miércoles, 16 de enero de 2019
CAPITULO 96
Natalie estaba más que decidida. ¡Ésa sería la última oportunidad que le concedería a Jeremias para que se diera cuenta de que ella era la mujer que necesitaba!
Al fin tenía entre las manos la esperadísima novela de Miss Dorothy, la última parte de Redes de amor, que, aunque saldría un poco más tarde de lo previsto, era de lo mejor.
Por otra parte, la repentina novela que había tenido que sacar antes de ésa, por estricta exigencia de Pedro Alfonso, había resultado ser un gran éxito por el que su jefe le había dado la enhorabuena, convirtiéndola en la mujer más feliz del mundo cuando le había asegurado su puesto de trabajo. Además, su coche estaba impecable y en esta ocasión, en vez de maltratarlo, simplemente lo llevaría para una revisión.
A pesar de lo feliz que se sentía, Natalie no podía dejar de compadecerse del pobre escritor que había puesto su alma en ese libro sin conseguir ser escuchado todavía. Después de leer sus palabras, no le quedaba ninguna duda de que Pedro se había enamorado. De hecho, a ninguna persona que lo hubiera leído le quedaría duda alguna acerca de sus sentimientos, por eso Natalie intuía que Paula aún no había abierto ni la primera página de ese dichoso libro.
Si pudiera hacer que esa joven leyera la novela… Tal vez su historia acabara pareciéndose al final de ese libro y no al tremendo fracaso en el que se estaba convirtiendo. Pero no: Natalie tenía que concentrarse en sus problemas amorosos y no en los de otras personas.
Ése tenía que ser el día en el que todo saldría a la perfección.
Cuando Natalie bajó de su coche, decidida a todo, se dirigió con paso ligero hacia el taller. Increíblemente, Jeremias fue a su encuentro y, antes de que ella pudiera abrir la boca para recitarle su memorizado discurso sobre por qué deberían estar juntos, él la atrajo hacia sus brazos y acalló sus palabras con el ardiente beso que ella tanto había añorado. Después de eso no la dejó decir ni una sola palabra, sino que simplemente la estrechó con fuerza contra su cuerpo, mientras le decía unas palabras que Natalie nunca hubiera esperado escuchar.
—Te quiero… pero no me mientas más —dijo Jeremias, uniendo un «te quiero» y un reproche en la misma frase.
Ella sonrió satisfecha e importándole muy poco el grasiento mono de su adorado mecánico, disfrutó de los cariñosos brazos que había echado de menos.
Mientras se regocijaba en su dicha, no pudo evitar ver a lo lejos a una distraída Paula que no parecía la misma alegre joven que había conocido. La muchacha se había enamorado del irritante escritor y seguro que todavía no sabía que sus sentimientos eran correspondidos.
Natalie coqueteó un rato con Jeremias y quedaron para cenar. Mientras disfrutaba de los amorosos susurros de él y de sus atrevidas palabras, desterró muy fácilmente a la dichosa Miss Dorothy de su cabeza, pero cuando Jeremias puso alegremente uno de los libros de Pedro en sus manos, anunciándole que regalaban uno con cada reparación, no pudo evitar comentar lo que pensaba, a pesar de que la mera mención del nombre del pelirrojo pusiera en riesgo su relación. Después de todo, Jeremias le había exigido que le dijera la verdad y eso era lo que le estaba ofreciendo con cada una de sus sinceras palabras. Que le gustara escucharlas era otra cuestión.
—¿Has leído este libro? —le preguntó, haciendo que la jovial sonrisa de Jeremias se convirtiera en un arisco ceño fruncido.
—No… ¡ni pienso hacerlo! —replicó bruscamente Jeremias, olvidándose de que estaba hablando con la mujer a la que hacía tan sólo unos instantes susurraba dulces palabras.
—Si eres tan buen padre como dices, deberías leerlo... —le aconsejó, devolviéndole bruscamente el libro.
—¡Después de lo que le ha hecho Pedro Alfonso a mi pequeña no pienso leer nada escrito por ese tipejo!
—Ese tipejo ha sido más rápido que tú al darse cuenta de su error y sólo está intentando confesarse a su manera.
—Sí, seguro... —comentó Jeremias escéptico, mirando con desprecio el libro que tenía entre las manos.
—Tú te has confesado con unas pocas palabras a la mujer que quieres. Pedro ha escrito todo un libro para la que él ama y ha tenido el valor de gritarlo ante todo el mundo. Creo que merece ser escuchado —opinó Natalie, volviendo a poner el libro en las manos de Jeremias, que rápidamente lo había descartado devolviéndoselo a ella.
—Tal vez debería haberlas dicho en su momento y así no habría necesitado esto — replicó él, señalando el libro del que aún recelaba tanto como de su autor.
