miércoles, 26 de diciembre de 2018
CAPITULO 27
Cuando Paula llegó a casa del molesto pelirrojo, después de disfrutar de un exquisito almuerzo en la posada, lo último que esperaba encontrarse era a él leyendo, bastante interesado, el manuscrito que, a pesar de llevarlo siempre con ella a todas partes, esta vez había dejado olvidado.
Sin saber cómo, su obra había llegado a las manos de Pedro. Paula se sintió tentada de arrancárselo, hasta que recordó que en realidad él era Miss Dorothy, una famosa escritora que ya había dado algún que otro buen consejo a escritoras noveles un tanto perdidas.
Paula observó cómo aquel individuo que aún seguía siendo una de sus más admiradas escritoras, hojeaba tranquilamente su texto, mientras fumaba un cigarrillo.
Cuando Pedro alzó su rostro y encontró a Paula junto a él, observándolo, no pudo evitar que en sus labios apareciera una sarcástica sonrisa.
—Si prometes volver a dejarme el coche como estaba, leeré atentamente tu obra y te señalaré con rotulador rojo algunos fallos antes de devolvértelo —propuso Pedro, intentando llegar a un término medio en la incesante lucha para ver quién tenía el poder.
Paula dudó de sus intenciones, porque hasta ese momento no había mostrado ni un ápice de bondad en toda su cerrada persona, y le exigió tendiendo una mano que le devolviera su preciada pertenencia. Pedro no se opuso. No obstante, introdujo alguna que otra duda en su cabeza cuando le preguntó:
—¿Acaso no era éste uno de los objetivos que tenías al venir hasta aquí?
Eso era verdad: uno de sus mayores sueños siempre había sido que un escritor tan prestigioso como Miss Dorothy le diera su opinión acerca de su obra, y que él fuera un
machista redomado, careciera de modales y tuviera un terrible mal humor no cambiaba
el hecho de que posiblemente se trataba del mejor escritor del momento. Si de alguien podía aprender a mejorar en sus escritos, sin duda era de él.
Reticente, Paula le tendió el manuscrito, esperando que ese gesto fuera un símbolo de la paz que tanto necesitaban en aquella extraña relación.
—Bien, ahora arréglate mientras hago una llamada. Vamos a salir a cenar, ya que me niego a que vuelvas a entrar en esa cocina, y yo no tengo ganas de preparar nada — decidió Pedro, entrando en su despacho para guardar el manuscrito de Paula y reservar en un restaurante del lugar, dedujo ella, mientras corría hacia sus maletas en busca de algo adecuado para llevar a su cena de reconciliación.
Después de todo, aquel hombre no debía de ser tan irracional como aparentaba si su simple toque de atención lo había hecho darse cuenta de que necesitaba bajar las armas y hablar pacíficamente con ella, que pensaba plantearle razonablemente la simple petición de que acabara la novela que todos esperaban con impaciencia.
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