viernes, 11 de enero de 2019

CAPITULO 74




Observé cómo Paula intentaba ignorarnos a mí y a mi desnudez, ya que sólo llevaba una escueta toalla. Al ver que su nerviosismo aumentaba y su determinación se tambaleaba cada vez que dirigía alguna fugaz mirada a lo que se ocultaba impaciente bajo aquel trozo de tela, decidí quedarme un poco más de tiempo de esa manera, aunque ya comenzaba a sentir el frío de las Highlands.


Al morderse nerviosa el labio inferior, me hacía saber que yo no le era indiferente, y que la historia que desarrollaba en su ajada libreta apenas había avanzado desde que yo salí de la ducha y le expresé abiertamente mi deseo de estar con ella.


Aburrido de ser ignorado, comencé a cambiar los insulsos canales de la tele, ¡y sí señor, di con la programación adecuada para aumentar la tensión de ese incómodo momento! Al primer gemido de placer que emitió la exuberante morena de la pantalla,


Paula alzó la vista de su libreta y dejó caer su bolígrafo, dirigiéndome una mirada entre sorprendida y escandalizada que me hizo sonreír maliciosamente ante su respuesta a otra más de mis provocaciones.


—¿Qué pasa? Estoy viendo la tele... —dije, como si lo más normal para mí fuera ver una película pornográfica, algo que en verdad no hacía desde la adolescencia.


—¿No puedes poner otra cosa? Estoy intentando trabajar en mi novela —pidió Paula, señalando ofendida la pantalla donde en esos momentos a la pareja protagonista de la escena se les unía una atractiva rubia.


—Puede que te sirva de inspiración —contesté, sabiendo que mis palabras la enojarían, ya que los escritores nunca trabajamos de esa absurda manera que algunos piensan, sino que simplemente utilizamos nuestra imaginación a la hora de crear esas entrañables y excitantes escenas en las que nuestros protagonistas expresan sus sentimientos a través de la unión de sus cuerpos.


Ella me miró un tanto disgustada con mi infantil comportamiento y me ordenó que terminara con ello. Una sugerencia razonable, que, por supuesto, ignoré por completo.


—¡Apaga eso y ponte a trabajar! —me ordenó, señalando el portátil que había llevado conmigo para simular que aún tenía trabajo que hacer, aunque éste estuviera terminado y yo sólo pensara dedicarme a hacer el vago.


—Es mi hora de descanso, me la merezco después de este desastroso día —me quejé, pensando que ni loco volvería a aceptar hacer otro de los viajes que me organizaba Pablo.


—No ha sido para tanto: has firmado algunos ejemplares y te lo has pasado en grande hablando con los turistas a los que les gustan las novelas de intriga —me animó mi siempre optimista Paula, haciéndome recordar que en algunos momentos en efecto me había divertido.


—Vale, no ha sido tan malo como esperaba —dije, dándole la razón—. Pero pienso ver esta película, así que no me distraigas o perderé el hilo del argumento — añadí, señalándole que ahora había también una pelirroja en pantalla.


—Pero ¿eso tiene argumento? —preguntó ella y yo acallé sus protestas subiendo el volumen de los gemidos procedentes de la orgía.


En realidad, no miré ni una sola escena de la película, sino que me dediqué todo el tiempo que duró a observar cómo Paula se desconcentraba con cada grito que provenía de la pantalla o cómo daba un respingo ante las palabras obscenas que oía.


Finalmente, harta de todo, dejó su libreta a un lado y me arrebató el mando a distancia, poniendo fin a la inquietante programación que tanto la alteraba. Yo sonreí y me tumbé en la cama, viendo cómo se desarrollaba el proceso de creación de mi novata escritora: Paula mordió el bolígrafo, inquieta, mientras le daba vueltas a cómo escribir ese tipo de escenas que siempre se le escapaban. Luego pasó a golpear el boli nerviosa contra su libreta y finalmente suspiró frustrada y apoyó la espalda contra el cabecero de la cama, sentada lo más lejos posible de mí.


—¿Qué te ocurre? —pregunté, decidido a ayudarla a hallar su inspiración, como ella había hecho conmigo.


—¡No me sale! ¡No sé cómo escribir ese tipo de escenas y me avergüenzo cada vez que pienso que esto puede leerlo alguien a quien conozco! ¿Qué pensarán de mí? — confesó inocentemente, de nuevo demasiado preocupada por el qué dirán. Yo suspiré, resignado a darle uno de mis gratuitos consejos, que en ocasiones tenían algo de valor.


—Cuando escribes una historia, tú no eres Paula Chaves. Eres cada uno de tus personajes: la mujer desesperada por encontrar el amor, el hombre dubitativo, el rival celoso, el egoísta enemigo, la arpía deseosa de venganza… Y debes plasmar los sentimientos de cada uno de ellos en el papel sin importarte a quién ofendes o a quién avergüenzas, porque si no, no escribirías nada.