—¿Qué habrías hecho si yo no hubiera venido? ¿Y si yo no hubiera querido oír tus palabras? Él por lo menos se merece ser escuchado —manifestó Natalie, haciendo que Jeremias se sintiera un poco culpable por haber echado a Pedro del taller sin saber qué había ido a hacer el día que fue en busca de Paula.
—¿No dices que quieres saber siempre la verdad? ¡Pues afronta de una vez que ese hombre ama a tu hija! —dijo finalmente Natalie, saliéndose con la suya cuando Jeremias miró un tanto receloso la novela, pero esta vez sin apartarla de su lado.
—Si después de leerla te quedas tan convencido como yo de que Pedro la ama, deberías intentar que Paula la leyera, porque, sinceramente, creo que merecen ser tan felices como nosotros.
—Tan manipuladora como siempre... —contestó Jeremias, a la vez que la abrazaba una vez más y se despedía de ella con un beso y la promesa de muchos más.
Mientras, miraba el libro todavía indeciso sobre si debería leerlo o simplemente dejarlo de nuevo de lado en el estante de su despacho.
Después de que Jeremias se alejase de ella de vuelta a su trabajo, Natalie disfrutaba de su dichoso día de buena suerte y de la buena acción que había hecho al defender a Pedro, lo que sin duda le traería otras agradables noticias a su vida. O por lo menos eso decían algunos de los fanáticos defensores de las teorías del karma: que cada buena acción es recompensada con otra.
Natalie conducía un tanto distraída, pensando en la agradable noche que la esperaba junto a su atractivo mecánico, cuando en el fondo de su bolso comenzaron a sonar unos característicos chillidos de terror, que no significaba otra cosa más que Pedro Alfonso la estaba llamando, algo que nunca podía ser bueno.
Tal vez debería ignorarlo, pero como el contrato de su última novela aún no estaba firmado y ése era su día de suerte y buenas acciones, Natalie estacionó el coche y cogió el teléfono, decidida a enfrentarse a su irascible autor, que ahora que andaba decaído y que al fin ella tenía sus novelas en sus manos, no podría montar mucho revuelo en su vida. O eso era lo que Natalie creía antes de contestar al teléfono.
Atendió la llamada con una sonrisa, que se fue borrando de su rostro a medida que Pedro le iba relatando lo que estaba decidido a hacer para que Paula escuchara su confesión. En ese momento, Natalie comprendió que su día de buena suerte había finalizado y que lo del karma era una vil patraña que alguien se había inventado sin duda para reírse de crédulos incautos como ella.
Y no le quedó ninguna duda de que la paciencia de Pedro se había esfumado y no estaba dispuesto a ser ignorado para siempre.
—¡Pero tú estás loco! ¡Si haces eso te vas a arruinar, vas a acabar con tu carrera y, de paso, con la mía! —le gritó Natalie histérica a su maldito e insoportable escritor.
—Si no me ayudas, lo haré yo solo y será mucho peor... —amenazó él, dispuesto como siempre a salirse como la suya.
—¡No me jodas, Pedro! ¡Estaba teniendo un maravilloso día hasta que me has llamado!
—Sí, eso suele pasarle a la gente que habla conmigo —replicó el pelirrojo, antes de añadir—: ¿Y bien? ¿Me vas a ayudar o no?
¿Y qué hace una editora cuando su irracional, pero mejor autor, dice que se tira de cabeza al vacío con ella o sin ella? Pues simplemente tirarse detrás de él y, mientras cae, rezar para no darse de bruces contra el suelo.
—¿Has pensado seriamente en todas las consecuencias que esa acción va a traer consigo? —quiso asegurarse Natalie, intentando hacerlo entrar en razón.
—Sí, y voy a hacerlo. Ya es hora de que Paula me escuche y me dé una respuesta.
—Ahora ya sabes cómo se sentía ella.
—Sí y no pasa un día sin que me arrepienta de ello…
Y fueron estas últimas palabras las que finalmente convencieron a Natalie de que
no cambiaría de opinión. Así que se preparó una vez más para que su vida se convirtiera en un desastre, su trabajo pendiera de un hilo y el escándalo la persiguiera allá donde fuera. Pero antes de que todo eso ocurriera, decidió disfrutar de su caída y hacerlo de una manera tan elegante que nadie pudiera olvidarse de ello jamás.
—Creo que tengo el lugar perfecto para la aparición de Miss Dorothy —comentó, dando finalmente la conformidad para esa locura, mientras recordaba con una maliciosa sonrisa la impertinente entrevista de una atrevida presentadora. Sin duda, los sabios budistas se habían equivocado y lo que venía a decir el karma era «donde las dan las toman».
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