viernes, 4 de enero de 2019

CAPITULO 56




Paula se demoró un poco en la cocina, pensando cuál de los dos hombres que admiraba era más decepcionante: si el escritor, cuyas palabras sobre el papel eran extremadamente conmovedoras, pero que nunca saldrían de sus labios, o el actor, que parecía tan serio y sincero ante las cámaras, pero que, con toda seguridad, era un mujeriego de la misma calaña que su amigo.


Indudablemente, los dos se comportaban como niños pequeños, haciéndose fastidiosas jugarretas y compitiendo para ver cuál de ellos llamaba más su atención.


Porque, en serio, ¿suponían que ella no se había dado cuenta de las miradas retadoras que se lanzaban a cada instante o de la satisfacción que surgía en sus rostros cuando le dedicaba algún halago a uno de ellos, haciéndolo creerse superior al otro?


Sin duda, Paula contaría los días que quedaban para que la inesperada visita desapareciera y Pedro dejara de atosigarla con sus infundados celos.


A pesar de que él declarara no sentir nada por ella, sus celos aparecían con toda claridad cada vez que Paula miraba a Esteban más de la cuenta o ensalzaba su gran trabajo. La verdad era que se estaba divirtiendo de lo lindo observando el irracional comportamiento del irascible escritor ante las alabanzas que ella le dedicaba a su amigo. Tal vez Paula nunca pudiese conseguir que Pedro confesara lo que sentía por ella, pero sí podía ver muy de cerca las reacciones que demostraban cuánto le importaba.


Tras llenar un gran bol de palomitas, se dirigió al salón, donde los dos hombres ya habían tomado posiciones: cada uno en un extremo del sofá, indicando que ella debía colocarse en el medio. Ambos le dedicaron una ladina sonrisa, mientras le señalaban diligentemente su sitio.


Paula no sabía lo que tenían en mente, pero por su parte vería una película y nada más. Después de que se sentara en medio de los dos atractivos amigos, Esteban dio comienzo a la película y ella disfrutó como nunca viendo aquella comedia que tanto le gustaba e ignorando por completo a los idiotas que, a su lado, comenzaban a dedicarse insultantes gestos.


Paula fue paciente y no hizo caso de ninguna de sus estúpidas niñerías, tales como tirarse palomitas, dirigirse desafiantes y retadoras miradas o silenciosas amenazas que no llevaban a nada. Pero su paciencia tenía un límite y éste fue rebasado cuando cada uno de esos machos en celo comenzó a intentar llamar su atención con estúpidos gestos propios de adolescentes, como soplarle en la oreja, colocarle el brazo por encima de los hombros con gestos disimulados o intentar rozarle los pechos cuando cogían palomitas que simplemente desperdiciaban.


Saltó muy indignada, porque ella sólo quería ver una película que indudablemente disfrutaría mucho más sin la compañía de esos hombres, que, aunque los admiraba como las estrellas que eran en sus respectivas profesiones, en los demás aspectos eran unos auténticos cretinos.


—¡No sé qué narices pensáis que estáis haciendo, pero yo quiero ver la película tranquilamente! —los reprendió severa, arrebatándole bruscamente el mando a distancia a Esteban y, sacando el DVD del reproductor, se apoderó de él—. ¡Me voy a disfrutar de esta comedia y os dejo a solas! ¡Así podréis meteros mano entre vosotros y dejar de utilizarme como excusa en vuestras estúpidas riñas! —zanjó Paula, quitándole el bol de palomitas a Pedro y yendo hacia el estudio de éste, donde se encerraría para disfrutar finalmente de un poco de la paz y tranquilidad que deseaba.


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