miércoles, 16 de enero de 2019

CAPITULO 97




Natalie, entre bastidores y desde un rincón algo alejado, observaba sonriente cómo se preparaban todos los del programa para recibir a Miss Dorothy.


Mientras que sentía algo de lástima por la gente del público, que estaban muy ilusionados ante la primera aparición de la noble anciana, no tenía ningún remordimiento por lo que le esperaba a la presentadora, que al parecer no era una gran
fan de Miss Dorothy, ya que hasta le había preparado alguna broma pesada, como haber
hecho disfrazarse a algunos de los cómicos de su programa con la ropa de los personajes del último libro de la famosa escritora, otorgándoles una apariencia un tanto grotesca. Seguro que, junto a esta pesada broma, la joven April Davis también tendría pensada alguna impertinente pregunta con la que pensaba dejar en ridículo a una inocente anciana con tal de subir la audiencia de su programa.


«Buena suerte», pensó Natalie al imaginarse que esa arpía al fin quedaría en ridículo cuando se enfrentara a la verdadera Miss Dorothy, porque el pelirrojo que se dirigía decididamente hacia el plató, más que dispuesto a lanzar su mensaje, no era alguien que se dejara pisotear.


Además, Natalie dudaba que la presentadora realmente pudiera formular ni una sola pregunta cuando la mandíbula se le desencajara por el asombro de ver en persona a la verdadera Miss Dorothy. Pero si por un casual decidía intentar llevar a cabo la entrevista, con preguntas que quizá pudieran intimidar a una anciana, pero nunca a Pedro Alfonso, era cuestión de dejarlo en manos de su amable escritor. Seguro que con el tacto y delicadeza de los que Pedro carecía la pondría rápidamente en su lugar.


Conseguir que en el programa le hicieran un hueco a Miss Dorothy había sido tan fácil como Natalie pensaba que sería: tras poner el caramelo de la famosa escritora delante de las narices de aquella ambiciosa mujer, no había tardado mucho en recibir su llamada. Luego, ella sólo tuvo que asegurarse de que el anuncio de la aparición de la octogenaria que todo el mundo quería conocer no se hacía público hasta el último momento, evitando así las posibles acciones de su jefe para impedirlo.


Con este gesto, Natalie había cavado sin ninguna duda su propia tumba, pero ¿qué
podía hacer si había sido imposible razonar con Pedro Alfonso, y menos aún estando
éste enamorado?


Natalie llegó al plató dispuesta a realizar su trabajo con la misma eficiencia de siempre. Sobre todo, porque seguramente después de que la bomba del secreto de Miss Dorothy estallara, ése sería el último día de su carrera profesional. Organizó la recepción de la escritora de forma impecable e hizo todos los preparativos necesarios para que el equipo de seguridad no impidiera la entrada de Pedro en ningún momento.


Lo ideó todo astutamente para que su aparición aconteciera segundos después de que la
presentadora dijera el nombre que figuraba en los libros que todo el mundo adoraba.


La presentadora apenas se molestó en saludarla cuando la vio. Tan sólo recomponía su estirado aspecto una y otra vez, mientras preguntaba incesantemente por Miss Dorothy.


«Pobrecita», pensaba Natalie, dedicándole una de sus más falsas sonrisas y regocijándose con la idea de que en cuanto Miss Dorothy le dirigiera alguna de sus amables palabras, April Davis desearía no haberla conocido jamás.


Como todo ese teatro era inútil si Paula no veía el programa, Natalie se había asegurado también de llamar a Jeremias para que le prometiera que encendería el pequeño y cochambroso televisor de su taller y haría que su hija viera la entrevista. Al principio, su amante se mostró muy reticente ante esa idea, pero tras hablarle Natalie de lo incómodo que podía ser su sofá y recordarle que se lo debía por todas las malas pasadas que le había hecho a su coche, consiguió a través del chantaje y el remordimiento que Jeremias accediera a sus peticiones. Tal vez fuera algo sucio, pero indudablemente necesario, ya que si iba perder su amado puesto de trabajo que al menos se garantizase que esa dichosa pareja, de la que tal vez ella fuera un poquito responsable, finalmente estuvieran juntos.


—Estás segura de que vendrá, ¿verdad? —preguntó April Davis, algo molesta con el retraso de su estrella invitada.


—Te puedo asegurar que la persona que escribe esos libros estará esta tarde en tu plató y saldrá justo después de que pronuncies su nombre —comentó despreocupadamente Natalie, revisando su móvil para asegurarse de que tenía suficiente memoria como para hacerle alguna que otra foto a la impertinente presentadora cuando recibiera su inesperada sorpresa.


—Más vale que esta vez la presencia de Miss Dorothy en mi programa sea cierta, porque si no, ten por seguro que arruinaré tu reputación y la de tu editorial... —amenazó la altiva mujer, intentando hacerse la importante.


—Ésa es una amenaza totalmente innecesaria —replicó Natalie sin dar importancia a sus arrogantes palabras, ya que ella misma se bastaba y se sobraba para arruinar su propia vida. De hecho, ya lo estaba haciendo en esos instantes.


—Pues quedas advertida. Y espero que esa anciana sea capaz de aguantar hasta el final y responder a todas mis preguntas, porque de lo contrario no sabes de lo que soy capaz —advirtió de nuevo April, tocándole cada vez más las narices a Natalie.


Si Miss Dorothy hubiera sido realmente la dulce ancianita que todos esperaban, su editora no habría dudado a la hora de salir en su defensa, pero como se trataba de un pelirrojo con un genio de mil demonios, lo dejó todo en sus manos y contestó:
—No te preocupes, Miss Dorothy contestará a todas tus preguntas.


A Natalie le dieron ganas de añadir «si después de conocerlo todavía tienes lo que hay que tener para hacerle alguna», pero se contuvo con un gran esfuerzo de voluntad.


Al final, el programa comenzó y la molesta presentadora dejó de incordiarla con sus estúpidas y vanas amenazas. Natalie siguió atentamente todo lo que pasaba en el plató y le mandó un mensaje a Pedro avisándolo de que muy pronto sería el momento de hacer su entrada. Y justo como le había prometido a April Davis, en cuanto ésta se dispuso a anunciar a Miss Dorothy, un imponente pelirrojo de casi un metro noventa de estatura y gesto imperturbable se colocó al lado de su editora, preguntándole por una vez lo que tenía que hacer.


—¡Ahora! —murmuró Natalie decidida, justo después de que en el plató se hiciera un silencio expectante ante el anuncio de la primera y, hasta el momento, única aparición pública de Miss Dorothy.


Fue todo un éxito, como le demostró a Natalie el anonadado rostro de la presentadora y el asombro del público. Y, sin duda, el mensaje que Pedro pronunció ante las cámaras fue la guinda del pastel. Ahora sólo había que esperar a que todos se percatasen de quién era él, así como esquivar alguna que otra molesta llamada, pensó Natalie, mientras le colgaba una vez más a su insistente jefe, que al parecer también era uno de los seguidores del programa. Luego, simplemente apagó su teléfono y se despidió de su ajetreada vida laboral.


—Buena suerte, Pedro —susurró, mientras se alejaba para siempre del incordio que había sido ese autor para ella, pero por el que finalmente no había podido evitar sentir algo de cariño. Después de todo, él había sido en parte responsable de que ella encontrara finalmente el amor en el lugar más inesperado: un viejo taller mecánico de Brooklyn, donde un hombre había reparado su corazón y le había demostrado que, en algunas ocasiones, los finales felices no estaban sólo en las novelas, sino que también existían en la realidad.



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