domingo, 13 de enero de 2019

CAPITULO 84




Cuando por fin llegamos a casa, noté a Paula diferente. Más distraída de lo normal, apenas me reprendió por la bolsa de lona que me negué a tirar y no insistió tanto como antes en que trabajara en mi novela. Era como si ya no le importara ese libro y sólo quisiera pasar algún tiempo conmigo.


Hice cosas que nunca antes había hecho por una mujer, como cocinar para ella, deseando que probara mi comida en vez de que se atragantara con ésta, como solía hacer con mis hermanas. O ver una estúpida película de esas que me producen somnolencia. Nos acurrucamos en el estrecho sofá y, antes de que la melosa pareja volviera a unirse tras la típica pelea de rigor que siempre tienen lugar en ese tipo de películas, fue Paula la que finalmente cayó en un plácido sueño. Entonces la cogí en
brazos y la llevé a la cama, donde la dejé con cuidado y me dispuse a cambiar sus incómodas ropas por un pijama.


Por una vez no quise jugar con ella, aunque su cuerpo, aun en la inconsciencia del sueño, me tentaba. Pero en esos momentos sólo quería que descansara del ajetreado viaje que habíamos hecho a lo largo de aquellos interminables cuatro días, unos momentos que nunca olvidaría, porque había disfrutado junto a ella cada uno de ellos, guardándolos como preciados recuerdos para cuando Paula ya no estuviera a mi lado.


Ya había comenzado a desabrocharle los pequeños botones del jersey, cuando ella abrió los ojos. Esperé, preparándome para recibir alguna de sus reprimendas por intentar aprovecharme de ella mientras estaba dormida, pero Paula simplemente me miró como si lo único que necesitara en esos instantes fuera a mí, y me atrajo hacia ella, exigiéndome con sus labios un beso que yo nunca le negaría.


Nuestras bocas se unieron con ternura, deleitándonos cada uno con el sabor del otro, pero también con desesperación, como si ambos supiéramos que el tiempo de estar juntos se nos acababa. Cogí sus cabellos entre mis manos y jugué con su perturbadora lengua, que me exigía que le demostrara la pasión que siempre había entre nosotros.


Ella me despojó del jersey, arrojándolo despreocupadamente a un lado, y yo le bajé el sujetador, sin molestarme siquiera en quitárselo, para admirar aquellos pequeños senos que tanto me fascinaban. Los devoré, excitando sus erectos pezones. Y regocijándome con cada uno de los gemidos de placer que salían de su boca, continúe con mi asalto a su deseable cuerpo.


Las delicadas manos que me acariciaban me distraían demasiado, así que, bajándole un poco el jersey, se las retuve a los costados, haciéndole imposible acariciarme. Protestó, pero sus quejas cesaron cuando mis labios comenzaron a descender por ella y la despojé del resto de su ropa, dejando un reguero de besos en cada parte de su piel que dejaba expuesta.


Le quité los vaqueros con rapidez, y mis delicados y ardientes besos recorrieron sus piernas, haciendo que Paula se estremeciera ante el placer de mis caricias. La ropa interior me llevó más tiempo, ya que me entretuve acariciándola lentamente por encima del delicado tanga, hasta notar la humedad que revelaba su necesidad. Luego, con la punta de los dedos, le acaricié el clítoris, incitándola al deseo. Y finalmente, cuando usé la lengua por encima de la escueta prenda que la cubría, ella se removió exigiéndome más de ese placer que tanto añoraba.


No le quité la ropa interior, sino que la eché a un lado mientras mi lengua se deleitaba dándole lo que tanto necesitaba en esos instantes. Sus caderas reclamaron mis labios y sus manos se movieron inquietas a ambos lados de su cuerpo por el deseo de tocarme, pero yo no se lo permitiría, porque siempre que estaba junto a ella sentía demasiado y no hubiera aguantado mucho antes de dejarme ir.


Subí una mano despacio por su suave piel hacia sus senos y jugueteé con ellos, dedicando leves caricias y sensuales pellizcos a sus henchidos pezones. Me deleité con cada uno de sus gemidos y quise que llegara al éxtasis una vez más entre mis brazos, que gritara de nuevo mi nombre, como siempre hacía cuando el placer la embargaba, y que no olvidara que yo era el único que podía hacerla sentir así.


Metí un dedo en su interior sin que mi lengua dejara de acariciar la parte más sensible de su cuerpo. Ella gimió y dijo mi nombre, reclamando que la dejara llegar a la cumbre del éxtasis. Pero mi egoísta persona no la dejó ir todavía y sólo cuando ella rogaba entre mis brazos que cesara esa tortura, me desprendí de mi ropa y, penetrándola de una profunda embestida, la dejé al fin llegar a la cima del placer mientras gritaba mi nombre, que, con mis caricias, yo estaba grabando poco a poco en su piel. Quería
hacerla mía de todas las maneras posibles, para que nunca pudiera olvidarme, porque sentía que entre nosotros todo estaba a punto de terminar.


Alzando sus piernas tras mi espalda, marqué un ritmo en mis acometidas que nos satisficiera a ambos, y cuando Paula comenzó a disfrutar de nuevo del placer del orgasmo, yo la acompañé gritando su nombre, que nunca olvidaría, porque ella era la única mujer que me había amado.


Al terminar me derrumbé exhausto sobre ella y sonreí al darme cuenta de que al fin habíamos utilizado la cama. Paula se quejó, porque sus brazos aún seguían atrapados a los lados de su cuerpo y eso sólo sirvió para que yo esbozara una ladina sonrisa, pensando que tenía toda la noche para demostrarle que no era un error amarme, aunque yo no fuera de los que se enamoran.


Tras quitarle el jersey que retenía sus brazos y besar una vez más sus labios, Paula me dejó helado al coger mi rostro entre sus manos para evitar que yo huyera de sus sentimientos y me confesó las palabras que yo siempre le había advertido que nunca debía decirle a un hombre tan egoísta como yo:
—Te quiero —declaró, y sin esperar una respuesta que yo nunca le daría, acalló mis labios con un beso.


Yo me perdí nuevamente en el deseo que dominaba nuestros cuerpos y le mostré con mis caricias que nunca querría separarme de ella. Sus palabras quedaron grabadas en mi alma, haciendo que me cuestionara qué era lo que sentía por aquella mujer de la que no podía alejarme.


Tal vez algún tiempo a su lado me daría al fin la respuesta que tanto necesitaba para saber si lo que había entre nosotros era ese confuso sentimiento que algunos llamaban amor. Pero ¿cuánto tiempo juntos nos depararía el destino? 


Eso era algo que nadie podía saber, aunque mientras la abrazaba con fuerza entre mis brazos después de que nuestros cuerpos quedaran saciados, comencé a sentir que ese poco tiempo que nos quedaba se estaba escapando lentamente sin que yo pudiera hacer nada para remediarlo.




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