—Lo sé, pero aun así me cuesta trabajo escribir esta escena que no sé siquiera cómo empezar —declaró, desilusionada consigo misma.


Agarrándole repentinamente una mano, la hice caer encima de mi cuerpo. Y cuando intentó huir de nuestra cercanía, retuve sus manos entre las mías y enfrenté su decidida mirada, que me negaba el placer de su cuerpo.


Ella se irguió sobre mí y yo le hablé como nunca lo había hecho con una mujer.


Por primera vez creí que era mi corazón el que hablaba, ya que yo nunca me habría atrevido a decir ninguna de las palabras que salieron de mi boca.


—Hazme a mí lo que tu protagonista haría con su amante. Conviértete por una vez en esa atrevida mujer de tu historia y déjame ser ese hombre que sabe amar tan intensamente como cualquiera de los que aparecen en esas tórridas novelas de amor. — Tras estas palabras, le coloqué las manos sobre mi pecho, donde mi corazón latía acelerado. Sólo por ella.


Cerré los ojos esperando su rechazo y los abrí sorprendido cuando sentí en mi pecho el dulce tacto de sus manos, que comenzaron a recorrer mi cuerpo mostrándome lo que tanto ella como su protagonista más deseaban.


Sin dejar de mirarme a los ojos un solo instante, Paula se despojó del jersey y del sugerente sujetador. Yo mantuve mis manos en sus caderas, por miedo a asustarla una vez más con el apremiante deseo que me recorría cada vez que la tenía entre mis brazos.


Ella me acarició el pecho con suavidad y siguió con sus delicadas caricias por mi cuello hasta llegar a mi rostro. Las yemas de sus dedos rozaron mis párpados, mi incipiente barba y finalmente mis labios, que no pudieron resistirse a besar aquellas tentadoras manos que tanto amor me estaban demostrando.


Luego las bajó de nuevo por mi torso y se inclinó hacia mí con la promesa de un beso, algo que yo anhelaba desde que empezó a tocarme. Fue el beso más tierno que había recibido en mi vida. Sus labios, al principio, apenas tocaron los míos con su cálido aliento. Luego me mordisqueó tentativamente la boca, haciéndome desearla aún más. Tras esto, me dio delicados besos allí donde sus dientes me habían torturado y al fin recibí el beso que tanto había deseado.


Su lengua buscó la mía en un ardiente juego en el que no pude evitar apretarla contra mi cuerpo, queriendo más de lo que sus caricias me ofrecían. Cuando Paula se apartó de mí fue trazando un descendente camino de besos por todo mi cuerpo, y yo tuve que refrenarme para no colocarla debajo de mí y tomarla tan salvajemente como deseaba en esos instantes. Pero ése era su momento y yo no se lo arrebataría, así que me contuve y la dejé hacer.


No tardó mucho en apartar la toalla que me cubría y cuando sus labios tocaron mi hinchado miembro, no pude evitar gemir al imaginarme el placer que podían prodigarme. Un erótico sueño que se hizo realidad cuando Paula acogió atrevidamente mi erección entre sus manos y me introdujo en su boca haciéndome delirar de placer.


Sin poder evitarlo, le agarré con fuerza los cabellos, marcando el ritmo que más deseaba. Paula parecía dispuesta a darme todo lo que necesitaba, pero yo sólo la quería a ella, así que la aparté de mí y la despojé de sus ropas antes de alzarla sobre mi cuerpo y dejarla libre para que tomara el control del apasionado encuentro que ambos anhelábamos desde un principio.


Luego introdujo lentamente mi miembro en su interior y yo no pude resistirme a acariciar sus pechos con una mano mientras se movía despacio sobre mí, al tiempo que con la otra le acariciaba el clítoris.


Cuando Paula comenzó a aumentar el ritmo de su cabalgada, probé sus senos con mi perversa boca hasta hacerla gritar mi nombre, y fue entonces cuando agarré con fuerza sus caderas para marcar el ritmo que nos llevaría a ambos hasta la cumbre del placer. Ella se convulsionó violentamente sobre mi cuerpo gritando de nuevo mi nombre, y yo llegué al clímax gritando el suyo, casi a la vez.


Después de nuestro orgasmo, nos derrumbamos el uno en brazos del otro, y ya que Paula era lo único que deseaba en esos instantes, la estreché contra mi cuerpo mientras nos arropábamos bajo las mantas, deseando que el tiempo no pasara, porque a la mañana siguiente yo sería otra vez un hombre que no sabía amar y ella una mujer que evitaba enamorarse de la persona equivocada.



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