miércoles, 16 de enero de 2019
CAPITULO 94
Cuando al fin conseguí expresar todo lo que sentía por Paula, el resultado fue un gran libro con nuestra historia de amor.
En él mostraba lo estúpido que había sido al no confesar antes mis sentimientos a pesar de estar enamorado de ella prácticamente desde el mismo instante en que la conocí. Narraba lo mal que me había portado con la única mujer que había conseguido conocer de verdad al extraño escritor que para muchos era Miss Dorothy.
Relataba su atrevimiento al devolverme cada uno de mis maliciosos juegos con una atrevida respuesta, y describía cómo, poco a poco, fui sintiendo algo por ella. Algo a lo que neciamente me negué a darle un nombre sin darme cuenta de que en realidad ya lo tenía.
Nunca creí que un hombre como yo se enamorara y se me hacía difícil comprender que mi mundo sin ella era demasiado insulso y vacío, por lo que egoístamente quería tenerla de vuelta a mi lado. Había hecho todo lo posible para que Paula comprendiera cómo me sentía y lo idiota que había sido. Le había escrito una disculpa de más de trescientas páginas y esperaba sinceramente que, tras leerla, me perdonara.
El trabajo de escribirlo no fue tan arduo como el de convencer a mi editora de que lo publicara. Por suerte, el viejo método del chantaje nunca fallaba.
Natalie insistió en cambiar los nombres de los personajes, e incluso el seudónimo de Miss Dorothy, para que las personas que lo compraran no conocieran la verdadera identidad de esa noble viejecita que se había convertido en mi alter ego. Pero la verdad, a esas alturas me importaba muy poco que el mundo entero se enterara de mi engaño.
Como ella me presionó bastante con ese absurdo detalle, le sugerí que colocara mi libro en el género de ficción y que me dejara en paz. Me negaba a cambiar el nombre de ninguno de los personajes de mi historia, ya que no quería que Paula tuviera la menor duda de que la mujer a la que amaba siempre sería ella. Además, siendo realista: ¿quién creería que la bondadosa y anciana escritora Miss Dorothy fuera en realidad un pelirrojo de metro ochenta y siete con mucha mala leche? Sin duda, todos los aficionados a los libros románticos que seguían mis novelas pensarían que se trataba de otra ficticia historia de amor con unos personajes muy bien elaborados.
Me importaba muy poco vender cientos, miles o uno solo de esos dichosos libros.
Lo único que quería era que Paula me perdonara y volviera a mi lado. Y si para ello tenía que confesarle al mundo entero lo idiota que era, eso sólo sería un pequeño sacrificio con tal de tenerla nuevamente entre mis brazos. El lugar que, sin ninguna duda, nunca debería haber abandonado.
Faltaban unos días para que ese libro con mi confesión de amor saliera a la venta.
Los anuncios del evento estaban por toda la ciudad. Seguramente, Paula, como la ávida lectora que era de todas mis novelas, ya lo habría reservado. Pero yo estaba decidido a llevárselo en persona y, mientras ponía mi muestra de amor en sus manos, le diría esas palabras que de forma estúpida guardé para mí y me negué a revelar cuando ella tanto las necesitaba.
Tras obtener por parte de una editora un tanto reticente la dirección del taller en el que mi escritora novata trabajaba, me dirigí hacia allí directamente desde el aeropuerto de Nueva York, tras un interminable vuelo de ocho horas.
Tal vez llegaba un poco tarde para confesar mis sentimientos, ya que habían pasado casi cuatro meses desde que Paula se marchó de mi lado, pero pensé que sin las palabras adecuadas era inútil volver junto a ella. Durante todo ese tiempo en el que había estado perdido para el mundo, mi escondite no fue otro que la vieja casa de mis
padres y su destartalado desván, donde mis hermanas se habían encargado de que no me
distrajera de mi decisión de volver con Paula, regalándome algunas de sus amorosas collejas cuando no sabía cómo continuar con mi historia. Lo que me había ocurrido muy a menudo, ya que mi musa hacía mucho tiempo que se había alejado de mí, privándome de la poca inspiración que me quedaba.
