sábado, 12 de enero de 2019
CAPITULO 81
Al fin llegó el día de nuestra última parada antes de volver a casa y descansar de aquel ajetreado viaje que me había hecho darme cuenta de muchas cosas que tenía que analizar. Como qué hacer con los sentimientos que tenía por Pedro y cómo sobrellevar mis días junto a él hasta que terminara su novela.
Desde la pasada tarde, en la que había cogido dos habitaciones y dormido como un bebé, no había visto a Pedro, y encontrar su fruncido ceño a la hora del desayuno no fue una señal muy alentadora para el viaje. Por lo visto, a él no le había sentado muy bien que alguien le hubiera tomado la delantera y le hubiera hecho pagar con creces su mal comportamiento, y eso que aún no había recibido las abultadas multas de tráfico que se sumarían a sus gastos.
Esa mañana, después de desayunar, saldríamos hacia la décima feria del libro que se celebraba en la ciudad de Inverness. Ese año, el acto tendría lugar en el Eden Court Theatre, un magnífico y moderno edificio situado junto al río Ness, donde durante cinco días se disfrutaría de un ambiente único para la literatura.
Los asistentes, además de estar rodeados de libros de los más diversos géneros, podrían asistir a diferentes eventos, como lectura de narraciones y poemas, talleres de escritura, entrevistas y tomar partido en los debates con alguno de los autores invitados.
Como no me imaginaba a Pedro con la suficiente paciencia como para enseñarle a alguien a escribir, o para leer fragmentos de su libro, supuse que Pablo habría hecho bien su trabajo por una vez y habría conseguido que fuera entrevistado, junto con otros autores, sobre su última publicación.
Eso me gustó, porque cuando Pedro comenzaba a hablar sobre sus obras se perdía en ellas y hacía que los que lo rodeaban se interesaran rápidamente por la trama de sus novelas. Por otro lado, la parte en la que el público podía mantener un debate con los autores me preocupó bastante, porque ya me imaginaba cómo podían ser algunas de las respuestas de Pedro cuando alguna pregunta lo ofendiera, así que decidí que, en cuanto terminara de hablar de su libro y de hacerse con algún que otro interesado lector, lo sacaría del acto, antes de que su mal genio le hiciera perder lo poco que había conseguido en ese viaje.
Revisé una vez más el folleto que tenía en las manos y lo estudié con detenimiento, percatándome de que nosotros seríamos los primeros en hablar en la mesa que nos correspondía, así que terminé de engullir mi desayuno y le metí a él un poco de prisa.
Para desgracia de todos, Pedro se había levantado de un humor de perros y eso sólo podía significar que cualquier cosa podía pasar cuando llegara a la mesa de debates, desde que esbozara una falsa sonrisa hasta que diera una de sus burdas contestaciones que siempre asombraban a todos por su grosería.
Crucé los dedos para que esta vez su humor se decantara por las falsas sonrisas y me dirigí con él hacia el coche. Nos aguardaban más de dos horas de trayecto hacia una ciudad que apenas comenzaba a despertarse.
Me pregunté, mientras caminaba hacia allá, por qué persistía el mal genio de Pedro, si normalmente después de un plácido sueño éste solía desaparecer. Y antes de que llegáramos a su vehículo me sacó de dudas cuando me agarró de un brazo y, deteniendo mis pasos, me susurró al oído unas palabras que nunca hubiera creído que él pudiera pronunciar.
—Te eché de menos ayer. Apenas pude dormir sin tu presencia en mi cama, ¡no vuelvas a dejarme solo! —me rogó, confesando con sus palabras más de lo que quería admitir.
Y tras mirar sus suplicantes ojos que me exigían una respuesta, no puede evitar decirle una mentira.
—No lo haré —contesté, sabiendo que muy pronto el destino nos separaría, porque la historia de amor que él estaba escribiendo ya casi estaba terminada.
Y cuando ésta llegara a su fin, no habría nada que nos uniera, porque, aunque yo lo amara, no estaba dispuesta a seguir con un hombre que nunca podría corresponderme diciéndome «te quiero».
Él se durmió durante todo el viaje hacia la ciudad, y yo, de vez en cuando, pude admirar su rostro, que cuando dormía perdía todo rastro de hosquedad y parecía tan relajado que incluso podía llegar a confundirse con un ángel. Un calificativo que definitivamente nunca se le podría aplicar mientras estaba despierto, ya que con su atrevida sonrisa y sus maliciosas palabras sería considerado más bien un temible diablo. Aunque para mí siempre sería mi amado escritor.
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