viernes, 11 de enero de 2019

CAPITULO 76



El puesto asignado a Pedro Alfonso era una pequeña carpa que se encontraba junto a una exposición de vacas peludas, unos animales típicos de las Highlands, de grandes cuernos y largo pelaje, que en nada se parecían a las vacas que Paula había visto en las excursiones que su colegio de Brooklyn organizaba en alguna que otra ocasión.


El puesto que se hallaba a su derecha era una cervecería donde servían distintos tipos de bebidas artesanas, ofreciendo muestras gratuitas a todo el que quisiera deleitarse con la cerveza de las Tierras Altas de Escocia, aunque normalmente los extranjeros la engullían de un solo trago, sin molestarse en paladear los distintos y refrescantes sabores que en ella se podían encontrar.


El ceño fruncido de Pedro al ver su puesto, reveló todo lo que pensaba del organizador del festejo y de su editor en esos momentos. Y más aún cuando una vaca comenzó a vaciar el contenido de su estómago muy cerca del montón de libros que Pedro apilaba contra la mesa. Por supuesto, para agravar la situación siempre estaba el típico listillo que cuando veía una gracia la tenía que señalar.


—¡Mira esa vaca! ¡Ya te ha dicho lo que opina 
de tus libros! —se rio un joven algo bebido, señalando al furioso escritor.


Por suerte, Pedro se contuvo, tomó aire y tan sólo apretó con fuerza los puños antes de tomar asiento. Luego adoptó una airada expresión, lo que no animó a nadie a acercarse a su tenderete, dado que todos los asistentes sólo buscaban momentos de diversión y algo de entretenimiento con los que relajarse y disfrutar de aquel singular festejo que se realizaba una vez al año en diferentes lugares de las Highlands.


Después de un rápido almuerzo con las muestras de las típicas comidas escocesas que el organizador les brindó, sin duda para intentar calmar al temperamental escritor y borrar su molesto ceño fruncido, que tanto destacaba en medio de aquel jolgorio, algunos turistas se acercaron a Pedro y se interesaron por sus libros. Él les explicaba encantado la trama de uno de ellos a un grupo de personas, cuando el molesto y embriagado joven que antes lo había insultado, pasó de nuevo por allí, sólo para provocarlo.


—¡Tus libros apestan! —dijo el borrachuzo, refiriéndose a la situación anterior, ya que Pedro dudaba que ese joven hubiera tenido alguna vez un libro entre las manos.


Él lo ignoró y reanudó sus explicaciones, molesto por la persistencia de aquel idiota. Por desgracia, el muchacho siguió insistiendo y acabó espantando a casi todos los curiosos que se habían reunido junto al novedoso escritor de las Highlands.


A lo largo de la tarde, el joven volvió a aparecer una decena de veces, repitiendo siempre la misma estúpida frase y por último, cuando volvió a presentarse frente a Pedro, ataviado con un kilt e intentando hacerle un estúpido bailecito que en nada se parecía a los bailes escoceses, Pedro no pudo más, y su característico mal carácter, que hasta entonces había logrado contener, salió a relucir cuando el joven, al repetir una y otra vez aquella necia frase, acabó con toda su paciencia.


Ante el asombro de Paula y del organizador del evento, que en esos momentos charlaba con ella sobre los juegos que se celebrarían en breve, Pedro abrió la extraña bolsa de lona por la que Paula había sentido tanta curiosidad y sacó un pelota antiestrés, que arrojó al molesto chaval dándole en mitad de la frente y haciendo que perdiera el equilibrio en mitad de su bailecito, cayéndose de culo en el frío césped. 


Sin saber cómo había acabado allí, el joven se incorporó y vio junto a él la pelota antiestrés que había sido utilizada como arma arrojadiza. Se apoderó rápidamente de ella y, señalando algo molesto a Pedro, declaró:
—¡Volveré!


Ante esa amenaza, él simplemente se carcajeó y le enseñó la bolsa de lona, que contenía una montaña de esas pelotas.


—¡Estaré preparado! —contestó, sonriendo con malicia.


