viernes, 4 de enero de 2019

CAPITULO 55




Cuando acabó el almuerzo, Pedro intentó arrastrar a su musa con él hacia el solitario estudio, donde no serían interrumpidos por las sandeces de su amigo. Pero Esteban fue más rápido y sacó de su pequeña maleta la película que en esos momentos Paula consideraba un pequeño tesoro.


—¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Es Sonríe, mi amor, tu última película! —gritó emocionada y dando pequeños saltos alrededor de su ídolo, que miraba a Pedro con una radiante sonrisa, declarándose vencedor.


—Si quieres, tú puedes ir a trabajar. Ya sé cuánto te molestan este tipo de películas, Pedro. Y en compañía de Paula dudo que yo pueda aburrirme — declaró Esteban con una pícara sonrisa, mientras movía tentador la película frente a los ojos de su fervorosa fan.


Pedro pensaba que las palabras de Esteban habrían sido otras de no ser por la presencia de Paula, ya que cada vez que su molesto amigo interrumpía su merecido descanso, lo obligaba a ver decenas de veces sus películas, hasta que ambos acababan casi enfermos por tanta estupidez romántica. Puesto que Esteban opinaba lo mismo que él sobre el amor, cada vez que los protagonistas salían en la pantalla, ambos se dedicaban a tirarles palomitas sin dejar de gritarles a viva voz que el amor no existía.


—¡No, sin mi musa no puedo crear nada! —declaró implacable, intentando arrastrar a Paula hacia el encierro de su estudio.


—Por favor... —suplicó ella, mirándolo con esos hermosos ojos violeta, ante los que no podía negarle nada.


—Entonces ve a preparar palomitas... Me niego a ver ese bodrio sin tener nada que llevarme a la boca… —ordenó Pedro, dejándola libre de su principal obligación, que no era otra que él mismo.


—Pero tú no tienes por qué verla con nosotros si no quieres. Viendo el espantapájaros que cuelga de tu ventana, imagino cuánto te desagradan sus películas. Aunque, siendo tu amigo, no lo comprendo… —comentó Paula un poco confusa, rechazando su compañía.


—¡Ah, preciosa! Eso sólo es una broma entre nosotros —explicó alegremente el actor, levantándose del sofá en el que se había acomodado, para acercarle a Paula las fotos de las bromas que ambos se gastaban—. Mira: éste es el lugar que ocupan sus libros en mi casa —dijo Esteban, a la vez que le mostraba una foto en su moderno móvil de última generación.


En ella se podía ver un viejo sillón que apenas se mantenía en pie, equilibrado con los adorables libros de Miss Dorothy. Al mirar el resto del moderno mobiliario que decoraba la casa del famoso actor, Paula no tuvo dudas de que había guardado ese vetusto mueble únicamente con la intención de bromear con las obras de ese maravilloso escritor que podía llegar a ser en ocasiones Pedro Alfonso.


Igual que no le gustó la pesada broma de Pedro con las películas de Esteban James, que le encantaban, la irritó mucho que el actor despreciara así los libros que tanto le gustaban.


—¿Cómo puedes hacer eso con las novelas de Miss Dorothy? —preguntó muy enfadada. Luego apartó aquella insultante imagen de su vista y se dirigió a la cocina, pensando que ya sabía por qué aquellos dos hombres eran amigos: sin duda alguna, ambos estaban completamente chiflados.


Pedro pasó junto a Esteban esbozando una amplia sonrisa de satisfacción, porque Paula lo admirara a él más que al actor. Después ocupó un sitio privilegiado en el sofá, ya que no estaba dispuesto a dejar ni por un segundo a la mujer que tanto lo alteraba cerca de los encantos de su embaucador amigo. Paula era sólo suya. Si no para siempre, ya que Pedro no creía en los finales felices, sí al menos hasta que completara la endiablada novela.




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