miércoles, 26 de diciembre de 2018

CAPITULO 30




¡Bien! Todo estaba preparado a mi gusto. 


Después de abandonar a aquella arpía en
la gasolinera, había pasado a recoger a May a la salida de su trabajo, y tras tomar algunas copas de un fuerte whisky escocés, el ambiente romántico que tan poco me gusta utilizar, pero que tanto les agrada a las mujeres para caer rendidas, consistente en música lenta y unas bonitas velas, estaba listo para ser utilizado.


Tras encender las velas y la música, May, esa exuberante pelirroja, se tumbó en mi sofá, destacando cada una de sus curvas con el escueto vestido que llevaba. A pesar de que hacía algún tiempo que no tenía sexo, y de que lo necesitaba con desesperación, ya que hasta aquella joven que había invadido mi casa empezaba a parecerme atractiva, mi libido no se vio afectada ante la visión del suculento postre que era May.


De hecho, tuve que pensar en una pequeña incordiadora de retadores ojos violeta para poder excitarme, y eso realmente me preocupó, porque nunca me había pasado algo parecido. 


En mi vida las mujeres siempre han sido descartables: me acostaba con ellas y luego, en ocasiones, ni las volvía a llamar. Siempre procuraba tener relaciones con las que entendían que no conseguirían de mí más que alguna que otra noche de diversión, ya que yo no soy un hombre adecuado para relaciones de cualquier tipo.


Intenté borrar a la alocada Paula de mi mente, mientras me quitaba el jersey y la camisa, arrojándolos al suelo con despreocupación. 


Luego me aproximé decidido a aquella pelirroja que comenzaba a bajarse los tirantes del vestido, y, no sé por qué, en mis pensamientos se interpuso la imagen de una desolada joven abandonada en una gasolinera.


¡Mierda de conciencia que tenía que aparecer justo en el momento más inoportuno!


La descarté de un plumazo cuando la mujer que tenía frente a mí me mostró una atractiva ropa interior de encaje. Me tumbé sobre ella y devoré su boca, pero a mi mente acudieron en ese momento los recuerdos de los gemidos de otra mujer que se había derretido entre mis brazos aquella misma mañana, y la inquietante idea de que quería averiguar cómo era el sabor de sus labios.


Decidido a borrarla de mi cabeza, profundicé la pasión de ese beso. Por desgracia, sólo me excité al imaginar que besaba a otra. May se retorcía entre mis brazos y yo, como un perfecto canalla, me pregunté una vez más si estaba dispuesto a utilizarla para borrar el recuerdo de Paula, cuando unos alarmantes golpes resonaron en mi puerta.


Intenté ignorarlos pensando que sería ella, pero tras oír los gritos de un hombre que reclamaba mi presencia, un pesado del que no sabía cómo narices había conseguido finalmente dar conmigo, dejé a May sola unos instantes, dispuesto a deshacerme del editor que yo sabía que no se movería de mi entrada hasta asegurarse de que estaba allí.


Cuando abrí la puerta, a punto de desahogar con Pablo todo mi mal humor, irritado por no poder deleitarme con el cuerpo de una hermosa mujer por culpa del recuerdo de otra, hallé ante mí a la culpable de mis problemas, más molesta que nunca.


Paula me miró furiosa mientras me arrojaba el calcetín de la puerta a la cara, y luego, ante mi sorpresa, simplemente me apartó a un lado y pasó junto a la pelirroja, que la miraba anonadada.


—¡Tú a lo tuyo! —exclamó Paula, señalándome despreocupadamente el sofá, desde donde una cada vez más ofendida May me miraba enfadada—. Yo me voy a la cama, que éste ha sido un día muy largo —declaró antes de encerrarse en mi habitación, imposibilitándome utilizarla, salvo que quisiera hacer un trío, algo que seguramente ninguna de las dos mujeres aprobaría.


Ante mi asombro por lo que estaba ocurriendo, May comenzó a vestirse, mientras el necio de Pablo, que no sabía captar las indirectas, se había sentado junto a ella en el sofá, e, ignorando que estaba en medio de una cita, empezó a relatarme sus problemas.


Pedro, tenemos que hablar sobre las ventas de tu libro y…


—Pablo, ¿no ves que en estos momentos estoy un tanto ocupado? —Señalé a May, bastante pasmado con la ineptitud del sujeto. ¡Y luego me sorprendía de lo mal que iban las ventas de mi novela!


—¡Ah, perdón! Creía que esa otra era tu novia —respondió él, señalando la puerta cerrada de mi habitación y haciendo con estas palabras que May se levantara del sofá muy indignada.


—No es mi novia —negué con rotundidad, mientras seguía a May, que comenzaba a buscar su abrigo.


—Pero vivís juntos, ¿no? O eso me ha dicho ella antes… —dejó caer ese estúpido en el momento más inoportuno, tras lo que la furiosa pelirroja cruzó los brazos a la espera de mi respuesta.


—Sí… —mascullé entre dientes, confiando en que el insensato de mi editor no volviera a abrir la boca.


—¿Y dormís juntos? —volvió a inquirir Pablo, ganándose una de mis furiosas miradas, mientras May me observaba cada vez más ofendida con la situación y muy dispuesta a marcharse a pesar de no disponer de vehículo.


—Sí, ¡pero eso sólo es un error: yo no soy su novio! —grité bastante ultrajado.


Pero nadie me creyó.


—Bueno, como veo que estás ocupado, me marcho en busca de un lugar donde pasar la noche —comentó Pablo, dándose finalmente por aludido—. ¿La llevo a alguna parte, señorita? —preguntó luego, haciendo que me diera cuenta de que el único idiota en esos momentos era yo.


—Sí, por supuesto… ¡Por lo visto aquí estoy de más! Pedro, hazme un favor y pierde mi número de teléfono —sugirió ella desdeñosa, echándose femeninamente la melena hacia un lado y cogiéndose del caballeroso brazo que Pablo le ofrecía.


—Nos veremos mañana por la mañana para hablar de negocios. Pero no muy temprano... —añadió serio el idiota que se largaba con mi cita, al tiempo que observaba detenidamente a su acompañante y ésta soltaba alguna que otra estúpida risita. Cuando desaparecieron de mi vista, me percaté de que May sólo iba detrás de mi dinero, y, al parecer, la muy ilusa creía que el pobretón de Pablo Smith era mejor partido que yo. Sin duda se desilusionaría cuando viera que éste se hospedaba en una habitación barata y pedía la comida más sencilla que se pudiera pagar.


Me reí satisfecho ante la idea de haberme deshecho de una fémina como ella y sonreí malicioso al pensar que la mujer que no había dejado de atormentar mi calenturienta mente todo el día al fin estaba en mi cama.


Y se había metido en ella sin que yo hiciera nada…


—¡Oh! Aún no sabes lo que has hecho, Paula —murmuré, mientras me frotaba las manos con deleite y de mi mente desaparecían todos los códigos de honor que me exigían que nunca me aprovechara de una situación como aquélla.


Y es que aquella exasperante joven conseguía que me olvidara de todo lo que no fuera ella misma...




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