viernes, 11 de enero de 2019
CAPITULO 77
—Jeremias, me parece muy bien que me acompañes todos los días para asegurarte de que no me persigue ningún acosador, pero ¿me puedes explicar por qué una mujer tan ocupada como yo tiene que prepararte la cena? —preguntó Natalie Wilson, molesta por la persistencia de aquel sujeto que ahora, además de estropearle el coche, se atrevía a invadir su lujoso apartamento y, más concretamente, su cocina.
—Si lo prefieres, puedo prepararla yo —comentó Jeremias sentado en uno de los taburetes que había junto a la barra de la ordenada y moderna cocina de Natalie.
—¡Ni de coña vuelvo a dejarte intentarlo de nuevo! Por poco me incendias la casa, y eso que sólo tocaste el microondas para calentar la comida. ¿Por qué mejor no haces como cualquier hombre razonable y te vas a tu casa a fastidiar a tu mujer? — añadió Natalie impertinente, dispuesta a deshacerse de él, pues se estaba convirtiendo en un problema que últimamente la tentaba demasiado.
—No tengo mujer a la que fastidiar. Y la única que cuidaba de mí se halla ahora mismo a miles de kilómetros de distancia, con una tal Miss Dorothy que aún no tengo muy claro si es un hombre o una mujer. Pero eso será algo que muy pronto me aclarará su editora. Por ese motivo estoy aquí —contestó Jeremias decidido, sin dejar de observar cómo aquella elegante mujer no perdía ni una chispa de su atractivo mientras se ponía un delantal sobre sus caras ropas y removía un guiso casero como los que a él le gustaban.
—¿Se puede saber cuándo me podré deshacer de ti? ¿Cuántas veces tengo que decirte que Miss Dorothy es sólo una noble ancianita? No me extraña que tu mujer te abandonara si para todo eres igual de cabezota —dedujo erróneamente Natalie.
—Dafne no me abandonó… murió cuando Paula tenía catorce años. Y le encantaba mi cabezonería. En cuanto a cuándo dejaré de molestarte, te informo de que eso ocurrirá en el preciso instante en que te decidas a revelarme la verdad —añadió Jeremias, que después de haber observado detenidamente a Natalie era capaz de adivinar cuándo ésta mentía, ya que tenía el imprudente hábito de mirarse una y otra vez sus uñas de porcelana cuando quería engañar a alguien.
—Lo siento… no era mi intención ofenderte, tan sólo… —intentó excusarse Natalie de la brusquedad de sus palabras ante un tema tan delicado como era perder a un ser querido.
—No te disculpes. No podías saberlo —replicó él, silenciando sus labios con un dedo—. Además, ya hace mucho tiempo de aquello. —Sonrió falsamente, mostrando el dolor que aún sentía ante el recuerdo del pasado.
—¿La querías mucho? —preguntó ella, sorprendida de que un amor así existiera, porque, aunque en su trabajo leía todo el rato sobre ello, pocas veces había tenido el
privilegio de ver a un hombre verdaderamente enamorado.
—La amé con locura. Pero no soy uno de esos que creen que el amor sólo aparece una vez en esta vida. A Dafne no le gustaba pensar que cuando ella no estuviera aquí todo habría acabado para mí, así que me hizo prometerle que buscaría a otra mujer digna de mí y me casaría con ella.
—Entonces, ¿por qué estás solo? —preguntó Natalie, poniéndole un plato de su guiso delante.
—Porque aún estoy buscando a la mujer adecuada —contestó Jeremias, sin apartar su mirada de la de ella, diciéndole con los ojos más de lo que debería—. ¿Y tú? ¿Por qué estás sola? —preguntó a su vez, bastante interesado en su respuesta.
—¿Qué te hace pensar que en estos momentos no tengo ninguna relación? — preguntó la famosa editora, algo molesta por su insolente pregunta.
—Muy fácil —respondió él, después de deleitarse con el primer bocado de aquel exquisito plato—. Ningún hombre te recoge a la salida de tu trabajo y nadie me ha echado aún de tu piso. Si tienes un novio, o es muy desconsiderado o te mereces algo
mejor.
—No tengo a nadie, ¡pero no porque no pueda! —dijo Natalie, dándole a entender que no le gustaba que se inmiscuyera en su vida privada—. Sino porque no he encontrado a la persona adecuada para mí.
—¿Y qué buscas en un hombre? —quiso saber él, mostrando demasiado interés por su respuesta.
—Jeremias, definitivamente, tú no eres el tipo de hombre con el que yo saldría — se burló Natalie, intentando evitar la realidad de que él, con su ternura, su insistencia y su valentía al defenderla comenzaba a atraerla como ningún otro.
—Bueno, entonces tendremos que conformarnos con ser amigos —replicó él, besando con delicadeza la mano de Natalie como todo un caballero.
Natalie se quedó hechizada con ese gesto tan romántico, que siempre había creído que sólo se podía ver en las novelas de amor que tanto adoraba. Hasta que él alzó su mirada y, con una pícara sonrisa, le soltó la mano y dijo:
—Tienes razón, lo nuestro no funcionaría porque nunca he podido soportar las mentiras. —Y terminó de engullir su comida, ya que sabía que después de su impertinente afirmación, ella no tardaría en echarlo de su apartamento, a pesar de que cada una de sus palabras fuese cierta.
—¡Fuera! —gritó Natalie indignada, indicándole la salida y deseando que, por una vez, le hiciera caso y se alejara de ella.
Jeremias, obediente, alejó de sí el plato ahora vacío, se levantó de su asiento y sin más se dirigió hacia la salida, no sin antes dirigirle una de aquellas ladinas sonrisas que tanto la disgustaban.
Para asegurarse de que abandonaba su hogar lo más rápido posible, Natalie salió de la cocina y, con la única idea de darle con la puerta en las narices, aceleró el ritmo de sus pasos por el salón. Justo cuando pensaba hacer una triunfal despedida, quedando como una altiva diva ante ese insensato, tropezó con la alfombra nueva que había junto a la entrada, yendo a parar directamente a los fuertes brazos de Jeremias, que no dudó en acogerla con una atrevida sonrisa.
—Recuérdame por qué nunca funcionaría algo entre tú y yo —susurró Jeremias, con sus labios muy cerca de la tentadora boca de la única mujer que había empezado a interesarle desde la muerte de su esposa.
—Se me ha olvidado... —contestó con un hilo de voz Natalie, olvidándose de todo lo que no fueran los fuertes brazos que la acogían y lo mucho que le gustaba estar entre ellos.
Y sin darse tiempo para pensar en otra cosa que no fuera el deseo que los embargaba, atrajo a Jeremias hacia ella y él devoró su boca con un arrebatador beso.
Luego, sin separarse de la miel de sus labios, ese hombre, que era más romántico de lo que debería serlo un simple mecánico de Brooklyn, la cogió en brazos como a una princesa y se dirigió con ella hacia su habitación, donde se abandonaron a un apasionado momento, olvidando que entre los dos todavía había demasiadas mentiras y secretos. Tal vez más de los aconsejables para comenzar una relación, porque sin duda, cuando todo saliera a la luz, un montón de problemas los separarían.
Entre ellos uno muy grande y pelirrojo llamado Miss Dorothy, que siempre atormentaba a su editora y al que había tenido la brillante idea de mandarle una inocente joven, una joven de la que Natalie dudaba en esos momentos si sería lo suficientemente sensata como para no involucrarse con ese insufrible hombre que tenía
un carácter de mil demonios, pero que podía llegar a ser un temible embaucador con cada una de sus palabras.
Después de todo, por algo era un excelente escritor.
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