miércoles, 16 de enero de 2019

CAPITULO 95




¡¡Cien libros!!


Definitivamente, Pedro se había vuelto loco. 


Hacía dos semanas que había salido a la venta la nueva novela de Miss Dorothy y desde ese mismo día no habían dejado de llegar mensajeros a su taller con cajas llenas de decenas de ejemplares del maldito libro.


Paula se había negado rotundamente a comprarlo, ya que sólo quería olvidarse de Pedro, y aún menos leerlo, para evitar que cada una de sus palabras le recordaran a él. Pero a pesar de haber puesto distancia entre ellos y de que en su breve relación todo estuviera dicho, él insistía una y otra vez en que leyera su novela.


El motivo de esa insistencia era algo que ella no llegaba a comprender. Tal vez Pedro quisiera agradecerle su éxito, o quizá restregarle su talento. O puede que simplemente pretendiera disculparse por todo lo que le había hecho pasar. No obstante, Paula no se sentía con fuerzas para volver a leer ninguna de las palabras de su adorado autor sin volver a llorar como una idiota por lo que había perdido, así que se mantenía lejos de la novela o de cualquier comentario que la gente hiciera sobre ésta.


Después de recibir esa montaña de libros, cada uno con un mensaje en su interior que iban desde un dulce «Léeme, por favor» a un impertinente «¿Por qué no me has leído aún?», Paula decidió que lo mejor sería regalárselo a las mujeres que acudiesen a su taller a hacer alguna reparación.


La verdad es que su idea fue una buena publicidad y muchas mujeres acudieron rápidamente a poner a punto sus vehículos, sobre todo las que no habían podido conseguir un ejemplar de esa novela que se estaba convirtiendo en otro éxito para Miss Dorothy.


Su padre y Raúl la miraban de una manera extraña desde hacía algunos días y cada vez que ella recibía alguno de esos presentes del famoso escritor, se miraban entre sí como si le estuvieran ocultando algo.


Si el comportamiento de su sobreprotector padre hacia su adorado escritor era un tanto inaudito, ya que no dejaba de gruñir bastante molesto cada vez que oía el nombre de Miss Dorothy, el de Raúl era todavía más ridículo, especialmente cuando no dejaba de evitarla a todas horas como la peste, cuando habían sido fantásticos amigos desde siempre.


Mientras guardaba una vez más los engorrosos libros en el despacho de su padre, Paula cogió uno de ellos y, tras mirar el título, se sintió tentada de leerlo, pero luego decidió que recordar a Pedro aún era demasiado doloroso para ella, así que lo volvió a meter en la caja y les dio de nuevo la espalda a sus historias de amor.


Historias que él nunca estaría dispuesto a representar.


Y mientras salía del despacho de su padre, se secó algunas lágrimas un tanto apenada, preguntándose por qué el verdadero amor no era nunca como en las novelas.


Ojalá los hombres que hacían esos estúpidos gestos de amor existieran… pero aunque eso pasara, sin duda Pedro nunca sería uno de ellos.



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