente abrí ese libro que había evitado hasta entonces y vi entre sus páginas algunos de los momentos que habíamos pasado juntos.
Cuando leí lo que él sentía cuando me hacía el amor, sus irracionales celos o su miedo a perderme, sentí lo mucho que Pedro me había amado. Y cuando llegué a la parte en la que se desesperaba por mi abandono, no pude evitar que de mis ojos saliera alguna que otra lágrima, porque yo había sentido lo mismo ante la idea de no verlo más.
Podía leer esa novela desde el principio y no sólo algunas páginas al azar, pero no tenía tiempo, ya que Pedro estaba esperando mi respuesta y yo estaba decidida a dársela en ese mismo momento. Por lo que me quité rápidamente el grasiento mono de mecánico, me adecenté un poco y salí del taller con el libro entre las manos, sin duda la carta de amor más larga que cualquier hombre le había dedicado a una mujer.
Sabiendo que no estaba en condiciones de conducir, llamé a un taxi y le di la dirección del plató donde Pedro se encontraba. Mientras le metía prisa al atareado taxista, no pude evitar seguir leyendo la historia que él había escrito para mí.
Recordé que en más de una ocasión había deseado que tuviera conmigo algún gesto romántico, que hiciera alguna locura declarándome su amor, y finalmente Pedro había gritado ese «te quiero» que siempre había querido escuchar de sus labios delante de todo el mundo de la única manera que sabía hacer un buen escritor. Y yo, como una idiota, me había negado a escucharlo.
Cada palabra que leía sólo me hacía estar más segura de lo que sentía por mí y cuando llegué a mi destino, cerré la novela decidida a crear mi propio final. Corrí hacia la dirección que mi padre me había dado antes de que saliera del taller, tan convencido como yo de que Pedro me amaba, y rogué porque aún estuviera esperando
la respuesta que merecía una confesión como la que me había regalado.
miércoles, 16 de enero de 2019
CAPITULO 97
Natalie, entre bastidores y desde un rincón algo alejado, observaba sonriente cómo se preparaban todos los del programa para recibir a Miss Dorothy.
Mientras que sentía algo de lástima por la gente del público, que estaban muy ilusionados ante la primera aparición de la noble anciana, no tenía ningún remordimiento por lo que le esperaba a la presentadora, que al parecer no era una gran
fan de Miss Dorothy, ya que hasta le había preparado alguna broma pesada, como haber
hecho disfrazarse a algunos de los cómicos de su programa con la ropa de los personajes del último libro de la famosa escritora, otorgándoles una apariencia un tanto grotesca. Seguro que, junto a esta pesada broma, la joven April Davis también tendría pensada alguna impertinente pregunta con la que pensaba dejar en ridículo a una inocente anciana con tal de subir la audiencia de su programa.
«Buena suerte», pensó Natalie al imaginarse que esa arpía al fin quedaría en ridículo cuando se enfrentara a la verdadera Miss Dorothy, porque el pelirrojo que se dirigía decididamente hacia el plató, más que dispuesto a lanzar su mensaje, no era alguien que se dejara pisotear.
Además, Natalie dudaba que la presentadora realmente pudiera formular ni una sola pregunta cuando la mandíbula se le desencajara por el asombro de ver en persona a la verdadera Miss Dorothy. Pero si por un casual decidía intentar llevar a cabo la entrevista, con preguntas que quizá pudieran intimidar a una anciana, pero nunca a Pedro Alfonso, era cuestión de dejarlo en manos de su amable escritor. Seguro que con el tacto y delicadeza de los que Pedro carecía la pondría rápidamente en su lugar.
Conseguir que en el programa le hicieran un hueco a Miss Dorothy había sido tan fácil como Natalie pensaba que sería: tras poner el caramelo de la famosa escritora delante de las narices de aquella ambiciosa mujer, no había tardado mucho en recibir su llamada. Luego, ella sólo tuvo que asegurarse de que el anuncio de la aparición de la octogenaria que todo el mundo quería conocer no se hacía público hasta el último momento, evitando así las posibles acciones de su jefe para impedirlo.
Con este gesto, Natalie había cavado sin ninguna duda su propia tumba, pero ¿qué
podía hacer si había sido imposible razonar con Pedro Alfonso, y menos aún estando
éste enamorado?
Natalie llegó al plató dispuesta a realizar su trabajo con la misma eficiencia de siempre. Sobre todo, porque seguramente después de que la bomba del secreto de Miss Dorothy estallara, ése sería el último día de su carrera profesional. Organizó la recepción de la escritora de forma impecable e hizo todos los preparativos necesarios para que el equipo de seguridad no impidiera la entrada de Pedro en ningún momento.
Lo ideó todo astutamente para que su aparición aconteciera segundos después de que la
presentadora dijera el nombre que figuraba en los libros que todo el mundo adoraba.
