sábado, 22 de diciembre de 2018

CAPITULO 20




En mitad de la noche, Paula se despertó de un sueño que en realidad era una horrible pesadilla en la que ese hombre la arrojaba a uno de los helados lagos del bonito paisaje escocés. 


Cuando abrió los ojos, estaba tiritando ante el desolador frío del solitario salón. Las gruesas mantas que la envolvían no le servían de nada y cuando puso los pies en el suelo, a pesar de llevar dos pares de calcetines, sintió las tablas de madera como si estuviera caminando sobre bloques de hielo.


Paula abandonó la idea de encontrar sus zapatos, que seguramente habría escondido Pedro, y miró el fuego de la chimenea, que, al parecer, hacía horas que se
había apagado. Intentó recordar dónde se hallaba el interruptor de la luz y a tientas en
medio de la oscuridad dio con él, devolviendo aquella habitación a la vida.


Se preguntó por qué narices una casa que apenas unas horas antes era tan caliente y acogedora se había convertido de repente en una helada cueva por la que casi no podía caminar sin que las piernas le temblaran. 


Cuando al fin recordó dónde se hallaba el
termostato que controlaba el circuito de calefacción, observó que el moderno sistema
permitía decidir qué habitación recibía el privilegio de estar caldeada. Sin duda aquel hijo de… era el culpable de que se le estuviera congelando el culo.


Se dirigió hacia el panel de control, decidida a volver a entrar en calor en unos pocos segundos, cuando se dio cuenta de que todo funcionaba a través de un código que no conocía. Probó varios al azar, como el seudónimo de aquel mastodonte, el nombre del protagonista de su novela o su nombre de pila. Pero ninguno de ellos funcionó.


Cuando sus manos comenzaban a tornarse azules, Paula pensó que lo mejor era probar con la chimenea, pero sus heladas dedos apenas le respondían y ya no quedaba leña, así que decidió hacer lo más sensato: buscar a aquel idiota y obligarlo a salir de su calentita cama para que introdujera el maldito código de las narices que le evitaría convertirse en un muñeco de nieve en su segundo día en aquel hermoso pero helado lugar.


Al dar con la habitación de él, Paula se vio envuelta por la calidez del ambiente y al fin dejó de tiritar.


—¡Eh, Pedro! ¡Despierta y pon ahora mismo la calefacción si no quieres encontrar mañana un cadáver helado en tu sofá! —le dijo airadamente, mientras zarandeaba el enorme cuerpo de aquel hombre que se negaba a despertarse.


Él no se inmutó, se limitó a cambiar de postura y seguir roncando, ajeno a todo lo que no fuera su plácido sueño. Pero para su desgracia, Paula estaba más que dispuesta a despertarlo, así que agarró su fuerte brazo con las dos manos para
devolverlo a su postura inicial y así poder sermonearlo sin ser ignorada, cuando él,
inesperadamente y aún medio dormido, cogió una de sus manos y, de un solo movimiento, tiró de ella y la metió en su cama, estrechándola con fuerza contra su cálido pecho al tiempo que proseguía con su apacible sueño.


Paula se quedó paralizada por un instante por la sorpresa. Luego se sintió más que tentada de gritarle al oído o de apartarlo a patadas de su lado, pero Pedro estaba tan calentito y ella tenía tanto frío, que decidió esperar unos minutos para volver a entrar en calor antes de separarse de él.


Desafortunadamente para Paula, esos minutos se convirtieron en horas cuando la tibieza que la rodeaba y el cansancio del día la hicieron caer de nuevo en un inquietante sueño en el que aquel hombre era un tentador diablo que la pervertía tan sólo con el calor de sus suaves caricias.





2 comentarios:

  1. Ayyyyyyyyy lo que me divierto con esta historia jajajajaja. Pobre Pau pasando frío.

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  2. Me encantan este tipo de historias!! Los personajes son desopilantes!

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