jueves, 17 de enero de 2019

CAPITULO 98




Mi padre llevaba unos días de lo más raro. 


Mientras antes habría sido el primero en quemar los libros del hombre que tanto daño me había hecho y del que aún me era imposible olvidarme, ahora no podía separarse ni un solo instante de una de sus novelas. A veces, mientras estaba trabajando, lo pillaba mirando ese libro con un mal gesto. Luego lo cerraba enfadado y lo castigaba en un rincón, pero siempre volvía para continuar con su lectura. En algunos momentos me miraba intrigado y luego proseguía con su libro. Su extraña actitud me picó la curiosidad y acabé preguntándome si no debería rendirme y leerlo yo también.


Sin saber por qué, Pedro había decidido publicar otro libro distinto al que iba a ser el esperado final de su exitosa saga. Yo intentaba no escuchar los comentarios de la gente que paseaba a mi alrededor alabando una historia que parecía tan real y tan inverosímil a la vez. Me negaba a caer rendida de nuevo ante las palabras de mi autor, como hacían todas las mujeres que compraban sus libros, y evité leer críticas, resúmenes o reseñas de esa historia que no me interesaba conocer, porque seguramente sus protagonistas tendrían un bonito final. Un final que yo ya no esperaba para mi historia de amor, ya que si algo había aprendido de Pedro era que los finales felices
no existen y que la realidad es que algunas personas nunca serán capaces de decir «te
quiero».


Las lágrimas comenzaban a inundar de nuevo mis ojos con el recuerdo de lo que nunca tendría, cuando de repente mi padre me miró decidido y, tras cerrar bruscamente el libro que había terminado de leer, encendió el destartalado televisor del taller para invitarme a ver, junto con él, un programa de entretenimiento del que nunca lo habían visto disfrutar.


Pensé que se habría compadecido de mi llanto y querría alejarme de mis tareas antes de que cometiera algún error, así que me senté en el desvencijado taburete de madera y miré el programa, que no me despertó demasiado interés, hasta que la presentadora pronunció inesperadamente ese nombre que yo quería olvidar...


En el momento en que anunciaron que Miss Dorothy aparecería ante las cámaras para dar un mensaje, creí que, como siempre, sería Natalie ofreciendo alguna disculpa ante la ausencia de la pobre y anciana escritora, así que hice ademán de levantarme para evitar oír las falsas palabras que siempre rodearían a Pedro, cuando las manos de mi padre me empujaron hacia mi asiento.


Y cuando yo lo miré confusa exigiendo una explicación, él me señaló la pantalla, en la que, para mi descomunal asombro, apareció el loco pelirrojo del que me había enamorado, exponiendo ante el mundo la realidad que se ocultaba detrás de esa gran mentira que era Miss Dorothy. Creí que el mensaje sería para sus lectores. Tal vez una disculpa o alguna explicación de su engaño. Pero tras escucharlo no tuve dudas de que era para mí.


Como siempre, ese bruto no podía ser dulce ni amable. Y aún menos limitarse a dedicarme unas palabras llenas de cariño. 


No… Pedro Alfonso tenía que aparecer en la televisión para ordenarme leer el estúpido libro que yo evitaba:
—¡Lee el libro de una puta vez! —me exigió furiosamente, dirigiéndose a la cámara.


—Deberías leerlo... —me animó mi padre ante mi estupefacción, poniendo el libro entre mis manos. —Es una bonita historia entre una mecánica de Brooklyn que quiere ser escritora y un autor con muy mal carácter llamado Miss Dorothy. ¿Te suena de algo? —me preguntó, sin que yo terminase de creerme que Pedro hubiera escrito nuestra historia.


—No me interesa… Ya sé cómo termina, papá… —contesté, devolviéndole el libro, que seguramente contenía un triste final.


—No lo creo. ¡No lo has leído! —dijo él, insistiendo en que leyera el final.


—¿Sabes?, el escritor que protagoniza esta novela es un hombre muy estúpido, que se niega a decirle a la mujer que ama un «te quiero». Así que ella desaparece de su vida. ¿Te imaginas lo que se le ocurre hacer para tratar de recuperarla? —me preguntó mi padre, despertando finalmente mi interés por esa historia antes de continuar—: Escribir todo un libro donde le confiesa su amor —explicó, indicándome que en ese libro que yo tenía entre las manos estaban todas las palabras de amor que siempre le había exigido a Pedro.


—Si me quería tanto, ¿por qué no ha venido antes a ofrecerme su confesión de amor? —repliqué, negándome a creer que lo que decía mi padre fuese cierto.


—Vino a verte trayendo ese libro, pero yo lo eché de aquí. En esos momentos no sabía lo mucho que te quería y, si lo lees, sin duda tú misma lo sabrás.


Finalmente abrí ese libro que había evitado hasta entonces y vi entre sus páginas algunos de los momentos que habíamos pasado juntos. 


Cuando leí lo que él sentía cuando me hacía el amor, sus irracionales celos o su miedo a perderme, sentí lo mucho que Pedro me había amado. Y cuando llegué a la parte en la que se desesperaba por mi abandono, no pude evitar que de mis ojos saliera alguna que otra lágrima, porque yo había sentido lo mismo ante la idea de no verlo más.


Podía leer esa novela desde el principio y no sólo algunas páginas al azar, pero no tenía tiempo, ya que Pedro estaba esperando mi respuesta y yo estaba decidida a dársela en ese mismo momento. Por lo que me quité rápidamente el grasiento mono de mecánico, me adecenté un poco y salí del taller con el libro entre las manos, sin duda la carta de amor más larga que cualquier hombre le había dedicado a una mujer.


Sabiendo que no estaba en condiciones de conducir, llamé a un taxi y le di la dirección del plató donde Pedro se encontraba. Mientras le metía prisa al atareado taxista, no pude evitar seguir leyendo la historia que él había escrito para mí.


Recordé que en más de una ocasión había deseado que tuviera conmigo algún gesto romántico, que hiciera alguna locura declarándome su amor, y finalmente Pedro había gritado ese «te quiero» que siempre había querido escuchar de sus labios delante de todo el mundo de la única manera que sabía hacer un buen escritor. Y yo, como una idiota, me había negado a escucharlo.


Cada palabra que leía sólo me hacía estar más segura de lo que sentía por mí y cuando llegué a mi destino, cerré la novela decidida a crear mi propio final. Corrí hacia la dirección que mi padre me había dado antes de que saliera del taller, tan convencido como yo de que Pedro me amaba, y rogué porque aún estuviera esperando
la respuesta que merecía una confesión como la que me había regalado.




No hay comentarios:

Publicar un comentario