La presentadora apenas se molestó en saludarla cuando la vio. Tan sólo recomponía su estirado aspecto una y otra vez, mientras preguntaba incesantemente por Miss Dorothy.
«Pobrecita», pensaba Natalie, dedicándole una de sus más falsas sonrisas y regocijándose con la idea de que en cuanto Miss Dorothy le dirigiera alguna de sus amables palabras, April Davis desearía no haberla conocido jamás.
Como todo ese teatro era inútil si Paula no veía el programa, Natalie se había asegurado también de llamar a Jeremias para que le prometiera que encendería el pequeño y cochambroso televisor de su taller y haría que su hija viera la entrevista. Al principio, su amante se mostró muy reticente ante esa idea, pero tras hablarle Natalie de lo incómodo que podía ser su sofá y recordarle que se lo debía por todas las malas pasadas que le había hecho a su coche, consiguió a través del chantaje y el remordimiento que Jeremias accediera a sus peticiones. Tal vez fuera algo sucio, pero indudablemente necesario, ya que si iba perder su amado puesto de trabajo que al menos se garantizase que esa dichosa pareja, de la que tal vez ella fuera un poquito responsable, finalmente estuvieran juntos.
—Estás segura de que vendrá, ¿verdad? —preguntó April Davis, algo molesta con el retraso de su estrella invitada.
—Te puedo asegurar que la persona que escribe esos libros estará esta tarde en tu plató y saldrá justo después de que pronuncies su nombre —comentó despreocupadamente Natalie, revisando su móvil para asegurarse de que tenía suficiente memoria como para hacerle alguna que otra foto a la impertinente presentadora cuando recibiera su inesperada sorpresa.
—Más vale que esta vez la presencia de Miss Dorothy en mi programa sea cierta, porque si no, ten por seguro que arruinaré tu reputación y la de tu editorial... —amenazó la altiva mujer, intentando hacerse la importante.
—Ésa es una amenaza totalmente innecesaria —replicó Natalie sin dar importancia a sus arrogantes palabras, ya que ella misma se bastaba y se sobraba para arruinar su propia vida. De hecho, ya lo estaba haciendo en esos instantes.
—Pues quedas advertida. Y espero que esa anciana sea capaz de aguantar hasta el final y responder a todas mis preguntas, porque de lo contrario no sabes de lo que soy capaz —advirtió de nuevo April, tocándole cada vez más las narices a Natalie.
Si Miss Dorothy hubiera sido realmente la dulce ancianita que todos esperaban, su editora no habría dudado a la hora de salir en su defensa, pero como se trataba de un pelirrojo con un genio de mil demonios, lo dejó todo en sus manos y contestó:
—No te preocupes, Miss Dorothy contestará a todas tus preguntas.
A Natalie le dieron ganas de añadir «si después de conocerlo todavía tienes lo que hay que tener para hacerle alguna», pero se contuvo con un gran esfuerzo de voluntad.
Al final, el programa comenzó y la molesta presentadora dejó de incordiarla con sus estúpidas y vanas amenazas. Natalie siguió atentamente todo lo que pasaba en el plató y le mandó un mensaje a Pedro avisándolo de que muy pronto sería el momento de hacer su entrada. Y justo como le había prometido a April Davis, en cuanto ésta se dispuso a anunciar a Miss Dorothy, un imponente pelirrojo de casi un metro noventa de estatura y gesto imperturbable se colocó al lado de su editora, preguntándole por una vez lo que tenía que hacer.
—¡Ahora! —murmuró Natalie decidida, justo después de que en el plató se hiciera un silencio expectante ante el anuncio de la primera y, hasta el momento, única aparición pública de Miss Dorothy.
Fue todo un éxito, como le demostró a Natalie el anonadado rostro de la presentadora y el asombro del público. Y, sin duda, el mensaje que Pedro pronunció ante las cámaras fue la guinda del pastel. Ahora sólo había que esperar a que todos se percatasen de quién era él, así como esquivar alguna que otra molesta llamada, pensó Natalie, mientras le colgaba una vez más a su insistente jefe, que al parecer también era uno de los seguidores del programa. Luego, simplemente apagó su teléfono y se despidió de su ajetreada vida laboral.
—Buena suerte, Pedro —susurró, mientras se alejaba para siempre del incordio que había sido ese autor para ella, pero por el que finalmente no había podido evitar sentir algo de cariño. Después de todo, él había sido en parte responsable de que ella encontrara finalmente el amor en el lugar más inesperado: un viejo taller mecánico de Brooklyn, donde un hombre había reparado su corazón y le había demostrado que, en algunas ocasiones, los finales felices no estaban sólo en las novelas, sino que también existían en la realidad.
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