sábado, 12 de enero de 2019

CAPITULO 82




Cuando Paula y Pedro llegaron a la feria del libro de Inverness, les entregaron sus respectivas acreditaciones y fueron conducidos hacia la gran sala del teatro por uno de los organizadores. Les explicaron que allí se haría el acto en el que los distintos autores hablarían de su difícil día a día como escritores y de sus duros principios, luego comentarían sus últimas obras, dándose a conocer más ante el mundo, y por último contestarían las preguntas del público.


Ante esta última información, Pedro frunció el ceño, y con la excusa de coger algo del coche, dejó a Paula a solas preparando la mesa en la que colocarían algunos de sus libros para que los asistentes los vieran antes de comenzar la charla.


Otros tres autores acompañaban a Pedro en la mesa: una mujer que destacaba en el género romántico y con la que Paula pudo conversar ampliamente, porque a ella también le gustaban los libros de Miss Dorothy; un joven muy simpático que escribía ciencia-ficción, y otro escritor de intriga, bastante arrogante, que se creía el mejor, aunque nadie hubiera oído hablar de él en la vida.


Paula procuró que Pedro estuviera sentado lo más lejos posible de este último y, sabiendo lo mucho que lo molestaban las fans de Miss Dorothy, acabó ubicando a su irascible pelirrojo en una esquina de la mesa, junto al joven escritor de ciencia-ficción.


Tras mirar el reloj un tanto preocupada, se preguntó qué narices estaría haciendo Pedro para tardar tanto, cuando el evento comenzaría en breve. Al fin, él se decidió a entrar por la puerta y, ante el asombro de Paula, vio que no se le había ocurrido otra
cosa que coger aquella molesta bolsa de lona llena de pelotitas antiestrés.


Ya se disponía a arrebatársela, antes de que él y su mal genio hicieran algo que todos pudieran llegar a lamentar, cuando un hombre la condujo a su asiento, comunicándole que el evento iba a empezar. Paula, desde su sitio en primera fila,
no pudo hacer otra cosa que advertirle a Pedro con una severa mirada que no hiciera
alguna de las suyas, mientras él se limitaba a colocar la bolsa a sus pies y le dedicaba una maliciosa sonrisa que no presagiaba nada bueno.


El principio de la charla fue bastante bien. Cada uno de los autores habló de la difícil vida de escritor cuando no se tenía el respaldo de una gran editorial, de todos los eventos a los que tenían que asistir para promocionarse, cuyo coste salía de sus propios bolsillos, y de que, a pesar de que no ganaran mucho con eso, todos estaban muy contentos haciendo lo que más les 
gustaba: escribir.


Con algunas de las anécdotas de su último viaje, Pedro hizo reír al público, y con sus palabras les hizo tomar conciencia de que la vida de un escritor no era tan fácil como parecía. El público acabó adorándolo tanto como la misma Paula.


Después de esto, cada autor habló de sus libros, hasta que le llegó el turno a Pedro, que ya estaba a punto de comenzar su apasionado discurso, cuando un espontáneo del público se levantó y, diciendo que él también era escritor, comenzó a hablar de su libro, que aún no había sido publicado.


Pedro comenzó a fruncir el ceño un tanto molesto, pero respiró resignado, concediéndole algo de tiempo al hombre. Pero cuando el intruso repitió una y otra vez las mismas palabras, decidido a que su discurso no tuviera fin, Pedro empezó a tantear la bolsa de lona que tenía en sus pies con una única idea en la cabeza: acallar a aquel sujeto que ya le estaba tocando las narices con su brusca interrupción.


Paula, desde su asiento y sin poder hacer nada, veía cómo acercaba la mano solapadamente a la bolsa de lona, mientras el molesto individuo que había interrumpido a los autores no paraba de hablar, acabando con la poca paciencia que el pelirrojo podía tener, y haciendo que su malicioso carácter asomara.


—No lo hagas, no lo hagas, no lo… —susurraba Paula, viendo que había conseguido sacar con disimulo una de aquellas molestas pelotitas antiestrés de las que pensaba deshacerse en cuanto llegaran a casa.


Rezó por que ocurriera un milagro y que Pedro no noqueara al charlatán con aquel juguete que en sus manos podía llegar a ser tan peligroso.


Y por una vez sus ruegos fueron atendidos, ya que una chica bastante bien dotada se levantó de su asiento y se alzó la camiseta para mostrarles a todos el mensaje «¡No a la tala indiscriminada de árboles!» pintado en su cuerpo. De esta guisa, recorrió la sala de arriba abajo, anunciando su reivindicación. Por supuesto, sus dos poderosas razones llamaron mucho más la atención de todos que las del ahora mudo espontáneo, que acabó sentándose bastante indignado por haber sido interrumpido tan bruscamente.


Mientras un hombre de seguridad se llevaba a la chica ecologista de la sala, la conferencia volvió a la vida cuando Pedro, con una ladina sonrisa, dijo ante el micro:
—¡Mira tú por dónde, este tipo de interrupción no me molesta en absoluto!


Y entre las risas del público, comenzó a hablar de sus libros, a la vez que apretaba con fuerza la pelota antiestrés en una mano, pelota que al fin había aprendido a utilizar correctamente después de todo. Aunque a Paula no la tranquilizó demasiado que siguiera en sus manos todo el día, porque con Pedro Alfonso nunca se sabía lo que podía pasar.



No hay comentarios:

Publicar un comentario