miércoles, 2 de enero de 2019

CAPITULO 47




Paula se sentó contenta en el lugar que Luis le había indicado. Aunque se hallaba un poco apartado, no quiso quejarse ante las buenas intenciones del joven que tan amablemente la había invitado a disfrutar de unas cervezas.


Se fijó en el jovial ambiente que la rodeaba, donde los hombres disfrutaban con sus amigos de unas copas, mientras compartían sus anécdotas del día y todos ellos saludaban con simpatía al conocido dueño, que servía sus bebidas tan tranquilo ante sus socarronas bromas.


La pequeña taberna, llamada El Trébol de la Suerte, tenía gran fama entre los turistas debido a que parecía una de esas ancestrales cantinas de la época medieval.


Tanto su arquitectura exterior como la interior parecían antiguas. No obstante, se podía disfrutar de todas las comodidades de la era moderna, ya fueran la adorada calefacción o los entretenidos juegos de dardos que había a un lado. O la cara cerveza de importación que tenían entre las manos los que no eran capaces de aguantar el fuerte brebaje de las Highlands.


Vigas de madera, suelos adornados con alguna original alfombra, paredes de piedra y algún que otro llamativo adorno, como grandes espadas de lejanas épocas, o gaitas, eran la interesante decoración que atraía a tanta gente a ese pequeño refugio, donde se podían dejar los problemas de lado, sumergirse en el festejo y disfrutar con los amigos de una buena bebida.


Al no ver a Pedro por allí, Paula suspiró aliviada.


Después de calmar un poco su genio, vio que su enfado era algo irracional, ya que ellos no tenían ninguna relación que no fuera la que los unía para finalizar aquella endiablada novela. Que se hubieran acostado no significaba nada, sobre todo para un hombre que sólo utilizaba a las mujeres. Aun así, a Paula le molestaba bastante la idea de haber sido sustituida tan deprisa por otra chica, cuyos encantos básicamente eran una bonita delantera.


Mientras miraba sonriente al joven que trabajaba para Pedro llevándole a su apartada casa la correspondencia y haciéndole algún que otro recado cuando ese solitario ermitaño se negaba a abandonar su hogar, pensó en lo distinto que era ese agradable pelirrojo de profundos ojos verdes que siempre sonreía, del furioso hombre que siempre la recibía con un amargo gesto, grabado en su rostro de forma permanente.


Decidió que esa tarde disfrutaría de un buen descanso con alguien que, para variar, la hacía reír con sus agradables bromas. Todo lo contrario que Pedro, que sólo conseguía irritarla con cada uno de sus ofensivos comentarios.


Pero su jovial sonrisa no tardó mucho en desaparecer de su rostro cuando precisamente Pedro colocó su cerveza con brusquedad en la mesa y se sentó enfrente de ella sin pedir permiso, dedicándole una de sus furiosas miradas, que revelaba lo mucho que lo exasperaba su presencia en ese lugar.


—Veo que tienes tiempo para divertirte... —la acusó, señalando a Luis, que aún estaba charlando con el hombre que servía las cervezas.


—Que yo sepa, trabajar para ti no me convierte automáticamente en tu esclava — respondió aguerrida Paula, sin dejarse amilanar por aquella mirada que había aprendido a reconocer.


—Creo que no leíste la letra pequeña del contrato —comentó Pedro irónico, burlándose de su audacia—. Si quieres que termine ese maldito libro, tienes prohibido salir con otros hombres. No quiero que mi secretaria se distraiga por nada del mundo y que no pueda llevar a cabo sus funciones como tal.


—Sí, claro… pero mientras tanto, tú puedes distraerte todo lo que quieras, ¿verdad? —preguntó Paula sarcástica, señalando a la pelirroja de grandes pechos que ya había tenido el placer de contemplar desnuda bajo el cuerpo de Pedro en una ocasión.


—No me distraigo, sólo he venido a despejarme un poco la mente y a buscar inspiración. Donde lo haga y con quien lo haga, definitivamente, no es tu problema, ya que tú sólo estás interesada en ese libro. ¿O es que yo también te intereso? —se burló Pedro, acercándose al retador rostro de aquella mujer que aún lo seguía cuestionando.


—Pues lo mismo digo: ¡yo también puedo encontrar inspiración en quien me dé la gana! —señaló Paula, dirigiendo su pícara mirada hacia el jovial hombre que se les acercaba—. En cuanto a eso de interesarme por ti, nunca sería tan idiota como para cometer tal error. Ya que sé que tú no eres una débil ancianita, a pesar de que muchos piensen lo contrario, Miss Dorothy —declaró, acercándose a Pedro hasta que sus labios estuvieron separados por unos pocos centímetros, y sus tentadores alientos representaban una caricia que ninguno de los dos quería rechazar.


Algo que no obstante hicieron cuando Luis llegó con las bebidas, interrumpiendo sus acaloradas palabras con una de sus bromas.


—¡Pedro! ¡Qué raro verte en una de estas mesas y no junto a la barra en busca de… inspiración! —comentó burlonamente el chico, señalando con las manos a cierta camarera, mientras permanecía de pie a la espera de que su jefe le devolviera su silla.


—Ya he encontrado la inspiración que buscaba —replicó Pedro, sin apartar ni un solo instante los ojos de los de Paula—. Lo malo es que ella se niega a volver a casa conmigo —finalizó, cediéndole finalmente la silla a Luis.


—Entonces, ¿qué piensas hacer, amigo? —curioseó Luis, golpeándole amistoso la espalda.


—Hacer que cambie de opinión —sonrió Pedro, malicioso, mientras se dirigía a su apartado lugar junto a la barra, desde donde no dejaba de observar a la feliz pareja, esperando el momento adecuado para recuperar a su musa, que tan ligeramente había escapado de su lado.




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