Cada vez que me ofuscaba sin saber cómo expresar alguno de mis indecisos sentimientos, sólo tenía que dedicar unos segundos a mirar aquellas insultantes fotos que ella había dejado en mi ordenador, para recordar lo mucho que la amaba. De hecho, una de ellas la había impreso y la llevaba ahora mismo en el bolsillo de la chaqueta, junto a mi corazón, para recordarme que Paula siempre estaría allí.
Cuando por fin llegué a la dirección indicada, aparqué junto a la puerta, salí del coche y golpeé nerviosamente el bolsillo donde guardaba su foto, para darme ánimos, mientras con paso firme y mi próximo libro entre las manos, fui a su encuentro.
El taller era tan pequeño y grato como Paula me había descrito en más de una ocasión. Lo recorrí con una rápida mirada y, al no verla allí, me dispuse a preguntarle por su paradero a un hombre de unos cuarenta y tantos años que me miraba con el ceño fruncido. Con toda certeza se trataba de mi futuro suegro y por la furibunda mirada que me dirigía en esos momentos no tenía la menor duda de que Paula le había hablado de la turbulenta relación que habíamos tenido.
Tomé aire y me dispuse a enfrentarme a uno más de los obstáculos que últimamente parecían interponerse en mi camino, cuando yo sólo quería una cosa: recuperar a la mujer a la que amaba.
—Buenos días, estoy buscando a Paula Chaves —anuncié sin amilanarme ante aquel hombre que, a pesar de ser unos diez centímetros más bajo que yo, intentaba intimidarme.
—¿Y se puede saber quién la busca? —preguntó un joven mecánico de la edad de
Paula que salió de debajo de un coche, uniéndose al desalentador recibimiento del padre de ella, que parecía cada vez más enfadado conmigo, pese a que yo aún no había dicho nada ofensivo.
—¡Pero hombre! ¿No lo reconoces, Raúl? Éste no puede ser otro más que la famosa Miss Dorothy —contestó el padre de Paula intentando burlarse de mí.
Qué pena para él que mi carácter no fuera de los que se dejaran avasallar, aunque estuviera enamorado.
—Sí, señor, la bondadosa ancianita en persona… ¿quiere un autógrafo? —le contesté insolente, a lo que él respondió con un sonoro gruñido—. ¿Podría decirle a Paula que estoy aquí? Tengo algo importante que decirle —añadí mirando mi libro,cada vez más nervioso por el momento de volver a verla.
—Paula no está aquí y si estuviera, estoy seguro de que no querría volver a verte —intervino el impertinente joven, al que me estaban dando ganas de golpear con mi libro.
—¿Cuándo volverá? Necesito decirle algo.
—No creo que mi hija quiera volver a verlo. En estos momentos está intentando pasar página de una estúpida relación fallida con un arrogante escritor y lo último que necesita es volver a ver a ese hombre que, indudablemente, no le conviene.
—Me gustaría aclarar eso con Paula en persona y no a través de terceros — repliqué, cada vez más decidido a que nada más se interpusiera entre nosotros.
—Pues esto es lo que hay: ¡tú le has hecho daño a mi niña y yo no voy a permitir que te acerques a ella! —exclamó el obtuso hombre, decidido a darme una lección.
—Además, Paula está saliendo ahora conmigo —añadió el joven, algo que estaba seguro de que era una mentira, ya que Paula me había contado que su compañero de taller, con el que compartía muchas anécdotas, sólo era un gran amigo.
Pero por si acaso, y para dejarles muy claro a esos dos lo decidido que estaba a recuperarla, cogí al impertinente chaval por las solapas levantadas del cuello de su mono de mecánico y, empotrándolo con una sola mano contra el coche que tenía más cercano, le advertí:
—¡Espero por tu bien que eso sea mentira! —Luego coloqué mi libro violentamente contra su estómago y le ordené con voz amenazante—: ¡Dile a Paula que lea mi libro!
Sin esperar su reacción, me marché del taller antes de que ellos decidieran echarme. Y mientras iba hacia mi coche, pensé que probablemente necesitaría mandarle más de una copia de mi libro a Paula si quería que éste al final llegara a sus manos
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario