viernes, 11 de enero de 2019
CAPITULO 78
Cuando Natalie se despertó junto a un hombre desnudo, tuvo dos reacciones: la primera fue pensar sobre lo que había hecho y sentirse un tanto culpable por ello, aunque su culpa se mitigó al mirar la fuerte espalda de Jeremias, que aún escondía su rostro bajo la almohada, y los arañazos que le habían dejado sus uñas de porcelana. Al recordar la apasionada e inigualable noche que había pasado junto a él, no pudo evitar esbozar una de esas estúpidas sonrisitas del día después, llena de dicha y satisfacción.
La segunda reacción, cuando vio que eran las doce del mediodía y que su despertador no había sonado, fue maldecir su suerte, que últimamente era pésima, y correr desnuda hacia su móvil para revisar los mensajes que su jefe había comenzado a dejarle desde las diez de la mañana. Para su desgracia, llegó al teléfono justo cuando éste comenzaba a sonar de nuevo, y como era una mujer de negocios responsable, no pudo evitar contestar la llamada, aunque ya sospechaba lo que se le venía encima.
—¿Sí? Al habla Natalie Wilson —contestó, simulando una voz ronca, acompañada de unas cuantas toses, para ver si colaba la vieja excusa de que estaba enferma y así tal vez librarse de uno de aquellos sermones en plural mayestático que tanto odiaba.
—Señorita Wilson, quisiéramos saber… por qué no ha acudido esta mañana a trabajar —dijo la siempre imperturbable voz de su jefe.
Natalie tomó aire, decidida a contestar lo más formalmente posible; por desgracia, el hombre desnudo que se hallaba en su cama eligió ese preciso momento para despertarse y, al darse cuenta de que ella también estaba desnuda, lo tomó como una invitación.
—Verá, señor Reed, anoche me acosté con un resfriado bastante fuerte y… — empezó Natalie entrecortadamente, mientras las manos de Jeremias la encerraban repentinamente en un cariñoso abrazo, juntando su espalda con un robusto pecho y una prominente erección, a la vez que le susurraba atrevidas palabras al oído.
—¿Así que ahora soy un resfriado? —murmuró juguetón—. Aunque no me gusten tus mentiras, he de admitir que hay algo de verdad en ellas. Sin duda, ayer había algo bastante grande en tu cama, que sigue aquí esta mañana... —apuntó alegremente su amante, haciéndole notar la evidencia de su deseo.
—Como le iba diciendo, tomé un medicamento para el resfriado y me he quedado dormida —concluyó Natalie, deshaciéndose del abrazo de aquel tentador hombre y señalándole un lugar que lo mantuviera alejado de su persona.
Desafortunadamente, lo que señaló fue la cama, y cuando una mujer desnuda hace eso, los hombres suelen malinterpretarlo, así que Jeremias se tumbó allí a la espera de una repetición de la pasada noche.
—Señorita Wilson, tenemos que hablar sobre un gasto un tanto extraño que hay en los nuevos informes de este mes. Según eso, usted ha contratado a una joven sin experiencia como… ¿relaciones públicas?… para tratar con Miss Dorothy. ¿Desde cuándo contrata a otros para hacer su trabajo, señorita Wilson?
A ella le dieron ganas de contestar: «Desde que tengo que tratar con un irritante escritor que siempre me hace la vida imposible y que en dos años no había escrito ni el título de su novela hasta que llegó Paula». Pero guardándose las ganas de decir lo que pensaba, simplemente explicó:
—Paula es una mujer muy profesional en su trabajo y, como puede ver por los primeros capítulos de la nueva novela, está consiguiendo que la inspiración vuelva a Miss Dorothy.
—Sí y también está consiguiendo elevar los gastos de nuestra autora, ya que Miss Dorothy nos está agobiando con extrañas reclamaciones: nos ha hecho llegar un abultado sobre repleto de facturas entre las que hay desde decenas de tickets de compra en diversos establecimientos, hasta cuentas de cenas en restaurantes y pubs y alguna que otra estrambótica adquisición que se señala en su factura como «uniforme», al parecer comprado en un sex-shop… Finalmente, todo esto está englobado bajo el concepto «manutención de la niñera». ¿Se puede saber qué significa, señorita Wilson? —gritó airadamente Brian Reed, ya que por lo visto él tampoco les veía ninguna gracia a las
bromas de la autora a la que representaban.
—Seguramente sólo es una broma de Miss Dorothy, señor Reed —contestó Natalie más falsamente que nunca, poniéndose la bata que había a los pies de la cama e indicándole con esto a su amante que los calenturientos momentos de la pasada noche habían finalizado y no se iban a repetir.
—Nos cuesta mucho digerir este tipo de bromas, señorita Wilson, así que a partir de mañana despejará su agenda y en una semana como mucho irá en busca de esa novela. Traerá de vuelta a su inusual empleada y de paso le comunicará a Miss Dorothy que no pensamos hacernos cargo de ninguno de sus absurdos dispendios. Mientras no tenga ese libro en sus manos, no se moleste en volver a estas oficinas. Y ahora esperamos que tenga un agradable descanso de su supuesto… resfriado —finalizó escéptico Brian Reed antes de colgar con brusquedad el teléfono, dejando caer su frío ultimátum sobre la cabeza de Natalie, que en esos momentos pendía de un hilo muy fino.
—¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! —gritó después de escuchar las exigencias de su jefe—. ¡Maldita Miss Dorothy, maldito Pedro Alfonso y malditos todos los puñeteros escritores que se creen estrellas! —exclamó airada, arrojando su móvil al suelo con rabia. En su enfado, Natalie no se percató de que los suspicaces oídos de Jeremias finalmente habían captado la verdad, hasta que, bastante enfadado, la hizo volverse hacia él y, aunque apenas llevaba una sábana como única indumentaria, su frío rostro no mostraba indicio alguno de los atrevidos coqueteos de hacía tan sólo unos segundos.
Esta vez, Jeremias no preguntó, simplemente afirmó una verdad que las maldiciones de Natalie le habían confirmado.
—Ese tal Pedro Alfonso es Miss Dorothy, ¿verdad? —exigió saber, insistiendo en que Natalie le confirmara la veracidad de esas palabras.
La mentira que a ella nunca le había costado pronunciar se le atragantó en la garganta cuando se vio obligada a repetirla de nuevo ante el hombre por el que había comenzado a sentir algo, así que permaneció en silencio.
—¡Dime la verdad de una puta vez! —reclamó un enfadado Jeremias, sujetándola con fuerza de los hombros y obligándola a enfrentarse a sus ojos, que solamente querían una respuesta.
Natalie se negó a contar el secreto que tan bien había guardado durante todos esos años, pero la dura mirada de él, preocupado por el bienestar de su hija, la llevó a hacer un pequeño asentimiento con la cabeza. Jeremias la soltó de golpe y la miró con desprecio.
—¿Sabes por qué no me gustan las mentiras, Natalie? ¡Porque siempre hacen daño a alguien! ¡Y tú me has hecho mucho daño!
Tras estas palabras, Jeremias se vistió, mientras Natalie miraba asombrada cómo sus mentiras lo estaban apartando de su lado.
Cuando él pasó junto a ella, Natalie lo miró con ojos arrepentidos.
—Traeré a Paula de vuelta… —prometió, haciendo que Jeremias le dedicara una fría mirada.
—¿Sabes qué, Natalie? Ya no me creo ni una sola de tus palabras, pero te diré una cosa: más vale que mi hija no haya sufrido ningún daño a manos de ese tipo, o todo el mundo sabrá lo mentirosa que puedes llegar a ser.
Después de esas palabras, que en nada se parecían a las dulces bromas o las tentadoras proposiciones que había recibido de él, Natalie vio cómo se alejaba sin volver la vista atrás para observar cómo la habían afectado sus amenazas. Si hubiera girado su rostro un instante, tal vez habría visto que la mujer imperturbable que siempre estaba demasiado ocupada como para preocuparse por nadie que no fuera ella, en esos momentos lloraba en silencio por haberle hecho daño al hombre que quería, y porque el destino no les había dado la oportunidad de intentar ser algo más que meros amantes de una noche, a pesar de que sus corazones reclamaran más.
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