Tras esta brusca y temperamental acción, Paula lo reprendió, convencida de que los echarían del evento.


—Creo que no es así como se utilizan esos artefactos —comentó cruzando los brazos, enfadada por el grosero comportamiento de Pedro.


—¿Y qué quieres? No sé de qué otra forma utilizar estos estúpidos regalos que siempre me hacen mis hermanas y, además, en esta ocasión ha funcionado. Ha acabado con todo mi estrés —concluyó con una gran sonrisa llena de satisfacción.


Cuando el organizador de los juegos, Ramsay Campbell, se acercó a ellos todavía algo sorprendido, Paula pensó que los obligaría a recoger sus cosas y marcharse, pero el jubiloso hombre de mediana edad que siempre parecía tener en los labios una sonrisa, se rio mientras golpeaba amigablemente la espalda de Pedro y lo invitó a participar en los juegos que iban a empezar.


Él aceptó la amable invitación, apuntándose sólo a algunos de ellos y aprovechando el resto del tiempo para promocionar su novela, que aunque no parecía tener cabida en esa feria, estaba teniendo algo de aceptación entre todos los que lo habían visto silenciar de una manera tan contundente a aquel turista grosero, algo que más de uno había tenido ganas de hacer alguna vez.


Antes de que los juegos empezaran, el joven, tal como había prometido, volvió.


Esta vez acompañado por algunos de sus amigos. Pedro se levantó bruscamente de su
silla, dispuesto a presentar batalla si hacía falta y darles a aquellos imberbes jovenzuelos una lección. Pero ellos se limitaron a mirarlo fijamente y soltar un estúpido grito de guerra, sin duda imitando alguna necia película, luego le dieron la espalda y, ante su asombro, se levantaron los kilts y le enseñaron sus relucientes y blancos traseros.


Paula se dio la vuelta, sorprendida, apartando la mirada de los atrevidos muchachos, que ahora comenzaban a entonar una canción escocesa un tanto subida de tono mientras meneaban el trasero.


Pedro se rio a carcajadas señalando a su sonrojada compañera y, sin poder evitarlo, se desternilló a su costa.


—¡Y luego me regañas por utilizar de forma inadecuada una simple pelota antiestrés! Te informaré, por si no lo sabías, que ésa tampoco es la forma adecuada de lucir un kilt. —Pedro señaló a los jóvenes, que ante el asombro de todos continuaban con su exhibición.


Cuando Ramsay llegó para notificarle a Pedro que era la hora de poner a prueba sus habilidades en algún juego, simplemente ignoró a los muchachos mientras le tendía a él un kilt y le explicaba a Paula que ninguno de los jugadores podía participar si no llevaba la adecuada indumentaria de las Highlands.


—No te preocupes… esto sí sé utilizarlo —susurró Pedro al oído de Paula con una sonrisa, antes de seguir a Ramsay hacia la pista de juegos y ver cómo los muchachos huían cobardemente ante su cercanía.


Paula, después de esto, corrió a hacerse un hueco entre la multitud para no perderse aquellos inusuales juegos de habilidad, tales como lanzamiento de troncos, en el que los participantes debían voltear sobre su eje de mayor longitud un tronquito de nada de unos siete metros de altura y ochenta kilos de peso. 


Algo que a primera vista parecía imposible, pero que muchos de aquellos aguerridos hombres lograron; otra disciplina era el lanzamiento de martillo, en la que se lanzaba una bola de metal de unos diez kilos sin moverse del sitio, o también un divertido juego en el que dos grupos
de personas tiraban de los extremos de una larga cuerda y ganaba el equipo que conseguía llevar al otro a su terreno.


Pero lo que más le gustó a Paula de todo el maravilloso espectáculo que se desarrollaba ante sus ojos fue cómo le quedaba aquella especie de faldita escocesa a su atractivo escritor, al que estaba más que dispuesta a sacarle alguna que otra foto para no olvidar nunca ninguno de los divertidos momentos del viaje, intentando evitar preguntarse qué pasaría cuando éste hubiera finalizado.



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